Un derbi puro entre dos equipos que quieren ser campeones se desprendió de las miserias del fútbol para dignificar el escudo que ambos defienden y aquello que sienten sus aficionados. Hagan ustedes lo mismo, abran el cubo de la basura y dejen paso al derbi. Hay cartas que sólo merece la pena leer una vez. Hizo falta un penalti, quizás un ‘penaltito’, para transformar un partido en un derbi y encender el fútbol, no la polémica. Fue el milagro de la hierba. Nada cambia en la tabla para Madrid y Atlético con un empate (1-1) del que sólo puede aprovecharse, hoy, el Barça. Pero cambia el aire de la Liga, más limpio y respirable cuando se juega que cuando se reprocha o insulta.
Un ‘penaltito’, diría Ancelotti, disparó la temperatura en un duelo hasta entonces al baño María. En la semana de la cartita del Madrid contra un arbitraje al que describía como a una sociedad secreta, una suerte de ‘Cosa Nostra’, ha recibido dos penas máximas: una en Copa y una Liga. La primera, ante el Leganés, no admitía debate; la segunda, frente al Atlético, es otra cosa, por la acción y la trascendencia. Tchouaméni midió mal una entrada y pisó a Lino cuando el balón acababa de pasar. De Burgos Bengoetxea, en el VAR, tardó un mundo en avisar a Soto Grado. Dudó. La duda es un síntoma de inteligencia, pero en un campo de fútbol es un mal asunto. Si eres jugador, llega la crítica; si eres árbitro, la guerra.
Julián Álvarez, un hallazgo
Ancelotti se fue a su banquillo con las manos en la cabeza. Julián Álvarez lo acabó a lo Panenka, incluso sin parábola. El argentino es un hallazgo: está en todas partes sin que parezca estar en ninguna. Algo se le escapó al infalible Pep. Fue un gol para darle al Atlético su escenario preferido. Un gol para sumir al Madrid en la desesperación y en la confusión, porque no juega contra los árbitros, sino contra los rivales. Era el primer penalti en contra en la Liga. En 23 jornadas, bien pasado el ecuador del torneo, hablar de persecución sistemática, como decía la carta, parece un exceso, y los excesos aplastan a los argumentos aceptables, que también se encontraban en la misiva. Hay que cambiar cosas, pero entre todos.
Tchoauméni tuvo buenas acciones después de ese error, pero volvió al lugar en el que no quiere estar, y no debería. Es el lugar, en cambio, en el que se asienta Asencio, a su lado, rápido en los cortes y en las rectificaciones frente a rivales como Giuliano Simeone, un trueno. Fran García y Lucas Vázquez ocupaban las bandas en una defensa que sería totalmente distinta si el Madrid no hubiera sufrido una plaga bíblica en el área. En minusvalía en la zona, el Madrid necesitaba activar a su ataque, llevar el balón arriba, intentar jugar donde era más fuerte, porque en el resto tenía más argumentos el Atlético, con la única baja de Le Normand. Elevó, pues, el equipo blanco la presión, con más intensidad de lo habitual y ayudas de sus atacantes, aunque desordenadas. Era el caso de Vinicius, de menos a más hasta un final frenético. La ansiedad llevó inicialmente al brasileño al centro, por lo que ocupaba el espacio de Mbappé para desesperación de Ancelotti.
Ceballos mejora al Madrid
La situación llevó al Atlético a verse superado en intensidad, con más pérdidas de las habituales y duelos perdidos. Replegado y sin permitir ocasiones a los locales, más allá de un disparo lejano de Rodrygo, aguardaba la oportunidad de salir y conectar con Julián Álvarez, Lino o Griezmann, pero no robaba lo suficiente. En el centro del campo, la mayor actividad era para Ceballos, que ha pasado del ostracismo a poner cosas en su sitio por donde pasa.
Lo único realmente peligroso, sin embargo, había llegado por pérdidas, fueran de Lucas Vázquez o Pablo Barrios, pero sin que Lino ni Vinicius, imprecisos, pudieran sacar provecho. El penalti, pues, llegó como si apareciera de la nada, pero prendió el derbi, por el gol, por la ira de la grada y por la reacción del Madrid al regresar del vestuario.
Una llegada de Rodrygo encontró a Bellingham en un lapsus del área rojiblanca, pecado moral para Simeone. Oblak rechazó el remate, pero Mbappé aprovechó el rechace para enseñar para qué vino. Sonaron tambores en el Bernabéu y todos saben qué ocurre después, también los enemigos. Bellingham regresó a la zona erógena del campo que tanto le gusta, pero su testarazo se fue a la madera.
Con el Bernabéu en modo fiebre, el Atlético debía resistir, pero hizo más, resistir y contraatacar. Son otros tiempos. Ni Giuliano ni Marcos Llorente se aclararon en el área mientras Oblak levantaba un muro ante Rodrygo o Vinicius. Simeone agitó su banquillo con fuerza y Ancelotti esperó, cada uno en su traje, aunque el duelo pertenecía ya de sus jugadores, en un final de derbi que dignifica una semana para olvidar.