Tour de Francia
12ª etapa
EL MUNDO vive desde un coche de asistencia Shimano, a unos metros de la escapada, la apasionante etapa en la que el corredor del Cofidis logró la segunda victoria española en el presente Tour
En el horizonte, una sacudida. Entre el rugir del público se intuye el zarpazo en cabeza de la fuga. Radio Tour ruge: “¡Ataque de Ion Izagirre!”. A menos distancia se aprecian los lujosos cadáveres (Alaphilippe, Pedersen, Van der Poel…) que va dejando la escapada y pronto nos acercamos a los perseguidores, que se miran atónitos unos a otros. En esas dudas de partida de póquer y en el colmillo del vasco del Cofidis estuvo el secreto de la segunda victoria española en el Tour. Cinco años esperando y, de repente, dos seguidas. “Que siga la fiesta”, pronuncia el héroe del día.
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“Pasaron muchas cosas durante los kilómetros finales y fue todo muy emocionante”, contaba ya en meta el veterano del Cofidis, siete años desde su otro triunfo en la Grande Boucle, allá por 2016, en Morzine. Su demarraje llegó esta vez en el quinto y último puerto de la jornada, la Croix Rosier, a más de 30 kilómetros del final, el más duro de todos. Y lo fraguó en el descenso hacia Belleville en Beaujolais, experto en esas lides el bravo Ion. “!55 segundos para Izagirre!”, grita la radio a 15 de meta, ya la realidad de la victoria 67ª del ciclismo nacional en la historia del Tour.
Viajamos a bordo del coche azul de Shimano por las montañas del departamento del Rhône. El Tour por dentro es un infinito y festivo pasillo humano por el que atraviesan bajo el sol ciclistas exhaustos en busca de gloria. Pero también es un mundo paralelo motorizado, gendarmes, ambulancias, equipos, cámaras y fotógrafos, con la permanente banda sonora de los cuatro helicópteros que vigilan desde lo alto. Entre todos ellos, unos ángeles de la guarda para los ciclistas, el servicio neutral Shimano.
Richard Vivien pilota con una habilidad de rallyes sin inmutarse. Serpentea entre público en las cunetas y directrices tajantes: “¡Ahora pasa adelante!”, “¡Ahora hay que ir más despacio!”, “¡Deja paso al coche del equipo Jumbo!”. Especialmente en las bajadas lo suyo es un ejercicio salvaje, sobrepasando fácilmente los 100 km/hora: los ciclistas nunca pueden echarse encima ni quedarse lejos. En el asiento de atrás viaja Benjamin Glize, su sexto Tour, algo más que un mecánico capaz de cambiar una rueda a cualquier corredor del pelotón en menos de 25 segundos. Él, natural de Mont de Marsan, convive con la presión.
Porque la principal misión del equipo Shimano -en total dos motos y tres coches con seis bicicletas cada uno, 13 ruedas, frenos, cassettes, herramientas...; pero también geles y bidones-, es que no cunda el pánico. Lo llevan haciendo desde 2001 y hace dos sustituyeron a Mavic en el Tour. Que si ocurre una avería, un pinchazo o cualquier incidencia en el momento crítico donde no pueda acudir al rescate el coche del equipo (cuando la distancia entre escapada y pelotón es demasiado pequeña, cuando todo está roto como en las etapas de montaña o en lugares donde nadie puede acceder, como hace unos días en la cima de Puy de Dôme), lleguen ellos con su taller móvil y el temple de Benjamin, que se sabe los diferentes componentes de cada uno (no todos usan Shimano, hay tres equipos con SRAM y uno con Campagnolo) y las medidas de cada corredor del pelotón: por defecto, las bicis que lleva en la baca están con las hechuras de los líderes de cada escuadra.
Último recurso
No entran demasiado en acción, pero su concentración debe ser permanente. Por ejemplo, en la 12ª y eléctrica etapa de ayer no hizo falta. Pero cuando lo hacen es porque ya no hay más remedio. Ahí tienen que jugar con los nervios y la tensión del corredor averiado que ve como se le escapa la carrera, intuir si prefiere cambiar la rueda o si, para perder menos tiempo, una bici entera. Tienen que acertar. “Es la parte más difícil de nuestro trabajo”, cuenta Glize.
Tardó en conformarse la escapada del día, 80 kilómetros de pura batalla, por lo que las primeras horas avanzamos a la expectativa, un par de minutos por delante de la carrera. Se repiten machaconamente los ataques de Van Aert, pero ninguno cuaja. Al fin, en el descenso del tercer puerto del día, con Van der Poel como estilete y el que iba a ser el ganador final entre los 15, los fugados abren más de 40 segundos. Es el momento de posicionarse. “¡Shimano preparado!”. Las motos de Domity, colocan y recolocan las posiciones del convoy con una soltura inexplicable.
No hay un metro de la ruta sin espectadores. En las cumbres los pasillos son angustiosos, todo un desafío para el conductor. Se atraviesan pueblos en fiesta y se suceden los disfraces, las banderas, las caravanas y las pancartas de “¡Vive le Tour!”. Hay jóvenes, amas de casa, bebés en fila en la puerta de su guardería y ancianos en la de su residencia. El Tour es el orgullo nacional.
Final de etapa
Los últimos kilómetros los hacemos acompañando a los perseguidores imposibles de Ion. Su compañero Guillaume Martin aguarda al acecho, sin dar un relevo, el secante perfecto. La diferencia apenas baja y la desesperación cunde, sobre todo entre los que se creían con opciones, el Movistar Matteo Jorgenson (de nuevo a las puertas) y el veterano Thibaut Pinot, favorito de las cunetas, en su último Tour. No hubo forma de que se entendieran.
“Se hace largo, y nunca sabes lo que va a pasar, pero me sentía con fuerzas. Quería tener una renta suficiente para que no tuvieran una referencia visual”, admite el de Ormaiztegi, que se acuerda primero de su hija Iraia en su cumpleaños, también el cuatro en su festejo en meta ha sido por eso. El pelotón, encabezado por Pogacar, ha entrado a 4:14 del español. A partir de hoy, fiesta nacional en Francia, llegan los Alpes, tres etapas para que siga la antológica pelea por el amarillo.