El Comité de Disciplina de la Federación Española de Fútbol (RFEF) ha sancionado al Getafe con la clausura parcial de su estadio durante tres partidos y una multa de 27.000 euros por los insultos racistas de sus aficionados la última jornada de Liga contra el Sevilla.
Según confirmó la RFEF, la sanción en aplicación del artículo 51.7 del Código disciplinario de la RFEF por la comisión de infracciones muy graves tipificadas en los artículos 69.1.c), 69.2.d) y 76.2, apartados b) y d).
“En los tres próximos encuentros a disputar por el Getafe CF, SAD en sus instalaciones deportivas, se deberá cerrar el acceso al público a la zona central del campo detrás de la posición del árbitro asistente nº2, que quedará debidamente acotada, no pudiéndose reubicar a los espectadores que, en su caso, pudieran venir ocupando las mismas con carácter habitual”, dicta el castigo.
“Además, durante la celebración de los partidos que abarca la sanción de cierre parcial, la zona clausurada deberá mostrar un mensaje visible de condena a los actos y conductas violentas, racistas, xenófobas e intolerantes en el fútbol y apoyo al juego limpio”, añade el Comité de Disciplina de la Federación Española de Fútbol (RFEF).
Los próximos partidos del Getafe en casa serán ante la Real Sociedad (21 de abril), el Athletic (5 de mayo) y el Atlético (15 de mayo). Sólo en el último partido de Liga ante el Mallorca, el Coliseum recuperará su aforo completo.
Es la segunda vez que la RFEF cierra una grada por insultos racistas. Anteriormente, el Valencia fue sancionado con el cierre parcial cinco partidos y 45.000 euros por los insultos de sus aficionados a Vinicius. Tras el recurso, la pena se quedó en tres encuentros y 27.000 euros, justo lo aplicado ahora al Getafe.
Al igual que hace dos años, España se jugó a los penaltis el título. Y, al contrario que hace dos años, lo perdió. Hace dos años, en Rotterdam, España comenzaba a fabricar un proyecto. Ayer, hoy, lo tiene perfectamente fabricado. Hace dos años, a Luis de la Fuente se le miraba de reojo. Hoy se le mira como lo que es, un buen seleccionador. España perdió ayer en los penaltis contra Portugal después de una noche discreta, encarnada como pocas veces por Lamine Yamal, desaparecido durante los 105 minutos que jugó. Esa versión gris de España pudo haber ganado el partido, pues le dio para ello, pero el ímpetu de Portugal, una selección mucho más hambrienta que la española, llevó la cosa hasta los penaltis, donde quiso el destino que Morata, que apenas ha jugado 10 minutos en toda esta Final Four, fallase el penalti que dejó a la selección sin algo único: haber sumado tres títulos consecutivos. [Narración y estadísticas (2-2, 5-3)]
No debería España, sin embargo, perder la perspectiva de lo que es: una de las mejores selecciones del mundo, un grupo que no va a ganar siempre todo, sólo faltaba, pero que va a estar siempre en disposición de hacerlo. Sin ir más lejos, el Mundial del año que viene, para el que inicia la clasificación en septiembre. España ha pasado de ser un tiro al aire, un equipo que podía ganar o perder con cualquiera, a ser un equipo que casi siempre gana. Aunque no siempre, claro. Sólo faltaba
Sería casualidad, o no, pero el caso es que el partido empezó un minuto y medio después de que Carlos Alcaraz se tirara al suelo de Roland Garros para celebrar su triunfo en un partido para la historia. Y no tiene este torneo, ni de lejos, partidos para la historia, apenas tiene de hecho historia, de modo que todo lo que ocurriera olía a mundano al lado de lo que acababa de suceder en París.
El lateral derecho
Ajenos a estas disquisiciones, españoles y portugueses se aprestaron a discutir por el título. De la Fuente repitió una maniobra que ya escenificó en los cuartos de final contra los Países Bajos. De un partido a otro, de jueves a domingo, cambió al lateral derecho y a un centrocampista. Lo del centrocampista era normal porque Fabián es muy titular en este equipo, pero lo del lateral derecho es la ejemplificación de que es ahí, en ese lugar concreto del campo, donde sin Dani Carvajal España tiene un agujero severo. Ahí, porque en la posición de delantero centro el debate, de momento, se aplaza.
Y se aplaza porque, al declive, quién sabe si definitivo, de Morata, se le ha opuesto el estallido de Oyarzabal. Ya no es que sea el máximo goleador de la era De la Fuente, que lo es. Ya no es que marque siempre en las finales, que marca. Es que además hace todo lo que se espera de un punta clásico. Tira desmarques, ahora de ruptura, ahora de apoyo, y en estos últimos descarga siempre bien. Así ocurrió en la jugada del primer gol, minuto 20, cuando se la dejó a Zubimendi para que su conducción, su apertura a la banda, el centro de Lamine y el barullo dieran paso a un pase a la red del propio Zubimendi.
A España le duró muy poco el alborozo pues Nuno Mendes (¡vaya futbolista!) empató cinco minutos después en una jugada donde España reclamó fuera de juego de Cristiano en el inicio. Ese empate en realidad era bastante justo, pues ningún equipo logró imponerse. Ni España a Portugal ni Portugal a España. Mirando en casa, se vio un equipo volcado hacia el costado de Nico, mucho más bullicioso que Lamine, irreconocible.
Momento del gol de Cristiano Ronaldo.AFP
Mirando al equipo de Roberto Martínez, sorprendió ver a Joao Neves de lateral derecho, una pequeña mentira del técnico español pues cuando tenían el balón, el jugador del PSG se metía en el centro del campo para crear superioridad. Aguantó España sin embargo ese trance (y ayudó lo suyo la poca faena defensiva que hace Cristiano) y sólo sufrió cuando los portugueses corrían. Andaba la cosa bastante calmada, con el descanso asomando por el Allianz, cuando España se puso por delante en un visto y no visto. Condujo Pedri la pelota a campo abierto tras un robo de balón y le puso un balón milimétrico a Oyarzabal, que remató como lo que es, un delantero centro. Portugal reclamó falta de Le Normand en el inicio de la jugada, pero el árbitro dijo que no.
A la vuelta del descanso España, entonces sí, agarró la pelota y se hizo fuerte con ella, ya con menos fuelle la presión lusa. Sin embargo, reapareció el gran ajugero negro que es el lateral derecho para que Nuno Mendes (¡vaya futbolista!), se deshiciera de Lamine y Mingueza sin mayores problemas y su centro, tras un rebote, lo enchufara Cristiano.
El gol animó a Portugal, pero la cosa se volvió a calmar. Entró Isco a falta de un cuarto de hora junto a Merino. Cristiano sacó la bandera blanca a falta de cuatro minutos y el partido se marchó a la prórroga. Allí, la cosa se fue apagando al punto que entró Yeremi por Lamine. Es un jugador (Lamine) al que es difícil quitar porque siempre puede inventarse algo, pero ayer no era su día. No lo fue nunca, desnortado, impreciso, fuera del partido. No era el día. Ni el suyo ni el de España, que no ganó, pero que sigue en disposición de hacerlo.
La semifinal duró diez minutos. Lo que tardaron Asencio y Rüdiger en dispararse en el pie y condenar al Real Madrid bajo el sofocante calor del MetLife Stadium de Nueva Jersey. Ahí murió este joven Madrid de Xabi Alonso ante un PSG fino, trabajado, vertical e insaciable, que le devoró con tres goles para sentenciar la cita antes del descanso y el cuarto en el tramo final. Luis Enrique, después de ganar 5-0 al Inter en la Champions, está a un paso de conquistar el primer gran Mundial de clubes, guinda de su extraordinaria obra parisina. [Narración y estadísticas, 4-0]
Con la baja de última hora de Alexander-Arnold por molestias musculares, Alonso se vio obligado a situar a Valverde en el lateral y a dejar sólo a Tchouaméni en el centro del campo, con Güler y Bellingham como interiores. Arriba, apostó por la primera titularidad de Mbappé y por continuar con Vinicius y Gonzalo. Intentó morder mientras era mordido, y salió mal.
Courtois apareció de forma milagrosa dos veces en los primeros cinco minutos, gastando todas las opciones de su santidad. Rechazó un disparo peligroso de Fabián y desvió, de forma casi inexplicable, un remate a bocajarro de Nuno Mendes. Vivió el Madrid de forma temporal, intentando alguna contra con Mbappé, pero cayó en la lona con los errores de Asencio y Rüdiger.
En el minuto seis, el canterano se durmió al controlar un balón dentro del área sin oposición. Pensó demasiado y Dembélé, eléctrico, le robó la pelota. El francés, dentro del área, cayó ante la salida de Courtois. Pudo haber sido penalti, pero el balón le cayó a Fabián para anotar el cómodo 1-0. Shock madridista.
En la siguiente jugada, casi sin tiempo para suspirar, otro error dramático. Rüdiger quiso dar un pase siendo el último hombre, no golpeó el balón y lo dejó muerto para Dembélé, de nuevo muy activo en la presión, como desea Luis Enrique. El galo arrancó en solitario, se plantó ante Courtois y batió al belga con un disparo raso. Dos errores y dos goles en diez minutos. Demasiados regalos para el gran campeón de Europa.
A partir de ahí, el PSG jugó con el Madrid. Bailó sobre la escasa presión de Vinicius, Mbappé y Gonzalo, demasiado estáticos los tres, especialmente los dos primeros, permitiendo que los franceses conectaran fácil con su centro del campo. La superioridad en la zona media asentó el dominio galo en los pies de Vitinha y Fabián, dos de los centrocampistas con mayor técnica del mundo, y el Madrid, partido en dos y dejando muchos espacios, sufrió como en los grandes partidos de este último año con Ancelotti.
La espalda de Valverde y Fran García, siempre defendiendo en igualdad o inferioridad ante Kvaratskhelia y Doué, nunca apoyados por sus compañeros de banda como sí hace el PSG, fue oro para el cuadro de Luis Enrique. El asturiano ha construido un bloque único en el que todos mueren por su idea: presionan, muerden y luego son rápidos y verticales. Lo tienen todo para cumplir los deseos de su técnico en las dos áreas, con Hakimi y Mendes como cohetes.
Sentencia
En el minuto 23, Fabián sentenció el partido en un resumen de lo que son los dos proyectos de PSG y Madrid. Uno trabajado durante dos años, el otro por hacer y con los defectos adquiridos de una temporada decepcionante. Fue una salida de balón limpia del PSG desde el córner, con paredes entre Hakimi, Doué y Dembélé. La pelota llegó de nuevo al lateral marroquí para ganarle la espalda a Rüdiger y ceder a placer para que Fabián definiera ante Courtois.
Tras el descanso, el PSG bajó el ritmo y el Madrid respiró, aunque siguió sufriendo en campo propio. El árbitro anuló un gol a Doué por fuera de juego de Dembélé y Luis Enrique comenzó a pensar en la final.
Despedidas
Xabi, por su parte, envió indirectas muy directas a su plantilla. En el 65, todavía con media hora por delante, sacó del campo a Asencio, Bellingham y Vinicius, intrascendentes las dos estrellas y errático el canterano, y metió a Militao, Modric y Brahim. Cinco minutos después, entró Carvajal por Gonzalo. Más tarde, Lucas por Güler.
El Madrid se despide de Estados Unidos encajando el 4-0, ya en el tramo final y vendido Courtois mientras sus compañeros buscaban el gol del honor. Un final feo para la primera prueba de Xabi, de menos a más en el torneo hasta medirse con el gran PSG. El tolosarra tiene mucho trabajo por delante.
En Los Soprano, la mítica serie sobre la mafia con la que HBO reventó todas las audiencias, su protagonista, Tony Soprano, recuerda sus orígenes en varios episodios. Y esos orígenes, los de su familia, están en Avellino, una pequeña localidad (52.000 habitantes) a 50 km escasos de Nápoles. La fama, pues, de este pueblo grande se puede situar en las andanzas de la familia de Tony, pero estos días, además, cabe atribuirse también a la muerte del Papa. ¿Por qué? Sencillo.
El Avellino, mejor escrito, su club de fútbol, se ha hecho famoso estos días porque cada vez que muere un Papa, asciende de categoría. Sin ir más lejos, el pasado sábado el equipo lograba ascender a la Serie B (segunda división italiana) al imponerse al Sorrento (1-2) y asegurar matemáticamente el liderato de su grupo en la Serie C, con 72 puntos. Era la sexta ocasión consecutiva en la que este modesto club italiano lograba subir un escalón el mismo año que fallece el Pontífice. De hecho, la historia desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy enseña otros cinco ejemplos.
El primero, el de 1958. En ese año falleció Pío XII debido a un infarto y el modesto club de la Campania ascendió a la Serie C, el equivalente de la tercera categoría. Fue una de las primeras grandes alegrías de la afición. Unos tifosi que conoce bien Raúl Asencio, delantero español que militó en el Avellino en la temporada 2017/18 y que está al tanto, de la reciente fama adquirida por su ex equipo. Raúl (que no tiene nada que ver con el central del Real Madrid), habla de esa afición como una hinchada "intensa, muy caliente". "El fútbol allí es diferente al de España, es como una cultura, la gente es muy cercana. Por ejemplo, una aficionada me traía el desayuno cada mañana, o te invitaban a su casa a comer", dice en conversación con EL MUNDO.
"problemas de gestión"
La siguiente casualidad se produjo en 1963, cuando volvieron a la Serie C el mismo año en el que falleció el Papa Juan XXIII debido a un paro cardiaco. No hablamos, claro, de un equipo de la élite del fútbol italiano. Hablamos más bien de uno de esos modestos que pelean en las categorías a medio camino entre lo amateur y lo profesional. Es lo que mucha gente llama un equipo ascensor. "Ha pasado de subir a la Serie B, después, casi también, a la Serie A, pero luego también ha bajado a la C, ha llegado a desaparecer...", dice Asencio.
El ex futbolista del Avellino vivió uno de esos momentos de decepción, cuando militaban en segunda y camino al descenso. Y esta situación se produjo por un simple hecho: "problemas de gestión y del presidente", lo que provocó que el club acabase "más que descendiendo, desapareciendo", llegando incluso a tener que cambiar el nombre del club. En momentos así, el jugador criado en el Burriana recuerda que la afición "empieza a ser un poco más intensa, viviendo cosas que yo, con 19 años, no había vivido nunca. Gente que venía a los entrenamientos, que llegaba a entrar al vestuario, se encaraba con el capitán y teníamos que estar callados".
Muestra de la pasión con la que se vive cada partido es que el estadio Partenio-Adriano Lombardi tiene una capacidad para 26.308 espectadores, casi la mitad de la población de la ciudad. El símbolo de su escudo es un lobo, que Asencio llegó a tatuarse una vez finalizado su año allí. Si el español tuviese que definir al Avellino con una palabra sería "familiar". "Aún hoy, siete años después, hay gente que me escribe. Incluso trabajadores de allí me ven y me abrazan. Es un ambiente al que le acabas -y en el que te acaban- cogiendo mucho cariño", concluye el jugador español.
El fichaje de Ramón Díaz
El momento más especial para la gente de Avellino se remonta a 1978, cuando certificaron su único ascenso a la Serie A. Aquel hito coincidió con un doble fallecimiento entre los sucesores de San Pedro: Pablo VI y Juan Pablo I. Cinco años después, la directiva cerró la incorporación del argentino Ramón Díaz, el fichaje más rutilante de su historia. En 1988, tras 10 temporadas en la elite, el Avellino regresó a la Serie B. Ya en este siglo se cerraron los dos últimos casos de su curiosa sincronía con El Vaticano. En 2005, su promoción desde la Serie C llegó días después de la muerte de Juan Pablo II y en 2013 también cerraron otro éxito cuando Benedicto XVI renunció a su cargo. El último episodio se produjo el pasado sábado, con el retorno a la Serie B.
Sin embargo, como se explicaba, el equipo ha bailado mucho entre el éxito y la ruina, y no solo ha ascendido el año en que falleciese o renunciase un Papa. El club del sur de Italia también ha vivido otros éxitos en 1949, 1973, 1995, 2003, 2007, 2010, 2011 y 2019.