Antonio Loiacono, en una imagen de su perfil de instagram.E.M.
Un joven jugador de fútbol australiano ha muerto tras sufrir una hemorragia cerebral derivada de una “desafortunada” colisión durante un partido de clubes comunitarios, disputado el sábado en la ciudad de Adelaida, informaron este lunes diversas fuentes.
Antonio Loiacono, de 20 años y quien jugaba para el Birdwood Football Club frente al equipo local Gumeracha, quedó inconsciente tras el duro choque, por lo que fue trasladado en helicóptero a un hospital de Adelaida, la capital de la región de Australia Meridional.
Sin embargo, el joven no resistió a las heridas y falleció la noche del domingo.
“El médico nos había dicho que su presión cerebral y la hemorragia iban a aumentar y en menos de 24 horas tendría una muerte cerebral”, explicó el hermano del jugador, Jack Loiacono, al canal 7 de la televisión local.
La Liga de Fútbol Great Southern (GSFL, siglas en inglés) expresó este lunes en su página de Facebook sus “sinceras condolencias” a la familia y amigos del joven, así como a los miembros y seguidores del Birdwood Football Club por el “desafortunado incidente en el campo”, que se produjo en la primera jornada de partidos de esta temporada para la mayoría de los clubes.
En ese marco, el jefe de gobierno de Australia Meridional, Peter Malinauskas, subrayó en declaraciones recogidas por la cadena pública ABC que el fallecimiento de Loiacono es “un comienzo de temporada horrible” para los jugadores de fútbol australiano -más similar al rugby que al balompié y que es el deporte más popular del país oceánico.
Aparece por la sala de prensa de Valdebebas con una sonrisa de oreja a oreja, con la simpatía de sus 21 años, la tranquilidad de quien ya sabe lo que es ganar una Champions con el Madrid y la responsabilidad de alguien que todavía quiere más. Mucho más. Eduardo Camavinga se ha convertido en indiscutible para Carlo Ancelotti. Lo fue durante los tramos finales de aquellas eliminatorias que llevaron a la conquista de la Copa de Europa en 2022 y se ha asentado en el once ideal del italiano sin necesidad de reclamar un puesto como propio. De lateral, de pivote o de interior, el francés siempre está.
Después de su lesión de rodilla el pasado mes de noviembre, regresó con el equipo para la Supercopa de España en Arabia y ha sido titular en seis de los últimos siete encuentros. Y en el que no salió de inicio, en Getafe, saltó al campo justo tras el descanso. Por eso, en la previa de los octavos contra el Leipzig, le tocó salir a hablar ante los medios. Rol de indiscutible.
Con un casi perfecto castellano, Camavinga admitió errores, elevó al máximo las aspiraciones del Madrid en el torneo continental y reveló alguna confidencia interna, y minúscula, del vestuario. «Tengo que tener más concentración, meter más goles, asistencias, pero especialmente estar más centrado. Y también tengo que mejorar el jugar con la pierna derecha», reconoció.
El centrocampista ve al Madrid «favorito» para la Champions, cómo no. No entiende de relatos y de humildades cuando él mejor que nadie conoce el talento del vestuario. «Somos un grupo muy joven, yo estoy más acostumbrado a estar con Vinicius y Tchouaméni. Estamos acostumbrado a hacer cosas juntos fuera del fútbol, pero no voy a decir con quién me lo paso mejor», bromeó.
Su unión con Tchouméni es tan lógica como natural. Llegaron con un año de diferencia, uno como apuesta de futuro y otro como sustituto de Casemiro, y han ido creciendo juntos, compartiendo momentos por la facilidad del idioma y siendo parte de la pandilla que han creado con Vinicius, Rodrygo o Bellingham. Y claro, aparecen los hobbies: «¡Yo también toco el piano!», sonreía ante los medios cuestionado sobre los talentos de su compañero en la medular: «Yo puedo tocar el piano, puedo cantar, puedo hacer muchas cosas», admitía. «Y voy a aprender a tocar la guitarra», añadía, en referencia al hobby de Rodrygo Goes.
El cambio de posición de Tchouaméni, utilizado en algunos momentos como central, deja a Ancelotti con cuatro opciones muy definidas en el centro del campo. Un alivio a la hora de repartir minutos: Camavinga, Valverde, Kroos y Bellingham. Y un alivio para el propio Camavinga, enviado al lateral la pasada temporada: «Me río mucho», dijo sobre la nueva posición de su amigo. «Estaba en la misma situación el año pasado. Cuando él ha jugado de central, yo le he dicho que así es como se empieza. Está fuerte como defensa, pero es un mediocentro», declaró. Esa «concentración» que se exige Camavinga será vital ante el Leipzig, donde si ve una tarjeta amarilla acumulará tres y le hará perderse, si los blancos avanzan de ronda, la ida de los cuartos de final.
Esta noche, desde la lejana y norteña Lille, los chicos y las chicas de las selecciones de baloncesto verán por la televisión con añoranza uno de esos momentos por los que vale la pena clasificarse para unos Juegos. La ceremonia de inauguración en la que tan bien lucen sus centímetros, el orgullo patrio de compartir el espíritu olímpico, la foto para toda la vida de la que, aquellos que nunca estuvieron (Santi Aldama, Lorenzo Brown, Megan Gustafson...), no podrán presumir. Allí, en la lejana Lille, tuercen el gesto por lo que consideran una injusticia y se enrabietan, ellos y ellas, para darlo todo por sobrevivir a la primera fase y poder viajar en unos días a la París olímpica.
La denuncia la pronunciaba, por todos, el capitán, en EL MUNDO. Rudy Fernández es historia del olimpismo, el jugador de baloncesto con más presencias (nadie superará sus seis Juegos), pero el recuerdo de los últimos partidos de su carrera estará empañado. «Este año va a ser diferente a nivel olímpico, porque no se podrá vivir en la Villa al estar en Lille. Eso es algo que me parece fatal. Y también que no tengamos ni voz ni voto en ese tipo de decisiones», protestaba.
Algo que el propio seleccionador refrenda también en este periódico. «Es una pequeña injusticia, pero no podemos hacer nada que no sea así», dice Sergio Scariolo, que ya se quejó amargamente de otros problemas logísticos al fin solucionados. Tras disputar el último amistoso de preparación, el pasado martes en el WiZink contra Puerto Rico, en el horizonte de la selección no se dibujaba la posibilidad de entrenar el Lille, donde llegaban el jueves. «Parece absurdo. Estamos muy preocupados por la situación de los entrenamientos. Esto nos obliga, posiblemente, a salir de Francia», acusó. Después, tras barajar incluso la posibilidad de viajar a Charleroi (Bélgica), las gestiones de la Federación, del Comité Olímpico y de FIBA dieron sus frutos: España pudo entrenar en la pista oficial.
«No nos gusta, pero nos adaptamos y nos concentramos en la competición. Pero si me dicen esto en mis primeros Juegos en 2012, que no podéis ir al desfile porque vais a Lille y a otra Villa, hubiera sido como si me hubieran cortado una pierna», admite Scariolo. «Menos los americanos (de baloncesto), que viven fuera, el resto ha disfrutado de la Villa, la ha considerado un premio. Es como si en el preolimpico nos hubieran puesto la zanahoria y ahora te la alejan unos metros más adelante tras lograr clasificarnos».
El estadio Pierre-Mauroy, en Villeneuve-d'Ascq, donde se disputa la primera fase de baloncesto.SAMEER AL-DOUMYAFP
Porque para poder vivir en la Villa de Saint Denis y probar sus colchones de cartón, para viajar a París, para escapar del Pierre Mauroy de esta Lille que, sin embargo, tan bonitos recuerdos trae -aquel oro europeo en 2015 con el heroico Pau Gasol de semifinales ante Francia-, España debe superar el grupo de la muerte, eso sí, con Juancho Hernangómez y Alex Abrines recuperados con respecto al torneo previo de la Fonteta. Y, para empezar, hoy temprano (11:00 h.), un viejo conocido. Australia, rival por el bronce en Río y en semifinales del Mundial de 2019, es el primer obstáculo, quizá el menos fiero pues luego llegan la Grecia de Antetokounmpo y la Canadá de Jordi Fernández y sus NBA.
Es la sexta ocasión consecutiva que la selección está en los Juegos. No se ausenta desde Atlanta 96 y, aunque está vez costó mucho más de lo acostumbrado -el durísimo trámite de un Preolímpico que no superaron potencias como Lituania, Eslovenia o Croacia, por ejemplo-, no se baja de la elite en la que se instaló hace tanto. Se empeña en no hacerlo, pese a la evidente nueva realidad. Las cinco ocasiones olímpicas anteriores la selección se estampó contra el mismo muro, el USA Team como verdugo en Atenas, las plateadas Pekín y Londres, Río y Tokio. Quizá ahora firmaría verse las caras con LeBron y compañía en los cruces, porque todos los sentidos están puestos en ganar al menos uno de los partidos (con dos o tres victorias la eliminatoria de cuartos sería esperanzadora) y estar en el Bercy Arena: «Queremos intentarlo».