Soler triunfa en Covadonga y O’Connor salva el liderato por segundos

Soler triunfa en Covadonga y O'Connor salva el liderato por segundos

Covadonga. Mitificación histórica, religiosa y ciclista. Y en los Lagos, para la mitificación histórica y la divinización religiosa de los gigantes sobre dos ruedas sin motor, inscribió su nombre Marc Soler (UAE), rematando la numerosa escapada del día, la estampida de rigor, esta vez de 17 hombres. Soler, el más combativo de esta Vuelta, también uno de los menos estrategas, de los que más fuerzas tiran por el sumidero, obtuvo una recompensa merecida y, ateniéndonos a sus gracias, corta. Incluso así, soberbia, envuelto Marc en un paisaje fantasmal. Dominó a sus últimos compañeros de fatiga, Filippo Zana (Jayco) y Max Poole (DSM).

Detrás, la mezcla de heroísmo absoluto, de sacrificio inmenso y de fe intacta permitió a Ben O’Connor mantener el rojo por sólo cinco segundos. Para desgracia propia y de la carrera, Wout van Aert se cayó, junto a Engelhard y Del Toro en la húmeda y peligrosa bajada de la Collada Llomena y tuvo que abandonar. Se hizo bastante daño en la rodilla y el brazo derechos. Las exploraciones dirán el alcance de unas lesiones que podrían comprometer el resto de la temporada. Lleva un año maldito.

Los Lagos no son un puerto terrorífico. Los hay mucho más altos, mucho más largos, mucho más duros. Pero, atendiendo a su entorno físico, geológico, de una hermosura sobrecogedora de riscos primigenios y bosques misteriosos, no queda más remedio que otorgarle la máxima categoría. Probablemente, la de “especial” es exagerada. Pero nadie la va a discutir ni permitiría que se la rebajase. La Vuelta se la reconoce como una forma de homenaje a lo que representa: un símbolo heráldico admitido por el hombre tanto como una montaña colocada ahí por la Naturaleza.

Marc Soler, Primoz Roglic y Ben O’Connor fueron los hombres del día. El primero por su victoria parcial, temporal, pero ya eterna. El segundo, por su acercamiento al liderato. El tercero, por mantenerlo con una dignidad admirable y, conjunta, una energía física y psicológica ante la que nos inclinamos con admiración y respeto. Soler ya ha cumplido de sobra, aunque no es descartable que lo siga intentando. Roglic parece el más fuerte de la carrera, pero no el Roglic más fuerte que conocemos. Después de todo, tiene ya 34 años. O’Connor va perdiendo gota a gota de sudor, de perfume y de veneno su ventaja. Pero quizás, como en Don Juan Tenorio, aún quede un grano de arena en el reloj de su vida.

La diferencia entre un Roglic fuerte, pero no tanto y un O’Connor débil, pero hasta cierto punto, va a designar en principio al vencedor y al vencido, que ahora bailan en cinco segundos como un gemido de placer, como un estertor de agonía. La Vuelta ha hablado en Covadonga bastante claro. Mas, Carapaz y Landa, secundarios, que no segundones, no parecen en condiciones de aspirar a otra cosa que no sea un lugar en el podio. El tercer escalón. Pero si la Vuelta ha hablado con claridad, no ha dicho ni mucho menos la última palabra. Vienen ahora dos etapas de transición y (relativo) descanso. Pero el viernes en Moncalvillo, el sábado en Picón Blanco y el domingo, en la contrarreloj de Madrid, la carrera dictará una sentencia ante la que ya no cabrá interponer recurso alguno.

Estamos descubriendo con interés y cierta esperanza a un Enric Mas ambicioso, valiente, decidido, apoyado por un Movistar incondicional. Pero no es capaz de romper aguas y moldes. Le falta ese punto de capacidades para lograrlo. No es un “killer”. Es un diésel que a la hora de revolucionar el motor no encuentra la potencia suficiente para hacer diferencias. Se diría condenado a integrar en las grandes carreras los pequeños, selectos grupos de ilustres, pero sin la capacidad de responder a lo grande. Sin embargo, a los 29 años, en plena madurez y aún con un cierto margen de progreso, podríamos estar asistiendo a un tardío pero nuevo Enric Mas que se está ganando a pulso un voto de confianza.

‘Landismo’

Respecto a Mikel Landa, cualquier movimiento por pequeño que sea revive ese landismo mortecino que se alimenta de ilusiones más que de hechos. Próximo a los 35 años, está protagonizando una Vuelta más que notable. No obstante, cada ataque suyo es de algodón. Incluso en su blandura, lo acaba pagando a la postre. Toda su gestualidad sobre la bicicleta, manos abajo del manillar, cuerpo bailando encima de los pedales remite a la potencia. Pero queda mejor en una fotografía que en una imagen animada. El ciclismo español, sin embargo, reconoce en Mikel a un personaje enormemente atractivo, especial para el aficionado. El carisma, como el gol, se tiene o no se tiene. El del alavés redunda en beneficio del propio ciclismo.

La etapa añadió a la belleza de la competición y el paisaje la fascinación de la niebla, que rezumaba agua. Los corredores, desdibujados, con sus contornos confundidos con la gris opacidad general, llegando en un goteo incesante, proclamaron una vez más el atractivo de un deporte único en el que la lírica y la épica son las dos caras de una misma poética epopeya.

kpd