El éxito infinito comenzó en 2005 en París, pero el dolor se instaló en sus venas unos meses antes. Empujándole también a la gloria, creando una mentalidad permanentemente en guerra, de pura supervivencia y de convivencia constante con el sufrimiento. Porque la carrera de Rafael Nadal, el mejor deportista español de todos los tiempos y uno de los más grandes de la historia del tenis, no se entiende sin su gran compañero de viaje: el dolor.
Son una veintena de lesiones, algunas más graves que otras, algunas repetidas, algunas en momentos clave de la temporada, algunas durante un duelo por un Grand Slam, algunas después de ganar o perder, algunas antes de saltar a la pista... Las consecuencias, en números, provocan un "y si" en mayúsculas: Djokovic se ha perdido tres Grand Slam por lesión, Federer ocho... Nadal, por su parte, 16. Se retira con 22 Grandes, dos menos que el serbio y dos más que el suizo, y lo hace con toda la gloria posible. Pero también con la ilusión de lo que podría haber pasado sin tanta molestia física.
El pie, primera lesión grave
En 2004, un año antes de ganar su primer Roland Garros, se perdió la edición de esa temporada y de Wimbledon por una fractura en el pie izquierdo. Estuvo cuatro meses debaja y fue el inicio de una lesión crónica que terminó resultando en el síndrome de Müller-Weiss, una afección degenerativa en el hueso escafoides que le fue dando problemas durante su carrera y que le obligó a estudiar cómo hacerle frente: plantillas, rehabilitación constante, dolor crónico, avisos de los médicos...
El primer parón llegó a finales de 2005 y comienzos de 2006, cuando se perdió el Open de Australia. Sólo llevaba tres temporadas como profesional y las lesiones ya le habían impedido disputar tres grandes torneos.
La rodilla, constante
En 2008, después de hacer doblete en París y Wimbledon, empezaron los problemas de rodilla. Se retiró del Masters de París y se perdió la Copa de Maestros por una tendinitis rotuliana en la izquierda y volvió en Australia 2009, donde triunfaría por primera vez. Parecía capaz de aguantar cualquier dolor, pero se mostró humano en París. Las molestias en la rodilla eran constantes y perdió con Soderling en la cuarta ronda de Roland Garros, una de las grandes sorpresas de la historia reciente. No acudió a Wimbledon y estuvo tres meses de baja para aspirar a su primer US Open, donde cayó en semifinales. De nuevo, parecía coger ritmo, pero no. Otra vez las rodillas.
Estrenó 2010 retirándose en cuartos de Australia, donde defendía corona. La preocupación creció porque en Melbourne el problema fue la rodilla derecha. Más médicos, más rehabilitación y más preguntas: ¿Podría ganar? ¿Podría ser constante? La respuesta, un puño en la mesa del tenis: ganó en París, en Londres y en Nueva York. Tres grandes en una misma temporada. Toda una hazaña.
En 2012 dijo "basta"
El cuerpo le aguantó en 2011, donde revalidó victoria en París y perdió las finales de Wimbledon y US Open, pero dijo "basta" en 2012, año de Juegos Olímpicos. Después de disputar cinco finales de Grand Slam consecutivas, incluyendo la perdida en Australia y la ganada en París, su rodilla llegó al límite en la segunda ronda de Wimbledon. Cojo, cayó ante Rosol y sufrió la peor lesión de su carrera: rotura del tendón rotuliano izquierdo, ocho meses de baja. Adiós a Londres 2012, al US Open y al Open de Australia del año siguiente.
Recuperó su nivel triunfando en París y en Nueva York y encaró 2014 convencido de poder conquistar los cuatro en una temporada. Y de nuevo, el dolor.
Las muñecas
Perdió la final de Australia, ganó Roland Garros y su cuerpo gritó, exhausto, al sufrir una importante lesión de muñeca en su derrota ante Kyrgios en Wimbledon. Una desinserción de la vaina del cubital posterior de la muñeca derecha. El pie, las rodillas y la muñeca. El dolor como acompañamiento constante a sus 28 años.
El sufrimiento fue tal que 2015 fue su primera temporada sin levantar un Grand Slam, un mar de dudas en su cabeza, en su círculo cercano y en el aficionado. 2016 no fue mejor. Los dolores en las muñecas continuaron y se retiró en la tercera ronda de Roland Garros por molestias en la derecha. "Estoy jugando con anestesia. Si sigo, se romperá", avisó. A pesar de todo, la rehabilitación y su fuerza de voluntad le llevaron a los Juegos de Río, donde, dolorido, logró el bronce en individuales y el oro en dobles.
Nadal iba sumando lesiones graves en diferentes partes de su cuerpo mientras las que ya tenía se repetían o se agravaban. Un sufrimiento físico que traspasaba la pista de tenis y se hacía constante en su día a día.
No pudo enlazar temporadas largas de juego, por eso su nivel en los Masters disminuyó, pero sí consiguió apaciguar las molestias durante las dos semanas que duraban los Grand Slam. Recuperó la corona de Roland Garros y del US Open en 2017 tras dos cursos en blanco, recuperó el número uno y se enganchó de nuevo a la gloria. Pero lo pagó.
El psoas
Apareció entonces la lesión en el psoas ilíaco, que le hizo abandonar en octavos de Australia 2018. Consiguió recuperarse para ganar en París y competir hasta las semifinales de Wimbledon, hasta que la rodilla volvió a darle problemas en las semifinales del US Open. Otro parón. ¿Quién puede aguantar así?
Pues Nadal. Resulta que después de todos los dolores acumulados, el balear hizo en 2019 una de las mejores temporadas de su vida. Perdió la final de Australia, ganó en París y Nueva York y cayó en semifinales de Wimbledon. Parecía listo para un tramo final de carrera en el que dosificar esfuerzo y lidiar con el dolor. Pero no.
"Una semana sin bajar escaleras"
Después de la pandemia, todo fue a peor. Jugó Australia 2021, pero los dolores de espalda le lastraron la participación. Y tras caer en semis de Roland Garros ante Djokovic, se despidió de los Juegos de Tokio y de la temporada por lo insoportable del dolor en el pie izquierdo. "Después de París, estuve una semana sin poder bajar unas escaleras. Es una enfermedad degenerativa", admitió.
Su cuerpo agradeció la pausa y consiguió recuperarse para ganar Australia y Roland Garros en 2022, algo impensable porque mientras triunfaba en los Grandes (los últimos) con dolor, abandonaba los Masters por lesión. Las costillas, el pie, las rodillas el psoas... No parecía de este mundo, pero lo era.
Su padre le pidió parar
En Wimbledon, hasta su padre le pidió abandonar cuando sufrió la rotura abdominal en pleno partido. Una imagen que define sus últimos meses. Llegó entonces su primer amago de retirada, anunciando que necesitaba una pausa sin fecha de regreso, su vuelta para el Roland Garros de este año, los Juegos de París y el adiós definitivo.
Se va con 22 Grandes y con cuatro años y diez meses de baja por lesiones. Una estadística que mezcla la valentía y la locura del hombre y del deportista. No sabemos quién hubiera sido Nadal sin lesiones, pero con ellas es un extraterrestre.