La celebración de Sinner: el abrazo de Singlinde, la apuesta con su entrenador y un “¿Debo llamarla alteza?” con Kate Middleton

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Jannik Sinner celebró su primer Wimbledon con un abrazo de su madre Siglinde. ¿Qué más se necesita? Lejos del éxtasis y muy lejos del ánimo de revancha, en cuanto derrotó a Carlos Alcaraz, el italiano se entregó a la liturgia del Grand Slam londinense sin permitirse ni un exceso: habló un buen rato con las autoridades, exhibió el trofeo al público en el balcón del club y bailó en la tradicional cena con la campeona, Iga Swiatek. Nada más, nada menos.

Tan educado es, tan comedido, que lo primero que hizo al bajar de las gradas para festejar con los suyos, fue preguntar por el protocolo. “¿Debo llamarla su alteza real?”, cuestionó en la misma pista a Denise Parnell, responsable de los árbitros del torneos, antes de saludar a Kate Middleton, princesa y seguidora del tenis.

El tabloide Mirror publicaba ayer un detallado análisis de sus expresiones corporales durante la final y concluía que había mostrado “signos de genuino deleite y un poco de asombro”. Qué cosas. El caso es que a Sinner le bastó con el amor de su familia, por primera vez al completo en una final de Grand Slam. Al contrario que en Roland Garros, su padre Hanspeter se había podido pedir el día libre en el Refugio Fondovalle que regenta en los Alpes y su hermano Marco no tenía un Gran Premio de Fórmula 1 al que asistir. “Sólo está aquí porque este fin de semana no hay carreras”, bromeó Sinner.

Horas más tarde, en sala de prensa, el ya ganador de cuatro grandes volvió a exhibir su mesura. La remontada de Alcaraz en París dolió, lo contrario sería ilógico, pero la revancha no conllevó una explosión de sentimientos. “Para mi es muy emocionante, aunque nunca lloro. Sólo mi gente y yo sabemos lo que he pasado dentro y fuera de la pista, ha sido difícil. Desde aquella final intenté esforzarme mucho más en los entrenamientos, aunque a veces me costaba mentalmente. Creo que eso me ayudó mucho: dejar de pensar y simplemente entrenar”, confesó Sinner quizá en su momento más expresivo, cuando más dejó ver qué siente realmente. El resto de sus respuestas fueron correctas, prudentes, mesuradas, si acaso volvió a entreabrir la puerta de su mente al nombrar a sus entrenadores.

La apuesta con su entrenador

Porque para Sinner su equipo es alegría y, al mismo tiempo, su máxima preocupación. El año pasado un despiste conjunto de su preparador físico y su fisioterapeuta de siempre, Umberto Ferrara y Giacomo Naldi, le costó un positivo por dopaje y una inhabilitación por tres meses y este año también ha tenido lío. Después de la final de Roland Garros, los profesionales que contrató para sustituir a Ferrara y Naldi, Marco Panichi y Ulises Badio, hablaron más de la cuenta con la prensa, revelaron sus lágrimas en los vestuarios de la Philippe Chatrier, y Sinner también los despidió. En Wimbledon de hecho sólo tuvo la compañía de sus dos entrenadores, Darren Cahill y Simone Vagnozzi.

Hace meses su padre Hanspeter contó una anécdota suya de la infancia. En Sesto, donde creció, Sinner jugaba al fútbol 7 y en un partido metió un golazo: partió desde su propio campo, regateó a dos rivales, encaró al portero y la clavó en la portería. Todos le felicitaron, por supuesto, pero de regreso a casa su padre le abroncó por no haber jugado con sus compañeros.

Montañero, esquiador, escalador, Hanspeter valoraba más el compañerismo que el éxito. Por eso para Sinner es esencial encontrar a alguien de su plena confianza y por eso le cuesta aceptar que uno de sus dos entrenadores, Darren Cahill, se quiera retirar al final de temporada. A sus 59 años, ex tenista y ex técnico de Lleyton Hewitt o André Agassi, ha pedido ya la jubilación. Pero Sinner todavía le necesita.

“Antes de la final le he dicho que si ganaba podía decidir él si me retiro o no así que ahora mi futuro está en sus manos”, reveló Cahill más elocuente que su pupilo. Con cuidado para no explicar interioridades, el técnico dejó muchos piropos para Sinner -“Después de la final de París nos demostró su fortaleza mental, yo no hubiese podido hacer lo que hizo”- y descubrió hasta que punto la rivalidad con Alcaraz es importante para él: “Diría que Jannik es la persona que ha visto más partidos de Carlos. Le fascina su tenis y la evolución que está trayendo al juego. Nos aprieta mucho para asegurarse que él crece al mismo ritmo que Carlos. La rivalidad es real, muy real, está ahí y espero que así siga en los próximos 10 o 12 años”.

kpd