La resurrección de Dimitrov y el fin de la “maldición” de ser el nuevo Federer: “Quiero ganar en mis términos”

La resurrección de Dimitrov y el fin de la "maldición" de ser el nuevo Federer: "Quiero ganar en mis términos"

En su autobiografía Unstoppable: My life so far, publicada en 2017, Maria Sharapova ya advertía sobre el problema que más tarde hundiría la carrera de su ex novio, Grigor Dimitrov. «Grigor está llamado a ser el próximo Roger Federer, tiene mucho potencial. Su tenis es fantástico. La forma en la que golpea, cómo se desliza… es capaz de hacer cosas increíbles. Tiene un don, pero también una maldición. No sólo debe ganar, debe hacerlo bonito. O juego perfecto o no juega. O es increíble o cae eliminado. Eso le está frenando», advertía la rusa con precisión. En las temporadas siguientes, Dimitrov, entonces un joven fantástico, campeón de las ATP Finals de aquel 2017, incluso número tres del ranking, desapareció de la élite. De sucesor del Big Three a verse fuera del Top 50. De unas inolvidables semifinales contra Rafa Nadal en el Abierto de Australia a ser completamente olvidado. ¿Qué le pasó?

Una lesión de hombro o un covid severo son las explicaciones más sencillas. El motivo real de su crisis está en el libro de Sharapova: su don era una maldición. Aquellas comparaciones con Federer por su estilo -sobre todo por el revés a una mano- no le hacían ningún bien.

Ahora, a los 32 años, Dimitrov ha vuelto. Este domingo disputará la final del Masters 1000 de Miami contra Jannik Sinner (no antes de las 20.00 horas, Movistar) y mañana volverá a estar entre los 10 mejores tenistas del mundo, un hito que no alcanzaba desde 2018. En semifinales ante Alexander Zverev completó una actuación notable, pero en cuartos ante Carlos Alcaraz desplegó un juego extraordinario, preciso, brillante. No fue el Dimitrov de antes, fue un Dimitrov mejor.

La sencillez, motivo de su mejora

La confirmación de su regreso a la cima. El pasado otoño ya lo anunció, con unas semifinales en el Masters 1000 de Shanghai y una final en el Masters 1000 de París, donde cayó contra Novak Djokovic, pero esta primavera lo ha certificado. En la segunda línea que va detrás de Djokovic, Carlos Alcaraz, Jannik Sinner y Daniil Medvedev asoma su figura, único treintañero en ese grupo. En Roland Garros nunca brilló, pero en la cercana gira de tierra batida es igualmente candidato a todo.

Y todo gracias a hacerlo simple. Durante varios años, Dimitrov se bloqueó en un juego que buscaba el preciosismo y, lejos de la plenitud física, los mejores tenistas del circuito casi siempre le ganaban. Antes de derrotar a Zverev en Miami había caído siete veces contra él, por ejemplo. Pero en la temporada pasada recuperó a sus dos entrenadores de los inicios, el venezolano Dani Vallverdu y el inglés Jamie Delgado, y entre todos acordaron un plan de juego: primeros servicios, dominio con su derecha y reveses cortados. Se acabaron los trucos, se acabaron los inventos, se acabaron los problemas. Dimitrov ya no quiere ganar como Federer, sólo quiere ganar.

«Ahora quiero ganar o perder en mis propios términos, no en los de otros. He vuelto a ser un jugador consciente de sus propias armas y así controlo mejor mis emociones. He recuperado la confianza en mi tenis», analizó el búlgaro en Miami preguntado por su resurrección. «Quizá mucho público no se acordaba de mí, pero yo siento que nunca me fui. ¿Lo pasé mal? Sí, lo pasé mal. ¿Tuve muchos altibajos? Sí, absolutamente. No me avergüenzo de ello, pero nunca abandoné el tenis», reivindicaba también Dimitrov, que advertía sobre lo que viene. Con su edad, su carrera no es sólo pasado, con aquel brillante 2017 como momento culminante, también puede ser futuro. En sus planes está jugar «entre seis y ocho años» y quién sabe lo que puede conseguir. Aquellas comparaciones con Federer ya no le amargan. Liberado de su maldición, ahora sólo brilla su don.

kpd