El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo este domingo que el equipo de fútbol americano Washington Commanders debería recuperar “inmediatamente” el polémico nombre original de Redskins (pieles rojas), que cambiaron en 2020 por sus connotaciones racistas hacia la población nativa estadounidense.
“Los Washington ‘Lo que sea’ deberían cambiar su nombre INMEDIATAMENTE a Washington Redskins. Hay un gran clamor por ello”, escribió el mandatario en su red Truth Social.
Trump insistió en que “lo mismo ocurre con los Cleveland Indians, uno de los seis equipos originales de béisbol, con un pasado histórico”.
En 2021, ese emblemático conjunto pasó a ser conocido como los Cleveland Guardians (Guardianes de Cleveland), también en respuesta a la presión de movimientos de justicia social en el país.
“Nuestro gran pueblo indígena, en masa, desea que esto suceda. Su herencia y prestigio les están siendo arrebatados sistemáticamente. Los tiempos son diferentes ahora que hace tres o cuatro años. Somos un país de pasión y sentido común”, advirtió el mandatario, con un mensaje a los dueños de estos equipos: “¡¡¡HÁGANLO!!!”.
En otro mensaje en la plataforma, Trump amenazó a los Commanderscon entorpecer las negociaciones para el regreso de la franquicia a la ciudad capital.
“Si no cambian el nombre de nuevo al original Washington Redskins y no eliminan el absurdo mote de Washington Commanders, no haré ningún trato para que construyan un estadio en Washington. El equipo valdría mucho más y el acuerdo sería más emocionante para todos”, indicó.
En diciembre de 2020, la formación de la capital de Estados Unidos abandonó el nombre de Redskins (referencia a la piel roja de los indios nativos estadounidenses), así como su logotipo que mostraba la cabeza con plumas de un hombre indígena en los costados del casco del equipo, que ahora luce una W en mayúscula.
Hace una semana, dos hombres tomaron posesión presidencial de, en sus distintos ámbitos, un par de primeras potencias mundiales con rango de imperios. Donald Trump y Florentino Pérez gobiernan hoy, cada uno la suya, la Casa Blanca.
Aunque distintos, no les faltan similitudes. Son de la misma generación. Pérez cumplirá 78 años el 8 de marzo. Trump, 79 el 14 de junio. Durante unos meses compartirán los 78. Sus mandatos expirarán en 2029, cuando cuenten más de 80, una edad que proyecta incertidumbres en todos los órdenes de la vida. Para empezar, en el sucesorio.
Vienen de mandatos entrecortados, en dos tandas. Hegemónicos, carecen de rivales que puedan discutirles. A Trump, en el Partido Republicano. A Pérez, en el madridismo sociológico. Aunque claro vencedor, Trump ha vuelto al Despacho Oval con un 50% de popularidad. El mismo que, "grosso modo", recibe Florentino. Sin dejar de sentir los colores locales, la mitad de España es madridista por vocación, juegue quien juegue. La otra mitad, antimadridista por principio, mande quien mande. Trump tiene de su parte doctrinal las dos Cámaras del Congreso (el Senado y la Cámara de Representantes). Florentino, los compromisarios y las Peñas. En toda autoridad sin oposición anida una pulsión autoritaria.
Uno y otro son multimillonarios, sobre todo Donald ("Dolard"). Representan una concepción empresarial de la política y el fútbol. Eso no es nuevo. Una nación no deja de constituir una gran empresa. En cuanto al fútbol, hace tiempo que, en manos de países (los famosos "clubes-Estado"), magnates y oligarcas, supone un negocio tanto o más que una pasión. Que se lo digan al Madrid, que, según las cuentas de 2023-24, se ha convertido en la primera entidad futbolística que supera los 1.000 millones de euros de ingresos (1.045,5). Pertenece a los socios. Pero ya veremos en qué desemboca esa idea accionarial, aún sin definir, que aventura Pérez. Como en la granja de Orwell, algunos socios podrían llegar a ser más iguales que otros.
El Palco del Bernabéu
Trump y Pérez personalizan la completa invasión de la plutocracia en dos escenarios que nunca le han sido ajenos. En el Gabinete de Trump abundan los ricachones. En el adinerado ecosistema de Pérez, el equivalente gubernamental sería la Junta Directiva. Pero es el Palco del Bernabéu. Un escaparate. Un catálogo. Para el orgulloso mantenimiento de sus destinos históricos, Estados Unidos ha buscado en Trump a "un hombre fuerte". El Madrid, en Pérez, a "un hombre inteligente".
Donald, en las colosales dimensiones de todo cuanto contiene y significa su país en el Globo, y Florentino, en la hipérbole de lo que importa el Madrid en el fútbol internacional, practican un populismo triunfalista y complacido. Tosco en uno, elegante en otro. Trump pretende anexionarse Groenlandia. Pérez, tragarse a la UEFA.
Trump ha adoptado como himno propio una canción del 79, su edad en junio: "Y.M.C.A" (Village People). Florentino debería agenciarse una del 73, cuando tenía la edad actual de Mbappé, y dedicada a Kylian: "Eres tú" (Mocedades).
"Toda mi esperanza eres tú, eres tú. Todo mi horizonte eres tú, eres tú. Así, así, eres tú."
El apoyo de Thomas Bach, presidente saliente, a Kirsty Coventry podría justificar su victoria, pero no esta victoria, tan abrumadora que no necesitó que se eliminaran, uno a uno, el resto de los seis candidatos. El olimpismo ha hecho mucho más que apostar por la primera mujer. Ha dado un triple mortal hacia el futuro, en una decisión no carente de riesgos, porque el deporte quiere cambios que no observaba posibles con Juan Antonio Samaranch Salisachs ni con Sebastian Coe. Los miembros del COI entienden que ambos representan el pasado frente a un porvenir que va a necesitar de decisiones audaces y que difícilmente toman quienes han formado parte del establishment durante tanto tiempo: Coe, como presidente de la World Athletics; Samaranch Salisachs, como vicepresidente del propio COI.
Un rasgo de ese tiempo ha sido el presidencialismo, incluso el de Bach, y del que Coventry se ha desmarcado desde el primer momento. La ex campeona olímpica de natación, de Zimbabue, ha explicado que rige su vida a través de la filosofía 'Ubuntu': «Soy porque somos». Originaria de las culturas zulú y xhosa, rechaza el individualismo y entiende que los seres humanos son capaces de conseguir objetivos porque están conectados. De esa forma, insiste, quiere dirigir el Movimiento Olímpico. Loable propósito en un deporte que apuesta cada vez más por ex deportistas en puestos de gobierno, al contrario del antiguo régimen. Coe lo era, pero su arrogancia lo aproximaba al dirigismo del pasado. Los ocho apoyos que obtuvo en la votación envían al británico a la viñeta del cómic olímpico. Ridículo. Samaranch Salisachs fue segundo con 28, a 21 votos de la ganadora, muy lejos del consenso que inspiró su padre y patriarca del olimpismo moderno.
El caudillaje es también un signo de los tiempos en un mundo en el que va a tener que interactuar la nueva presidenta, con Donald Trump como anfitrión de los siguientes Juegos, y Vladimir Putin deseoso de volver a la platea olímpica si hay paz en Ucrania.
Coventry era, además, la candidata más joven, con 41 años, frente a Samaranch Salisachs y Coe, por encima de los 60. Su condición de mujer impulsará la paridad donde no haya llegado, pero antes deberá afrontar la peliaguda cuestión de la transexualidad. Como africana, su continente empieza a soñar.
El Mundial de clubes puso el domingo punto y final a su primera gran edición, tan revolucionaria como criticada. El Supermundial, nunca más Mundialito, terminó algo lejos de los datos del último Mundial de Qatar o de la Eurocopa, confirmando que el fútbol de selecciones sigue generando una pasión global imposible de igualar por los clubes, pero sentó las bases, eso sí, de un torneo que parece haber llegado para quedarse.
«Hemos generado ingresos de más de 2.000 millones. 31 millones por partido. No hay otra competición de clubes que se acerque a eso», clamaba Gianni Infantino en un desayuno con la prensa en la Torre Trump antes de la final, elogiando su idea y situándose de nuevo en la trinchera contra la UEFA, la verdadera y constante guerra del fútbol mundial. «La gente tiene que aceptar que el fútbol es nacional, continental e internacional y cada uno tiene su lugar en el calendario», insistió. Mensaje claro, sencillo y directo. Este Mundial es la 'Superliga' de la FIFA.
En lo deportivo, el torneo ha celebrado más de tres goles por partido y ha tenido decepciones (Atlético o Manchester City) y sorpresas (Fluminense o Al Hilal). Lo normal. Y en la grada ha sido un Mundial de contrastes. La media de espectadores rozará los 45.000 y de ocupación el 60%, viviendo alguna situación incómoda en la fase de grupos, como los 3.412 aficionados que acudieron al Mamelodi-Ulsan en Orlando, otras de éxtasis futbolístico con los fans sudamericanos, grandes agitadores, y con el Madrid, equipo con mayor seguimiento; y creciendo en la fase final con los encuentros celebrados en los estadios colosos de Philadelphia, Atlanta y especialmente el MetLife de Nueva Jersey.
"Gratis para todo el mundo"
Desde cuartos de final, y quitando el Fluminense-Al Hilal (43.000), la media de espectadores en los estadios ha sido de 70.800 aficionados, con 77.452 en el PSG-Madrid y 81.000 en la final, rozando el lleno, casi imposible, pero eso a la FIFA le da igual, aunque se hayan visto huecos en la grada durante el torneo. «Prefiero 40.000 personas en un estadio de 80.000 que 30.000 en uno de 30.000», explicó Infantino, sacando pecho de los 80.000 del PSG-Atlético del Rose Bowl: «Ninguna liga de clubes reúne a más de 40.000 en todos los partidos, sólo la Premier».
En la Eurocopa de Alemania, por ejemplo, la media del torneo fue de 51.939, pero los estadios también eran más pequeños. La final de Berlín entre España e Inglaterra congregó a 65.600 en un estadio con capacidad para 74.000 y el encuentro con más aficionados fue el Países Bajos - Turquía de cuartos (70.091). En Qatar, la asistencia media fue de 53.191 con los 89.000 de Lusail como hervidero en los últimos partidos.
Es decir, el Mundial de clubes ha estado por debajo en el promedio general de asistencia, pero ha peleado en su fase final. Otra cosa son las televisiones. «Decían que no tendríamos acuerdo de televisión y finalmente conseguimos uno revolucionario con DAZN, ofreciendo el fútbol gratis para todo el mundo», declaró Infantino. En España, además de DAZN, Telecinco ha dado el partido más importante de cada día y las cifras, dominadoras de su franja, han quedado lejos de los torneos de selecciones o de los clásicos entre Madrid y Barça.
Cole Palmer, con el trofeo del Mundial en el MetLife Stadium.AFP
Los partidos del Madrid han tenido una audiencia media de 3,4 millones y un 31% de share, mientras que los de la selección en Alemania se fueron hasta los 8,9 y 63,3%, la final de última Copa a 8,7 y 59% y la final de la Supercopa a 6,5 y 49,8%. Todo en abierto. Los blancos venden, pero no tanto como cuando se enfrentan a su eterno rival ni como la selección en un torneo grande. Suena lógico. El Mundial de clubes, eso sí, mejora en audiencia a la Intercontinental (1,9 y 22% ante Pachuca en abierto) y supera por poco al último 'Mundialito' madridista, ganado ante el Al Hilal a principios de 2023 (3,3 millones y 25%). También supera a la final de la Champions: 2.957.000 espectadores con un 28,3% de share para el Chelsea - PSG frente al 2.641.000 y el 26,3% del PSG - Inter.
En el césped, mucho debate con el calor y las tormentas, «pero en el 94 también jugábamos así y no pasada nada», clamaban este fin de semana Hristo Stoichkov y Roberto Baggio. «En los Juegos de París también se jugaba durante el día», se defendía Infantino, que recordó que en 2026 cinco de los 16 estadios tendrán techo.
De los 1.000 millones de premio, el PSG y el Chelsea se llevan más de 100 cada uno y el Madrid 74 por sus semifinales, un bote más grande que el que reparte la Champions por más partidos. «Dicen que perdíamos dinero o que nos quedábamos con algo. No. Todo se ha distribuido. Ya es la competición de clubes más valiosa del mundo», insiste Infantino en otro mensaje hacia la UEFA de Ceferin. «La era dorada del fútbol de clubes ha comenzado», finalizó.