2-0 en el Camp Nou
Los goles de Dembélé y De Jong en la segunda parte resuelven la victoria azulgrana en la emocionante noche del adiós del central (2-0)
Se fue Gerard Piqué en paz, con el brazalete de capitán, con las lágrimas buscando rendijas por donde salir, y sintiéndose líder en un triunfo del Barcelona. Bendita ironía para alguien que fue tan feliz en la tormenta. El adiós lleva implícito la admiración y el perdón, sentimientos que sólo pueden ser expresados cuando ya no hay vuelta atrás. Quizá por eso sirvan las despedidas para comenzar a hablar en pasado. No será así con Piqué, que no tendrá que mirar atrás para reconocerse. Porque se salió con la suya. Porque logró trascender al fútbol, un juego que supo dominar mientras quiso.
Probablemente no hubiera más que atender a la mirada infantil. No hay filtro más puro que ese. Milan y Sasha, embutidos en camisetas con el nombre de su padre, le miraban con profunda admiración en la oscuridad del túnel de vestuarios ante su último partido como futbolista en el Camp Nou. A Piqué, titular en su despedida, ya sólo le quedaba cerrar de la mejor manera posible.
Fue el Almería de Rubi un equipo de lo más adecuado para darse un homenaje. Por algo llegaba al Camp Nou como el equipo del campeonato con menos traza como visitante. Pero entre ese amanecer en que la única obsesión era que la pelota llegara a Piqué, y la escasa efectividad azulgrana en las zonas determinantes, los almerienses pudieron implicarse de lo lindo en la supervivencia.
Penalti tras advertencia del VAR
Y eso que el Barcelona pudo haber encarado la noche al primer suspiro. Kaiky, uno de los tres centrales que Rubi alineó frente al patíbulo, vio cómo la pelota impactaba en su brazo izquierdo, estirado más de la cuenta. Poco importó que el defensa estuviera de espaldas, porque el árbitro, tras advertencia del VAR y después de revisarlo en el monitor, decidió que aquello debía ser penalti.
Se vivió entonces uno de aquellos momentos surrealistas que colorean estas historias. El Camp Nou comenzó a reclamar con insistencia que el penalti lo tirara Piqué, tal y como hizo en su día Mascherano el día que se despidió. Pero Piqué, con buen criterio, le dijo a Lewandowski que aquello no podía ser una verbena. El polaco, sin embargo, ya agarró el balón desconcertado. Tanto que no supo qué hacer frente a Fernando, el portero del Almería. A Lewandowski se le hizo eterno el momento. Corrió, se detuvo, y cuando su pie llegó a la pelota aún no había decidido hacia dónde debía tirar. Lo hizo sin convicción, a su izquierda, y el balón se fue manso hacia el palo.
Para saber más
Si bien el Barcelona no pagó el error en cuanto al dominio, la coherencia y la velocidad de su juego -y en eso, pocos como Balde-, sí lo hizo en su manera de acabar las acciones durante el acoso y derribo del primer acto a Fernando. Todo lo bueno que lograba en la concepción, se oscurecía en la finalización. Quien mejor representó ese contradictorio escenario fue Ferran Torres, un martillo pilón para el sufrido Mendes, pero incapaz de llegar a tiempo a la coronación.
Un raro placer
Estaba el Barcelona en pleno amontonamiento de ocasiones cuando De Jong erró un pase horizontal que abría las puertas de par en par a Ramazani. El belga descubrió entonces el miedo que provocan aquellos porteros que, de repente, se ven invencibles. Es tal la confianza de Ter Stegen que ni siquiera importó que se quedara a media salida. Sólo tuvo que esperar a que Ramazani se derritiera al verlo y le tirara donde él quería.
Una vez el Almería comprendió que nada bueno podría sacar, la grada pudo dedicarse a ese raro placer de ver jugar a Dembélé. Venía el francés de cabecear con los ojos cerrados a puerta vacía. Dispuesto a la redención, Dembélé volvió a la carga tras el descanso con el memorable episodio del gol inaugural. Localizado por Busquets desde ultramar, el extremo llevó a la locura a Babic, Ely y Samu Costa antes de zanjar con un dulce golpeo al que ya nada pudo oponer el portero. Dembélé se enredó otra vez después, pero tras la sentencia ofrecida por De Jong, ya nada importó.
El foco, en el minuto 84, volvió donde debía. Xavi ordenó a Christensen que se preparara para salir. Y Piqué, que tantas veces había hecho de la fortaleza mental su mejor escudo, se vio desnudo ante la emoción que le invadía.
Porque jugar es también vivir. Ahora ya lo sabe.