Musa y Llull acaban con el sufrimiento en Atenas

Musa y Llull acaban con el sufrimiento en Atenas

Panathinaikos 68 Real Madrid 71

Actualizado

El Real Madrid arranca la Euroliga con una victoria poco brillante ante el renovado Panathinaikos. Tavares, la aparición final del bosnio y un triple a tabla del balear acaban con la resistencia de los griegos

Llull, ante Gudaitis, en el OAKA.PETE ANDREOUEFE

No fue un triunfo para presumir, pero arrancar la Euroliga ganando a domicilio en el OAKA lo firma cualquiera. Si finalmente el Real Madrid reconquista el trono europeo en la Final Four, pocos recordarán este primer paso victorioso. Se podría resumir en el triple a tabla de Llull que finiquitó la noche en Atenas o en los 10 tiros libres que falló el Panathinaikos que hubieran cambiado cualquier guion. El caso es que, más sudores o menos, el Madrid de Chus Mateo, pese a las muchas bajas, se mantiene invicto, cinco de cinco entre Supercopa, ACB y Euroliga. [68-71: Narración y estadísticas]

En un espesísimo duelo que nunca fue capaz de romper ni dominar, el Madrid se acabó refugiando en la defensa para compensar su grisura ofensiva. Ahí, Tavares es el rey, el elemento que decanta balanzas. Su trabajo sordo acabó minando el coraje local y la aparición final de Musa, además del rejonazo de Llull, acabaron con el renacido y peleón Panathinaikos de Dejan Radonjic.

El Real Madrid no se encontró un escenario sencillo ni un rival desahuciado como era el Panathinaikos del curso pasado. Nueve caras nuevas -entre ellas, Mateusz Ponitka, uno de los grandes protagonistas del reciente Eurobasket- y un cambio en el banquillo para espabilar a un histórico venido a menos. Que entorpeció a base de entusiasmo y energía a un Madrid que avanzaba a trompicones, que cobró su primera ventaja (13-21) con un electro-shock, tan genial como efímero, de Mario Hezonja ante su ex equipo -ocho puntos en apenas un minuto- y que, después, sin acierto ni fluidez, sobrevivió hasta el descanso sin grandes alardes.

Derrick Williams

Había sido una primera mitad incómoda, con momentos de brillantez pero demasiadas desconexiones. El rebote, Deck (13 rechaces) y Tavares sostenían al Madrid, pero necesitaba algo más en el OAKA. Y a la vuelta se volvió a encontrar con un rival empeñado en cortocircuitarle, con un Georgios Kalaitzakis que, con sus robos, era la imagen de la intensidad griega. Y el inefable Derrick Williams su puntal ofensivo, pese a que fallaba tiros libres de manera lastimosa.

Siguió la respuesta de Deck y Tavares, incombustibles, una pareja tan rocosa y efectiva que por momentos resulta imparable para cualquiera. Y se unió el ímpetu de Causeur, que había durado poco en el arranque con dos faltas. Pero cada vez que parecía enlazar varias acciones positivas, el Madrid no lograba despegar por errores propios o aciertos ajenos. Avanzaba el partido con un intercambio incómodo, con extrañas decisiones arbitrales, encaminándose hacia un desenlace en el alambre.

Apareció Llull. En el partido que le convertía en más leyenda blanca, 346 noches europeas como nadie, y tras una primera parte que no guardará precisamente en el recuerdo, el balear asestó un triple de esos que destrozan pizarras y puso una distancia esperanzadora (55-62). Pero el guion se repetía machaconamente. El Panathinaikos siempre volvía. Y lo hizo a lo grande, con un 8-0 en el que el menudo Paris Lee engarzó dos triples seguidos.

Ahí, en ese abismo, ya no le quedó frescura al Panathinaikos ante un Madrid que se sabe de memoria la forma de ganar partidos. Musa encadenó tres canastas seguidas, con esa facilidad que le hace único, en esta Euroliga que tanto le aguarda. Y, tras una serie de errores por ambos bandos, la ‘mandarina’ de Llull, un grito de rabia en el OAKA, acabó con lo que se daba.

kpd