Un joven jugador de fútbol australiano ha muerto tras sufrir una hemorragia cerebral derivada de una “desafortunada” colisión durante un partido de clubes comunitarios, disputado el sábado en la ciudad de Adelaida, informaron este lunes diversas fuentes.
Antonio Loiacono, de 20 años y quien jugaba para el Birdwood Football Club frente al equipo local Gumeracha, quedó inconsciente tras el duro choque, por lo que fue trasladado en helicóptero a un hospital de Adelaida, la capital de la región de Australia Meridional.
Sin embargo, el joven no resistió a las heridas y falleció la noche del domingo.
“El médico nos había dicho que su presión cerebral y la hemorragia iban a aumentar y en menos de 24 horas tendría una muerte cerebral”, explicó el hermano del jugador, Jack Loiacono, al canal 7 de la televisión local.
La Liga de Fútbol Great Southern (GSFL, siglas en inglés) expresó este lunes en su página de Facebook sus “sinceras condolencias” a la familia y amigos del joven, así como a los miembros y seguidores del Birdwood Football Club por el “desafortunado incidente en el campo”, que se produjo en la primera jornada de partidos de esta temporada para la mayoría de los clubes.
En ese marco, el jefe de gobierno de Australia Meridional, Peter Malinauskas, subrayó en declaraciones recogidas por la cadena pública ABC que el fallecimiento de Loiacono es “un comienzo de temporada horrible” para los jugadores de fútbol australiano -más similar al rugby que al balompié y que es el deporte más popular del país oceánico.
"Al principio intenté escapar. Es algo instintivo, natural, es imposible no hacerlo. Escarbé y escarbé, pero no conseguí nada. Después de unos segundos, como conocía el protocolo de aludes, intenté calmarme, relajarme, ahorrar oxígeno. No podía moverme, la nieve me aplastaba y, al orinarme por el pánico, me di cuenta que me había quedado del revés, con los pies arriba y la cabeza abajo. Acepté que no iba a sobrevivir, que apenas me quedaban unos minutos de vida. Me despedí de todos y me desmayé".
El 4 de abril de 2023 la snowboarder Núria Castán fue víctima de un terrible alud en la montaña del Bec des Rosses, cerca de Verbier, en los Alpes suizos. Cuando se dirigía a la salida de una prueba de la Copa del Mundo de Freeride (FWT), la nieve la desplazó unos 400 metros ladera abajo, la enterró por completo y la dejó sepultada durante casi 12 minutos. Como la zona supuestamente no era peligrosa, no tenía activado el airbag de su mochila y la compañera con la que subía, la local Celina Weber, también quedó atrapada. El rescate fue un milagro. Castán volvió a nacer. Aunque luego empezó lo más difícil.
¿Cuánto le afectó el accidente?
Al principio no mucho. Estaba neutra, no sabía ni cómo me sentía. Recuerdo que la gente me decía eso, que había vuelto a nacer, que valorara la vida, pero yo estaba en shock. Sufría estrés postraumático, tenía miedo, estaba todo el día alerta. Lo que más me costó procesar es que estaba viva. Ya me había despedido, había aceptado la muerte. Ahora estoy sanada, he superado el trauma gracias al trabajo con una psicóloga, pero he cambiado. No sé explicarlo muy bien, pero soy otra.
El proceso de recuperación de Castán no fue sencillo. La semana posterior al accidente intentó seguir con su vida, viajó a Noruega para participar en un evento de su patrocinador, Head, pero acabó presa de los ataques de pánico. Luego, en verano, se pasó tres meses sin hacer deporte, una auténtica rareza en su vida. Y cuando volvió el invierno, ya bajo terapia, optó por afrontar lo ocurrido de golpe. Con pocos entrenamientos, antes de empezar la temporada, volvió a Verbier, al punto exacto del Bec des Rosses donde la nieve se la comió.
Su regreso al lugar
"Sabía que, si quería seguir haciendo freeride, tenía que volver allí porque es la meca de mi deporte. Allí se disputan las finales de la Copa del Mundo, por ejemplo. Tengo una amiga que vive cerca, Tiphanie Perrotin, y le pedí que me acompañara a donde fue el alud. Necesitaba procesar todas las emociones, cerrar aquel episodio. La verdad es que me impactó porque lo recordaba todo. Lloré, grité, reí, lo dejé todo. Y ya está. Me sentó muy bien, superbien", rememora Castán y tan bien le sentó que ganó en su primera competición allí.
Por culpa de la falta de nieve en los Pirineos, la Copa del Mundo de Freeride (FWT) tuvo que celebrar su primera prueba del curso en Verbier y la española, para sorpresa de todo el mundo, brilló. Volvía entre interrogantes y se marchó entre exclamaciones. De hecho, la temporada recién finalizada fue la mejor de su vida con el subcampeonato en la FWT y la elección como 'rider del año' por parte del público.
Una fiesta con colores y fuego
¿Hizo algo especial el pasado 4 de abril, primer aniversario de su accidente?
Esa semana estuve un poco nerviosa porque no sabía qué ánimo tendría el día 4, era una sensación rara. Pero al final me lo pasé muy bien. Organicé una fiesta para celebrar la vida. Fui con mis amigos a la montaña todos vestidos de colores chillones y luego por la tarde monté una barbacoa e hice un show de acrobacias con fuego. Me gustó que no fuera algo solo para mí, que fuera para todos.
Castán empezó a hacer snow a los ocho años y lo normal hubiera sido que, como mucho, hubiera sido un simple hobby para ella. De Almoster, al lado de Reus y Tarragona, para llegar a los Pirineos -a Cerler o a Andorra- necesitaba tres horas de coche. Pero se le metió entre ceja y ceja y no abandonó pese a que, cuando tenía 17 años, su gran ídolo, la suiza Estelle Balet, murió sepultada por una avalancha y le mostró el peligro de su especialidad. Ahora, después de lo superado, la española, también diseñadora gráfica, se imagina en el circuito de freeride "hasta los 40 años" con la misma filosofía. "Hay que disfrutar de la vida, vivir con intensidad", proclama.
Apenas llevan una semana juntos en los Juegos de París, pero alrededor de Carlos Alcaraz y Rafa Nadal hay un ambiente familiar cercanísimo, agradable, feliz. Antes de los partidos, en las instalaciones de Roland Garros, Nadal juguetea con su hijo Rafa mientras Alcaraz lo hace con su hermano pequeño Jaime. Les rodean los padres de uno y del otro, que charlan entre ellos y los entrenadores se entrecruzan; son un equipo. Carlos Moyà, técnico de Nada
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