Roger Federer dice adiós y genera un inmenso vacío en el corazón del tenis

Roger Federer dice adiós y genera un inmenso vacío en el corazón del tenis

Apenas unos días después de que Serena Williams disputase en Nueva York el último partido de su vida profesional, Roger Federer anunció el adiós. El tenis pierde casi en un instante a dos de los más grandes jugadores de siempre. El suizo, ganador de 20 títulos del Grand Slam, se marcha resignado por los recurrentes problemas de rodilla, una condena desde antes de que jugase en los cuartos de final de Wimbledon del pasado año ante Hubert Hurkacz el encuentro que quedará como el postrero de una trayectoria impecable, tanto por la inmensidad de los logros como por la manera de suscribirlos.

Federer, que el pasado 8 de agosto cumplió 41 años, tenía previsto volver oficialmente a la competición a partir del 24 de octubre, en el torneo de Basilea, el primer paso con la idea de continuar al menos una temporada y regresar al All England Club, aunque fuera un año más, tal y como anunció en su paso por la reciente edición del torneo londinense para el homenaje a los campeones. Será así esta Laver Cup, exhibición bajo su tutela, que enfrenta a Europa y América y se disputará en Londres la próxima semana, una cita de extraordinario valor sentimental.

En un largo comunicado a través de su cuenta de Twitter, el suizo argumentó con detalle las razones de una despedida que, pese a temerse en las últimas semanas debido al retroceso en su recuperación, no se esperaba de modo tan abrupto. El jugador de Basilea empezó por expresar su profunda gratitud a los aficionados, que siempre le respetaron, en muchos casos hasta la veneración.

Un estilo majestuoso

No era para menos. Federer encarnó como nadie una forma majestuosa de entender el juego. Ocho veces campeón en Wimbledon, seis en el Abierto de Australia, cinco en el Abierto de Estados Unidos y una en Roland Garros, se postuló durante mucho tiempo con un récord de apariencia inalcanzable, incluso tras la irrupción de Rafael Nadal y la posterior de Novak Djokovic, que finalmente le superaron. Es, tras el serbio, el tenista que más semanas ha estado en el número 1, un total de 310, 237 consecutivas, entre el 2 de febrero de 2004, cuando estrenó el dorsal, y el 18 de agosto de 2008, momento en que tomó el relevo Nadal.

La historia de Federer es imposible de contar sin detenerse en su larga y fecunda rivalidad con el español, que ya semanas antes de ocupar su lugar en lo más alto del ránking le había destronado en su feudo de Wimbledon, en aquella final que sigue prendida en la memoria. Jugaron 40 partidos, con 24 triunfos del zurdo. El último de ellos, no obstante, lo ganó Federer, en las semifinales de Wimbledon 2018. Fue el preludio de uno de los momentos más amargos de su carrera, que le lastró durante el resto de su trayectoria.

Dos días después de someter a su némesis, el destino le hizo un guiño y le torció después cruelmente el gesto en la final contra Novak Djokovic, la que quedará como su postrero intento de volver a ganar un major. Dispuso de dos match points para llevarse el torneo, ambos jugados sin lugar para el reproche, pero sofocados por el taimado tenista balcánico, que silenció una Central descorazonada tras empujar a su ídolo con enardecida pasión.

En Australia, en 2018 había conseguido vencer a Nadal en un torneo del Grand Slam por primera vez en 11 años. Ambos se retroalimentaron hasta conseguir la mejor versión de sí mismos. Nadal se reinventó para neutralizarle en superficies rápidas. Federer lo hizo para detener el azote pertinaz de quien fue su máximo adversario. “No quería que llegase ese día”, ha expresado el español sobre su despedida.

Extraordinarios números

Ganó 103 títulos de la ATP, seis menos que Jimmy Connors, el líder absoluto, sumó 1.251 victorias, también a la vera de Jimbo, con 1.274, disputó en 18 ocasiones las hoy llamadas ATP Finals, el torneo que reúne a los ocho mejores de cada temporada, y se llevó el triunfo en seis de ellas. Nadie como él consiguió aunar el éxito con un compromiso absoluto con la belleza.

Pese a que llevaba 14 meses sin jugar un solo partido y sus apariciones han sido contadísimas en los últimos dos años, desde que el físico empezó a mermarle seriamente y le obligó a sucesivas intervenciones de rodilla, resulta aún difícil asumir que el tenis se ha quedado sin Federer, que ya no volveremos a disfrutar nunca de los efluvios nacidos de su raqueta. Aquel chico algo maleducado e iracundo de sus comienzos devino poco a poco en un portento de elegancia y autocontrol. Hace poco le veíamos conmovido en una entrevista al recordar al ya fallecido Peter Carter, su primer entrenador, el que trató de forjarle el carácter desde la infancia.

Pasó muchos años junto a Peter Lundgren, antes de elegir, entre otros, a figuras con las que sintonizaba plenamente desde criterios estéticos, a Tony Roche o Stefan Edberg. Actualmente tenía al croata Ivan Ljubicic en su rincón.

Uno de los siete magníficos

Es uno de los siete jugadores que tiene los cuatro torneos del Grand Slam, junto a Nadal, Djokovic, Agassi, Laver, Perry y Budge. El más esquivo para él fue Roland Garros, donde levantó la copa en 2009, año en el que Nadal perdió en octavos ante Robin Soderling. París celebró aquello como si hubiera ganado uno de los suyos, aún hoy privados del título desde el triunfo de Yannick Noah en 1983. Ningún escenario era ajeno a los encantos de Federer, defensor de una forma distinta de competir cuando ya empezaba a predominar el vigor en el juego.

“Los profesionales de hoy son perceptiblemente más grandes, fuertes y están mejor preparados físicamente, y es verdad que las raquetas compuestas de alta tecnología han aumentado su capacidad para tirar a alta velocidad y darle efecto a la pelota. Es por eso por lo que el hecho de que alguien con la finura consumada de Federer haya llegado a dominar el circuito masculino es motivo de gran confusión entre los dogmáticos”, escribió David Foster Wallace en El tenis como experiencia religiosa (Literatura Ramdon House).

El escritor estadounidense fue tal vez su más destacado proselitista. Digamos que Federer sacaba el tenis de los rigurosos lindes de la cancha. La Central de Wimbledon nunca gozó de un silencio tan cualificado como cuando él jugaba, que convertía aquel espacio en un recinto sagrado.

“Creo que mi estilo es muy relajado y probablemente bonito de ver para algunas personas, especialmente para la vieja generación, como Manolo Santana, por ejemplo. Tal vez se sienten más reflejados en mí que en otros jugadores con revés a dos manos y otra forma de jugar. Esa es la razón por la que creo que tengo un gran apoyo de los aficionados, tanto de la gente de la calle como de las leyendas. Por eso poseo una buena imagen”, comentaba hace unos años en una entrevista con quien suscribe, para este periódico.

Se rompe el ‘Big Three’

Se desmembra así definitivamente el denominado Big Three que conformaba junto a Nadal y Djokovic, la terna que dominó el circuito durante más de tres lustros. “Es un día triste para el tenis, sin lugar a dudas. Estaba claro que iba a pasar, dado que Roger llevaba tiempo sin competir, pero no me esperaba que fuera hoy [por este jueves], así que me he quedado un poco anonadado, pero también agradecido por todo lo que ha dado al tenis. Ha marcado una época. Ha sido clave para el crecimiento del tenis, uno de los jugadores más influyentes, sino el que más, para mejorar el tenis junto a Rafa. Todo el mundo le quiere. Ha dado muchísimas alegrías, ya no sólo por el juego tan perfecto que tenía, sino por los valores que ha transmitido hasta el final de su carrera. Era elegancia, perfección, carisma. Nunca le pude ganar. Destacaría también lo cercano que era. Al final de mi carrera, cuando ya no ganaba muchos partidos, me dio algunos consejos en Wimbledon que recordaré con mucho cariño”, dijo en Valencia David Ferrer, director de la Copa Davis.

Casado con Mirka Vavrinec y padre de cuatro hijos, Mya, Leo, Charlene y Lennart, podrá dedicarse plenamente a su familia y a atender a su fundación. Quienes tuvimos la inmensa fortuna de seguirle de cerca durante toda su carrera y de disfrutar de su juego como del de ningún otro quedamos en un estado de irredimible orfandad.

kpd