Un Real Madrid de dos caras se complica ante la exhibición del viejo enemigo Papanikolaou

Un Real Madrid de dos caras se complica ante la exhibición del viejo enemigo Papanikolaou

No hubo en los últimos tiempos una final tan repetida, hasta cuatro Madrid-Olympiacos, Olympiacos-Madrid, por el título desde 1995. Los dos equipos más estables y ganadores de la última era en la Euroliga. La reedición del Zalgirio Arena fue, esta vez, una noche rara en el WiZink, un auténtico tobogán. Un mal sabor de boca a los postres, pese al triunfo. Porque los blancos tuvieron que ganar dos veces, porque apareció un invitado inesperado cuando todo ya parecía resuelto. Kostas Papanikolaou, que lleva mil batallas, alguna a cara de perro cuando vestía de azulgrana, firmó la mejor actuación ofensiva de su vida, 23 puntos en la segunda mitad, y a punto estuvo de ponerlo todo patas arriba. [90-85: Narración y estadísticas]

Los números no siempre explican lo que está sucediendo en la cancha, pero sí que dan pistas. Y, más allá de hacer o no bien las cosas, de poner intensidad y orden a su defensa, el acierto fue un dictador tempranero. Para el Olympiacos el perímetro resultó como una tortura. Al descanso había fallado 13 de los triples 15 intentados, los dos últimos en la jugada final, tan liberados, tan significativa. Tenía entonces ya una losa de 22 puntos (llegó a ser de 24) ante un rival que, por contra, lo metía todo. Era como un juego infantil, tú fallas, yo meto. Los ocho aciertos de 11 del Madrid le disparaban, le hacían sentirse poderoso.

Le otorgaban esa fluidez que últimamente había olvidado. Ese ritmo que le vuelve a hacer intocable. El amanecer de Campazzo había sido de los que descompone a cualquier cosa que se ponga por delante, en este caso el Olympiacos de Bartzokas, siempre tan rocoso. Se derretía ante las genialidades del argentino, como un mago con su chistera, ahora me ves y ahora no. Pases, faltas recibidas, canastas, rivales anulados… Cuando se quisieron dar cuenta, los del Pireo habían encajado un parcial demoledor (26-4), con Musa, Abalde, Hezonja y Poirier de ejecutores.

Esos minutos marcaron todo lo demás, en una noche ya extraña antes de empezar, sin gigantes en la pista. Ni Milutinovic, ni Tavares. Tampoco Llull ni Fall, pareja inseparable ya para la eternidad, aquel tiro de Kaunas, ese poster en tantos dormitorios infantiles. Incluso se ausentó, todos por lesión (también Yabusele), Williams Goss, que regresaba al lugar del que quizá nunca debió salir.

Bellingham

Con todo ya aparentemente encarrillado llegó Jude Bellingham al WiZink. Y la luz se apagó. En esa segunda parte, revoluciones por los suelos, el Olympiacos trató de, sin hacer ruido, meterse de nuevo en el partido. Lo logró a lomos de su capitán, del incombustible Papanikolaou. Hizo valer su defensa (la mejor del torneo), ahora sí, dejando al Madrid en 16 puntos en el tercer acto, y se arrimó paulatina y peligrosamente.

Hasta hacer saltar las alarmas. Porque Papanikolaou, en vena, no se detenía, triple tras triple. Y a falta de 40 segundos estaban ahí (86-83). Un alarde de Hezonja -tan feliz últimamente que reía y reía en el banquillo cuando a su compañero Campazzo le señalan una ténica por protestar-, dos preciosas canastas de un Musa que antes había vuelto a las andadas con una técnica por sacar el pie tras un triple… Nada parecía suficiente. Fue un tapón de Poirier y el temple final de Campazzo el que cerró una noche extraña, de buenas y malas sensaciones, de una segunda mitad en la que encajó 55 puntos.

kpd