Muere Arsenio Iglesias, artífice del Superdepor

Muere Arsenio Iglesias, artífice del Superdepor

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Leyenda como jugador y entrenador del Deportivo de la Coruña, hizo historia ganando la Copa del Rey y dos subcampeonatos de Liga

Muere Arsenio Iglesias, artífice del SuperdeporEL MUNDO

Una figura canosa, casi menuda, casi entrañable, casi inadecuada, casi desfasada, mucho más en el templo mundano del Bernabéu cenital, el centro del orbe futbolístico. Allí estaba él, al borde del césped, ataviado con un pantalón “de vestir” y una chaqueta de chándal. Nada que ver con la elegancia cosmopolita de Antic, Beenhakker o Valdano. Nada con los ropajes reales y simbólicos del “club de los clubes”, que tanto impresionan e influyen.

Pero también él, un aldeano de Arteixo, un pueblo a 13 kilómetos del centro de La Coruña, donde había nacido el día de Nochebuena de 1930… También él, uno de los nueve hermanos de una familia de labradores… También él con su bonhomía provinciana, próxima y afectuosa… También él era el entrenador del Real Madrid. Y sólo él y nadie más que él era Arsenio Iglesias Pardo.

Había sido un jugador, un delantero, de cierto nivel. Debutó con el Deportivo en 1951 en el Camp Nou. El equipo perdió 6-1, pero él le marcó un gol a Ramallets. Y, según se cuenta y es fácil de creer, respetuoso hasta la culpabilidad por semejante afrenta al mito, se disculpó con un: “perdone, señor”. Luego, seis años después, estuvo uno en el Sevilla, en cuyas filas disputó dos partidos de la Copa de Europa. Y seis en el Granada. Y dos en el Oviedo. Se retiró a los 35 años después de 328 encuentros y 82 goles.

Pero su fama en el fútbol español le vino a través de los banquillos. Bueno, de un banquillo. Del de un equipo al que trasmutó de normal a especial. Alquimista de vestuario, lo recibió de plomo y lo convirtió en oro azul y blanco. Entrenó Arsenio, nombre de persona sencilla, a ocho equipos. Pero, sobre todo, al Deportivo en varias etapas, yendo, viniendo y regresando, con un total de 15 campañas y 568 partidos a los mandos. Y en todas ellas, en especial en dos, dejó un sello de acontecimientos inolvidables.

En la 1970-71, ascendió al equipo a Primera. Y, en la 1991, volvió a sacarlo del profundísimo hoyo de la Segunda. Ahí empezó el mejor romance de Arsenio con el Deportivo, con el fútbol, con la ciudad, con el país. Un elenco soberbio formado por, entre otros, Liaño, Djukic, Nando, Aldana, Mauro Silva, Fran y Bebeto, se quedó en 1994 a 11 metros del título liguero cuando Djukic erró el penalti maldito que, como un fantasma insomne, persigue al Dépor desde entonces hasta el final de los tiempos.

Aquel fallo no instauró la certificación de la imposibilidad de un título inusualmente periférico. Por el contrario, supuso la certeza de que sólo el azar, que no sabe de supersticiones, maldiciones y conjuros, se interpuso entre la vieja historia y la gloria nueva. Pero, en 1995, con el gol de Alfredo en aquella final telúrica de viento y granizo, Arsenio y todo cuanto él influía y comportaba se llevaron la Copa.

Arsenio, que sabía desbastar piedras y pulir diamantes, era entonces, druida y zahorí, el entrenador de moda. Casi fue inevitable que el Madrid, tras la destitución de Jorge Valdano, recurriese a él y a esa especie de magia de la que parecía imbuido y le había granjeado el apodo de O bruxo de Arteixo. No hablaba idiomas, no había salido de España y mantenía un fuerte acento gallego. Pero traía incorporadas la experiencia en mundos futbolísticos interiores-inferiores y la naturalidad de un terruño sin sofisticaciones superfluas.

No duró mucho: 19 partidos, de los que ganó 10, empató cuatro y perdió cinco. Quizás no se encontraba en su hábitat de afabilidad y cercanía. El Madrid casi fue una anécdota en sus 92 años de vida. El Deportivo fue una categoría. Arsenio, junto a Augusto César Lendoiro en la presidencia, representa la máxima referencia de un club que, en su luctuoso comunicado oficial, le define como “la mayor influencia directa en los 116 años de la entidad”.

Así lo reconoció La Coruña al nombrarlo Hijo Adoptivo de la ciudad y erigirle un busto en el Paseo Marítimo. Pocos reconocimientos menos exagerados. Pocos más justos.

kpd