Tafarell Buene llegó a España porque un tipo dejó a su padre tetraplégico de un golpe después de llamarle “negro de mierda” y de mandarle “de vuelta a su país”. Así que, con nueve años, aterrizó en Vallecas desde Kinshasa junto a su madre y su hermana en una reunificación familiar derivada de aquel terrible ataque racista.
Tafarell amaba el fútbol desde pequeño y, gracias a una voluntaria de Movimiento contra la Intolerancia, fue admitido en las categorías inferiores del Rayo Vallecano. “El equipo estuvo increíble, tenía problemas con el castellano y los chavales me acogieron muy bien”, cuenta en conversación con EL MUNDO. Entonces, empezaron los problemas.
En los partidos fuera de casa los padres de otros niños gritaban: “Quita de ahí que ese negro te va a matar” o “cuidado con ese mono” y él, como no entendía muy bien el castellano, no era consciente de los insultos hasta que su entrenador le decía: “Tranquilo, que no tienen educación”. Tenía 10 años.
Los insultos crecieron con él, así como su capacidad de comprenderlos. “Negro, mono de mierda, vete a tu puto país”, le soltaban, e incluso le escupían cuando se acercaba a la banda a por un balón. “Eran cosas que me dolían, pero yo sólo quería jugar al fútbol”, cuenta Tafarell. Poco después, ni eso pudo. Los entrenadores no le convocaban para protegerlo cuando el equipo jugaba en campos hostiles y él, claro, llegaba a su casa llorando desconsolado. Tenía 15 años.
“Pensé en abandonar, dejé de ir al fútbol unas semanas porque para qué, si cada vez que iba a un campo los insultos iban en aumento”, cuenta este ex futbolista que tuvo que dejar el deporte que amaba no por esta terrible situación sino por una lesión en la ingle de la que le era complicado recuperarse sin operación. “El racismo en el fútbol es algo habitual en todas las categorías”, explica Tafarell. ¿Por qué?
“No es que el deporte exacerbe el racismo, es que los escenarios de impunidad lo posibilitan”, razona Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia. Es una impunidad, la de la masa, que parecía también judicial. Hay que recordar que la Fiscalía de Madrid archivó la denuncia de cánticos racistas contra Vinicius en los exteriores del Cívitas Metropolitano por “no poder reconocer a ninguna de las personas que profirieron los cánticos, al tratarse de un número considerable de individuos los allí congregados”.
Entonces llegó Mestalla, el terremoto y la movilización de todos los estamentos en contra del racismo en el fútbol, pero desde el fútbol base y aficionado no están seguros de que vaya a ser definitorio. “Esto no lo cambia una sola persona, tiene que ponerse firme la ley. Lo importante es que la gente aprenda”, explica Mamadou Basirou, un ex árbitro de Zaragoza que consiguió una sentencia histórica contra dos individuos que le insultaron en un partido de alevines en Aragón.
Fueron nueve meses de cárcel y 500 euros de multa y otros cuatro meses de prisión a dos padres que llamaron a Mamadou “negro, negrito, negro de mierda, me cago en tu raza” y también “vete al desierto que es donde tienes que estar, te vamos a dar una paliza que no se te van a ver los moratones porque eres un negro de mierda”. Fueron condenados el primero por delito de lesión a la dignidad a las personas por motivos racistas y el segundo por resistencia a la autoridad. Sin embargo, resultaron absueltos de la acusación por delitos de amenazas y de incitación al odio.
Mamadou cobró entre 13 y 20 euros por arbitrar un partido que, encima, no le correspondía porque había acudido como sustituto. “Si no llega a estar la Guardia civil me dan de hostias, eso es lo más duro. Si ganáramos millones al menos, pero no ganamos nada, perdemos tiempo por una mierda”, cuenta Mamadou a EL MUNDO. Tras ese episodio, claro, dejó el arbitraje. “Los árbitros en competiciones de base o aficionados lo asumen todo y eso es mucho. Ellos están muy solos”, apunta Esteban Ibarra.
En España hay 1.380.000 licencias federativas de fútbol. De ellas, apenas 500 pertenecen a futbolistas profesionales que se codean cada domingo con Vinicius. El salario medio de la plantilla del Real Madrid, por ejemplo, es de 10 millones de euros anuales. “A los multimillonarios les puede afectar, a mi no me sirve de nada porque se puede liar si te enfrentas a ellos. Y es peor porque puede acabar de forma violenta”, explica Luis Meseguer, lateral derecho de la Agrupación Deportiva Unión Adarve (Madrid).
Luis Meseguer, ‘Mese’, nació en España de padre guineano y madre española. En su caso, en juveniles, fue un rival el que protagonizó su primer contacto con el racismo. “Me estuvo llamando negro todo el partido, aunque al acabar me pidió perdón y me soltó la típica frase de: ‘si yo tengo muchos amigos negros'”, rememora.
En otra ocasión, a él y a un compañero de equipo negro les hacían sonido del mono cada vez que alguno de ellos tocaba el balón. “No dijimos nada porque tenemos el insulto normalizado. Yo, cuando me pasa, trato de evadirme”, cuenta. Aunque él tiene otra técnica curiosa cuando ocurre, parecida a la que empleó Dani Alves en 2014 cuando le tiraron un plátano en un partido contra el Villarreal y se puso a comérselo antes de sacar un córner.
“Jugábamos contra el Guadalajara y la gente empezó a decirme de todo, entonces a mí me salió reirme y al final ellos acabaron riéndose también y pararon”, revela el jugador. Mese es consciente de que no todo el mundo es capaz de reaccionar como él lo hace no sólo ante los insultos racistas sino ante cualquier afrenta en general y confía en que lo de Vinicius ayude a “eliminar no sólo las ofensas racistas, sino todas”. Va en sintonía con la reflexión que hizo el entrenador del FC Barcelona, Xavi Hernández, poco después de los incidentes de Mestalla.
Y es que todo el mundo tiene claro un factor que falta en este caso: “educación”. “Si educamos bien a los niños y ni ellos ni el entrenador le siguen el juego a los padres que insultan, ellos mismos quedarán en evidencia”, expresa el presidente de Movimiento contra la Intolerancia. Es evidente que los niños no nacen racistas, sino que se hacen. La pregunta que subyace a todo y que resulta muy complicada de responder desde el fútbol base y aficionado resulta obvia: ¿Es España racista?
Todos los protagonistas comienzan con un no rotundo, pero siempre terminan con la adversativa más o menos fuerte según la experiencia. “No lo es de manera general, pero sí me he encontrado a muchos”, Mamadou. “No creo que España sea racista, solo que a Vinicius le ha dolido personalmente”, Mese. “Me gustaría decir que no, pero sí hay conductas que lo son”, Tafarell. “España y el fútbol no, pero hay comportamientos en España y en el fútbol que sí resultan”, Esteban Ibarra.
Ahora hay una oportunidad para cambiar. Si no se cambia. Quizás el fútbol pierda riqueza, pierda color. “La gente tiene que aprender, porque si no, al final la gente abandonaría el fútbol y nadie querría jugar”, concluye Mamadou.