Entrevista vintage
El campeón del Mundo humano, el único de aquella España que no era una superestrella mundial, es uno de los tipos más simpáticos del fútbol. Y, tal vez, decidió el título con un grito desesperado: «Kiricocho»
La alineación inicial de España en la final del Mundial 2010 es un quién es quién de superestrellas, los mejores futbolistas de nuestra historia en todas las posiciones. Y también está Joan Capdevila (Tàrrega, Lleida, 1978), el campeón del Mundo humano. “Ese día todos los titulares eran del Barça y el Madrid menos yo, que era un pobretón del Villarreal. Un poquito de presión sí que sentía, en plan: ‘Joder, qué nivel, a ver si no la lío’. Eso me daba algo de yuyu, pero era consciente de mis virtudes y limitaciones y eso es clave. Yo al fútbol siempre jugué más con la cabeza que con los pies”, explica el actual encargado de Relaciones Institucionales del Espanyol. Lo cierto es que el lateral izquierdo, que ya había sido titular en la Eurocopa ganada dos años antes, fue uno de los tres jugadores, junto a Casillas y Piqué, que disputó cada minuto del torneo y parte nuclear de un equipo legendario.
- En los dos campeonatos juegas a un nivel altísimo.
- Bueno, eso ya os lo dejo a los analistas. Entre jugar bien y mal al fútbol hay una línea muy fina. Lo que está claro es que, al menos, no la cagué [risas]. Había un grupo genial, ganamos las dos veces… Sinceramente, disfrutamos más la Eurocopa que el Mundial porque fue todo más espontáneo, nadie daba duro por nosotros y fue una sorpresa para todos menos para Luis Aragonés. En el Mundial, al perder el primer partido, ya había un estrés enorme y permanente. Íbamos a cada partido con la maleta preparada porque, si perdíamos, volvíamos a casa. Fuimos de 1-0 en 1-0 todo el rato. Evidentemente, la repercusión de ganar el Mundial es muy superior, pero para nosotros la experiencia más feliz fue la Euro. Fue increíble en cualquier caso. Esa generación ganó Eurocopa-Mundial-Eurocopa y acostumbramos mal a la gente. Es injusto para los de ahora porque se les compara con un imposible y no se acepta la realidad que toca. Yo miraba a mi alrededor y todo el equipo eran estrellas mundiales, eso es irrepetible.
- Algo aportarías tú, no todo va a ser humildad.
- No, no, cuando la gente me dice por la calle que soy campeón del Mundo, yo respondo: “Y de Europa, eh, y de Europa” [risas]. Y una plata olímpica, Copa, Supercopas… De vez en cuando tengo que vacilar un poco de palmarés porque no me ha ido nada mal y me atrevería a decir que haberlo logrado sin jugar en el Madrid ni el Barcelona le da más mérito.
- Se discute siempre más a los que no estáis bajo el parapeto de los grandes.
- Bueno, es que estamos en un país que se discute por todo. Es así. En el fútbol hemos dado normalidad a una serie de cosas y un nivel de crítica que no lo son. Se puede insultar al rival o al árbitro porque como se ha hecho toda la vida… Pues no, no es así. Tienen que cambiar muchas cosas. Ahora, por suerte, lo del racismo ya no es la barbaridad que antes era, que se veía en cada partido, pero aún queda.
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- ¿Cómo empezó el camino que lleva de Tàrrega al Soccer City de Johannesburgo?
- Pues como el de cualquier niño de los 80. Con seis años, ¿qué hacíamos? Basket o fútbol, no había todos esos deportes que hay ahora para elegir y menos en mi pueblo. Mis amigos y yo elegimos fútbol. Entrenábamos los sábados y jugábamos los domingos. Ahora los chavales entrenan cuatro veces a la semana, tienen material de todo tipo, el campo de césped artificial… Es una puta locura cómo ha cambiado todo. Cuando yo empecé no existía el fútbol 7, era todo en campo grande, que nos soltaban allí y eran como los partidos de Oliver y Benji, que no veías la otra portería. Tengo que preguntarles a mis padres cuánto se aburrían viéndome, porque aquello debía ser infumable. Yo ya llamé la atención en mi primer partido, ¿sabes?
- ¿Fuiste el mejor?
- No exactamente. Era el primer partido que jugaba en mi vida y el entrenador me preguntó de qué jugaba. Como no tenía ni idea, pero mi padre había jugado 20 años en el Tárrega de central, dije que de defensa. El primer balón que me viene, le pego una hostia y meto gol por la escuadra en mi portería. El entrenador me llamó y me dijo: “He pensado que mejor de delantero”. Y me quedé de delantero hasta que me fichó el Espanyol en juveniles.
- Algo te quedó, porque como lateral todos los años metías varios golitos.
- Sí, tenía ese instinto, pero en el Espanyol fue subiendo el nivel, yo no era un jugador habilidoso, me echaron para atrás y ahí me quedé. Ni tan mal.
- Al Espanyol llegas con 18 años y te escuché una vez que fue una suerte para tu carrera fichar por ellos y no por el Barça.
- Eso lo puedo decir porque me ha ido bien así [risas]. Lo cierto es que el Barça me ofrecía una prueba y el Espanyol, un contrato de tres años. Además era mi equipo, era socio desde los 12 años, así que no hubo ninguna duda. Mi vida cambia ahí porque me voy a la residencia del Espanyol, paso a vivir en Barcelona y es un cambio brusco para un chaval. Eran sólo 100 kilómetros hasta mi casa, pero veía esos edificios tan grandes y para mí era Nueva York. No es fácil asimilar ese cambio y dejar a tu familia, no todo el mundo sirve o está preparado. Son lecciones de vida que te curten, pero no es necesariamente bueno.
- En la cantera formáis la que luego se llamó la Quinta de la Intertoto.
- Sí, me subieron al filial y la Intertoto la jugamos nosotros con algún descarte del primer equipo. Nos cargamos al Auxerre y nos eliminó el Valencia. Poco a poco fuimos subiendo al primer equipo. Subió Toni Soldevilla, subió Tamudo, subió Sergio, subió De Lucas… Y yo pensaba: “Joder, a ver si un día me toca a mí”. Me alegraba mucho por ellos, pero estaba ya ansioso. Era envidia sana. Les decía flipando: “Ostras, tío, vas a salir en la tele”. Y al final me tocó.
- Te tocó un poco por casualidad.
- Sí, la verdad es que Pacheta para mí es uno más de la familia [risas]. Tuve suerte porque siempre hay que tener suerte. Aparte de ser bueno tienes que tener mil cosas más para funcionar en el fútbol de élite, como suerte o disciplina. Yo en eso era bueno, la verdad, me decían “haz esto” y lo hacías, era cumplidor y no molestaba. El caso es que estaba en el filial y sancionaron por una roja a Federico Domínguez, que era el lateral izquierdo del primer equipo. Me llevaron de suplente a San Mamés y Pacheta fue el titular. Se lesionó, en el descanso no pudo seguir y Brindisi, que era el entrenador, me dijo que salía. Me cagué. Mira en una semana cómo me cambió la vida: yo venía de perder 6-1 contra el Terrassa el fin de semana anterior y ahora iba a debutar contra el Athletic. Di un pase de gol y empatamos 2-2. Nunca sabes, pero la obligación de todos los canteranos es estar preparado por si llega el momento. Tienes que ser listo y conocerte a ti mismo. Si conoces tus limitaciones y no haces tonterías, está medio trabajo hecho. Bueno, pues a la siguiente semana vuelve a jugar Pacheta, se vuelve a lesionar a los 10 minutos y vuelvo a salir yo. Ganamos 1-0 al Betis y el siguiente partido soy titular, ganamos en Zaragoza y marcó un gol. Desde ahí ya fue todo rodado. Pero si no se lesiona Pacheta dos veces, lo mismo nunca juego en Primera.
- Tras sólo esa temporada en el primer equipo, te ficha el Atlético y se arma bastante lío.
- Es una historia bastante convulsa, la verdad. Yo estaba jugando para la diversión, alucinado y metido en una burbuja que flipas. No pensaba en otra cosa que en el fútbol y aquí surgió el problema. Tenía ficha de B y resulta que si jugaba 20 partidos pasaba a profesional. Yo ya había superado esa cifra, pero ni me acordaba del tema y tampoco el club me dijo nada. ¿Qué sucedió? Que si me hacían ficha profesional mi cláusula de rescisión pasaba de 400 a 800 millones de pesetas y cuando el Espanyol se entera de que el Atleti me quiere fichar, de repente me hacen el contrato nuevo sin mediar palabra para pillar el doble. Cuando yo les conté la oferta que tenía, me dijeron que para ellos era imposible pagar eso, que si no iban a pedir lo mismo todos los canteranos, pero luego dijeron públicamente que me habían hecho una contraoferta superior… Cosas que pasan..
- Pero la afición te puso la cruz durante muchos años.
- Hubo un poquito de lío y cada uno jugó sus cartas. Las dos partes lo pudimos haber hecho mucho mejor, pero al final el Espanyol vendió a todos los canteranos. Lo cierto es que durante muchos años, cada vez que iba a jugar allí me pitaban. No pasa nada, son cosas del fútbol, pero yo tampoco hice nada del otro mundo. Simplemente, un equipo pagó la cláusula y me fui como se fueron todos.
- Te fuiste pensando que era un paso adelante y ese mismo año desciende el Atleti.
- Yo creo que alguien me echó un mal de ojo y le salió bien. Es que no sólo bajamos, sino que acaba todo perdiendo la final de Copa… contra el Espanyol, que ya es mala hostia. Cuando te ficha un equipo grande vas con toda la ilusión del mundo, firmé por cinco años y quería estar tiempo allí, pero todo salió mal. Fue duro, muy duro, y de hecho pues esa es la espina que tengo clavada de mi carrera. Fue un trauma y siempre que pienso en ello me duele.
- ¿Cómo pudo bajar el Atleti con esa plantilla llena de internacionales?
- No lo sé, todavía no me lo he explicado. Fue una sucesión de desastres, todo salió mal, la intervención judicial, el vestuario perdió la confianza… Yo realmente no entendía nada de lo que estaba pasando, no sabía ni lo que era eso de la intervención. Un día llegué al Calderón y me lo encontré rodeado de coches de Policía y luego me dijeron que venía un tal Rubí. Un caos, pero no es excusa porque en el campo jugábamos nosotros. Lo que sí había era una presión de la hostia que nos acabó comiendo. Partidos que teníamos ganados y en dos córners se te escapaban… Llegué a pensar que el destino había escrito que teníamos que bajar, eran cosas tan raras. Y, para colmo, llegas a la final de Copa del Rey, ya descendidos, y la pierdes como la pierdes. Es increíble.
- La perdéis con el gol de Tamudo quitándole el balón a Toni por sorpresa cuando lo botaba para sacar. Los dos eran amigos tuyos.
- Fue acojonante, yo en el campo ni me di cuenta del gol. Vi a Toni con el balón para sacar, me giré para irme arriba y, de repente, escucho a la gente gritar. Y yo: “¿Gol? ¿Pero qué me estás contando? ¿Qué coño ha pasado aquí?”. Toni nos dijo que tenía el balón agarrado, pero cuando lo vimos por la tele… Unos cojones agarrado [risas]. Luego estuvo mucho tiempo sin hablar a Tamudo. En fin, una sucesión de desgracias, pero no me arrepiento de haber estado en el Atleti, ni mucho menos. Salió mal, sí, pero también aprendí cosas y me formé. Si no estás dispuesto a aprender de lo jodido, no sirves para esto.
- ¿Qué tal con Jesús Gil?
- La verdad es que a mí me trató fenomenal. Cuando pasó todo el jaleo, nos citó uno por uno en su despacho del Calderón y me acordaré siempre. Yo iba acojonado y cuando entré allí fue aún peor. La bandera de España, el cuadro del caballo Imperioso, todo enorme… Pero me trató de maravilla, me dijo que estaba contento conmigo, que estaba trabajando y era joven, que a mí no me podía pedir más. Tuve suerte porque otros compañeros salieron casi llorando. Y tuvimos suerte de que no había redes sociales en esa época, porque si es ahora no sé ni cómo me hubiera levantado de aquel año.
- A cambio os tiraron huevos.
- El Frente, contra el Sevilla, me acordaré siempre. Mientras Toni intentaba esquivarlos le marcó Tsartas. A la vuelta de Oviedo, cuando descendimos, pasamos miedo de verdad, nos rompieron todo el autobús y tuvieron que bajar los veteranos para hablar con el Frente, que también se habían presentado en un entrenamiento. Fue de locos, terrible.
- Tú querías seguir, pero te venden al Dépor.
- Con Valerón y Molina. Tenía cuatro años más de contrato y pensaba que malo sería que no subiéramos al año siguiente. Me sentía tan mal, tan en deuda con el Atleti, que decidí quedarme. Pero me llamó Miguel Ángel Gil y me dijo que tenía un acuerdo con el Dépor y que si yo no aceptaba, se rompía. Una presión de la hostia, así que acabé aceptando. Pero fíjate lo mal que me sentiría con lo que había sucedido que me quedaban cuatro años de contrato y ni siquiera hice lo normal en estos casos, que es llegar a un acuerdo para que te paguen todo o parte. Yo perdoné los cuatro, ni finiquito ni nada. Decidí hacer un reset y empezar de cero porque había llegado a pensar que no servía para ser profesional.
- Para compensar un poco, ese verano del 2000 te dio una alegría con la plata olímpica en Sidney.
- Fíjate cómo iba de tocado en ese momento que me tomé también la medalla como algo malo: “Joder, y ahora perdemos la final”. Pero con el tiempo lo valoró mucho, ir a unos Juegos es una pasada. En aquella selección ya estuve con Xavi, Puyol, Marchena… Crear un equipo campeón no es flor de un día, esa generación fuimos formando desde la sub-21 unos vínculos que, diez años después, nos sirvieron para ser campeones del mundo.
- Pese a tu resistencia inicial, en el Dépor encontraste tu lugar. Estuviste allí siete años magníficos.
- El primer año fue un poco más complicado porque llegaba al vigente campeón de Liga y me costó un poco entrar en el once, pero yo disfruté muchísimo sobre todo por jugar la Champions. Tenía 21 años y de golpe estaba jugando, aunque fueran 20 minutos, en los campos que antes veía por la tele. Fue una pasada y acerté totalmente al irme allí. Quedamos dos años subcampeones de Liga, ganamos la Copa del Rey del Centenariazo en el Bernabéu, disfruté de la Champions cinco años consecutivos y llegamos a aquellas semifinales contra el Oporto…
- Sales en la serie de Netflix de Beckham.
- Sí, lo vi el otro día, es normal que un tío como yo salga en el documental de Beckham, aunque sea de refilón [risas].
- Ya quisiera Beckham tu palmarés de selecciones.
- Sí, y yo su palmarés de noche [risas].
- Hablando de eso, aquel Dépor contigo, Tristán, Djalminha y compañía, tenía fama de disfrutar bastante de la noche.
- Es normal, ¿quién no sale? En esta vida sale todo dios y los deportistas también. Eso sí, salíamos cuando se podía salir, siempre que no interfiriera en nuestro rendimiento. Hay que saber salir, esa es la cuestión. Ganábamos, todo iba bien y encima podíamos divertirnos por la noche, ¿por qué no hacerlo? Ahora bien, después de una derrota, en casita por respeto a la afición y la camiseta. También hay que saber ser listo fuera del campo y yo siempre lo he sido. Éramos un equipo joven y alegre, lo teníamos todo, vivíamos en una ciudad muy atractiva, pequeñita y cómoda. La verdad es que disfrutamos mucho también de la noche, no te voy a mentir. Hoy en día los futbolistas ya no pueden hacer nada con las redes sociales, ni ir a comer con tu familia prácticamente. Tuvimos suerte porque la época del Dépor con redes sociales… Madre mía, la que se habría montado [risas].
- Todo el día fotos virales vuestras.
- Ya ves, pero entonces la gente lo veía con normalidad. Unos chavales que salían a tomar una copa como cualquiera. Además era otro fútbol, aún no nos habían convertido en atletas ni habían llegado los pliegues, los porcentajes de grasa y todo eso. Luego viví esa transición, pero en ese Dépor jugábamos todos con un 18% de grasa y no pasaba nada. Hoy nos echan. Por cierto, con Beckham tengo un par de anécdotas buenas.
- Cuenta, cuenta.
- Fuimos a jugar a Old Trafford y en una acción normal nos chocamos y me hice una herida encima del labio, en la zona del bigote. Entonces, al volver a Coruña me afeitaba al cero todas las mañanas para que se me viera bien la costra y me iba a pasear por Coruña para que la gente me preguntara y poder decir: “Nada, que el otro día me choqué con Beckham”. Entraba en todas las tiendas para vacilar [risas]. Y la otra fue que yo estaba estudiando inglés, íbamos a jugar contra el United y le pedí a mi profesora que me enseñara algún insulto por si la cosa se ponía fea saber qué decir sin quedar como un tonto. Ella me dijo que no, que como mucho dijera be careful [ten cuidado]. Empieza el partido, yo confiado pensando que me sabía el gran insulto, hay un rifirrafe y digo: “Esta es la mía”. Fui a por Beckham y me puse tan nervioso que le dije: “¡Beautiful! ¡Beautiful! [hermoso]”. Me miró flipado. Tampoco sería la primera vez que se lo decían [risas].
- ¿El Centenariazo es tu día más feliz a nivel de clubes?
- Sí, sí. Es que fue una cura de humildad muy bonita, pasamos de ser un invitado secundario a la gran fiesta del Madrid a ser los protagonistas. No es que el Madrid nos nos despreciara, pero se confiaron pensando que nos iban a ganar fácil y eso era un error porque teníamos un equipazo. Hay un pique a los seis minutos en el que Mauro Silva y Scaloni se comen a cinco de ellos y ahí ya vimos que eran nuestros, que teníamos más personalidad y más ganas. Hay equipos que van al Bernabéu y se arrugan sólo de verlo. Nosotros, lo contrario.
- Pese a esos años buenísimos en el Dépor, Luis te deja fuera del Mundial 2006.
- Fue un bajón, la verdad, porque en la fase de clasificación había estado yendo. Digamos que era el tercer lateral izquierdo tras Antonio López, que era el titular, y Del Horno, que se lesionó a última hora. Todo el mundo empezó a decir que me iban a convocar, pero a mí no me llamaba a nadie. Empezó un debate con si Capdevila o Pernía y los medios empezaron una campaña muy fuerte a su favor. Hacían una pieza sobre el tema en el telediario y a él le ponían metiendo goles y a mí, sacando de banda o caído en el suelo. ¡Cabrones, que yo también he metido cinco goles, poned goles míos! [risas]. Al final Luis llamó a Pernía, aunque a él no le influía nadie, pero la presión mediática ahí estuvo. Yo me sentí muy arropado por la prensa de Coruña, pero, claro, no había color. El caso es que no fui y me quedé chafado porque, con 28 años ya, pensé que nunca jugaría un Mundial, que se me había escapado mi oportunidad. Luego, por suerte, Luis rectificó y le pude hacer campeón de Europa [risas].
- De hecho, tras ese Mundial 2006 que fue un polvorín entre veteranos y jóvenes, Luis rectificó con todo. Sacó del equipo a la vieja guardia, con Raúl como emblema, y apostó por la generación y el estilo que nos haría campeones.
- Hay un antes y un después de ese Mundial. Luis dijo: “Bueno, hasta aquí he hecho lo que ellos querían y a partir de ahora voy a hacer lo que yo quiero, moleste a quien moleste. Si hay que perder, al menos perdemos con mis ideas”. Y no sólo no perdimos sino que cambió la historia del fútbol español.
- Llegáis a la Eurocopa 2008 con un ambiente muy tenso y muchos medios pidiendo la cabeza de Luis y el regreso de Raúl.
- Ya para clasificarnos fue una puta locura. Perdimos en Irlanda y en Suecia y las críticas fueron tremendas. No era fácil en esos tiempos ir a la selección porque nos puteaban por todos lados. Te convocaban y, en el fondo, era casi un palo porque sabías que te ibas a encontrar un ambiente complicado, me acuerdo de un amistoso en Murcia donde el público nos insultaba y nos llamaba mercenarios. Pero, de repente, llegó el partido de Aarhus en el que ganamos 1-3 a Dinamarca jugando de maravilla y con un golazo de Sergio Ramos. Ese partido lo cambió todo para nosotros, pero las críticas seguían siendo durísimas en la Eurocopa porque no goleamos en los amistosos previos. Luis llega sentenciado, esa es la realidad.
- ¿Vosotros erais conscientes de eso?
- Lo intuíamos y eso nos motivó aún más. Luis había dado la cara por nosotros, puso el escudo y dijo: “A mí dadme lo que queráis, pero a los jugadores no me los toquéis”. Allí aislados en Austria nos sentimos solos contra el mundo, esa es la verdad, y eso provocó una reacción: “Nos han dado hostias como panes, pero ha llegado nuestro momento”. No podíamos fallarle a Luis y dimos el 200% por él.
- Hay mil historias sobre Luis en aquel torneo, ¿cuál es tu favorita?
- Todas las charlas de los días de los partidos. Nos partíamos de risa. Era un psicólogo acojonante. Como nadie contaba con que llegáramos a la final, el día que la jugamos aún no teníamos estipuladas las primas, y entró Villar antes del partido a saludar. Luis gritó: “Venga, ahora sacadle toda la pasta que podáis”. El otro no sabía donde meterse. Otro día, en mitad de la charla sonó un teléfono y se cabreó mucho: “¿De quién cojones es?”. Era el suyo. Cuando se dio cuenta, lo cogió, lo tiró contra la pared y se rompió en cachitos: “Mira que llamarme ahora, hijo de puta”. Lo hacía todo muy divertido y aún estamos en deuda con él. ¿Sabes lo que más me impresionó?
- ¿Qué?
- Después de ganar la final, nos montamos en el autobús para ir al aeropuerto. Íbamos cantando, bailando, riendo… Lo típico. Entonces se levanta, nos pide silencio y nos dice que él no va a seguir porque la Federación ya se había comprometido con Del Bosque y que, si nos lo proponíamos, en dos años íbamos a ser campeones del Mundo. Nosotros estábamos flipando porque acabábamos de ganar la Eurocopa y el tío ya estaba pensando en dentro de dos años aunque él no iba a estar. Fue una putada porque no le dieron la oportunidad de ser también campeón mundial.
- ¿Qué pensaste cuando os dijo eso?
- “Coño, Luis, que aún no hemos tomado ni una copa” [risas]. No, en serio, era el Sabio por estas cosas. Esa Eurocopa, sobre todo, disfrutamos. Luis nos estuvo preparando mentalmente para pasar el momento de dificultad que tuvimos contra Italia, porque él sabía que iba a llegar una situación de cara o cruz y no quería que nos pudiera. En esos penaltis, la selección se hizo mayor de edad. Superada esa barrera de los cuartos ya no tuvimos ni presión, salíamos a disfrutar. El partido de semifinales contra Rusia es el que más me he divertido en mi vida, pensaba: “Por favor, no pites el final, quiero seguir horas aquí”.
- Comentabas antes que el Mundial no lo disfrutasteis tanto.
- La presión ya era otra. Se esperaba que lo ganáramos y, a raíz de perder el primer partido con Suiza, ya todo fue muy tenso. Creo que a nivel futbolístico mostramos más en la Eurocopa que en el Mundial e hicimos disfrutar más a la gente. En el Mundial hubo debate porque Del Bosque mete doble pivote y tras la primera derrota lo matan por ello. Sobre todo a Busquets. Y ahí se ve un líder, que Vicente también lo era. Dijo que Busquets era el jugador que él querría ser si pudiera elegir y se acabó el debate. Que tu jefe diga eso te da una tranquilidad impagable.
- Al fin logras jugar un Mundial, ¿pensabas que ibas a ser tan importante?
- No. Me veía con muchas posibilidades de ir, pero como soy muy precavido y ya me había llevado disgustos, les dije a mis padres que viéramos la convocatoria definitiva los tres solos en casa. Fui uno de los primeros nombres que dio Del Bosque y ya no recuerdo más. Me enteré de los que iban al Mundial cuando me los encontré en el avión. Había dado por perdido jugar un Mundial y con 32 me llegaba la oportunidad, pero me conformaba con salir un minuto. Eso me bastaba. Al final jugué todos los minutos. La leche. Cuando Del Bosque me dijo que iba a ser titular contra Suiza en el primer partido, se me pasó de todo por la cabeza en el calentamiento. Decidí casi ni calentar, no me fuera a romper o algo. Tonterías, las justas. Cuando pitó el inicio el árbitro, lo primero que pensé fue: “Hostia, ya está, soy mundialista”. Sentí felicidad y alivio.
- Durante todo el campeonato fuisteis de susto en susto, ¿cuándo lo viste más crudo?
- Todos los días, pero cuando sufrí más fue contra Paraguay en cuartos. Ese día sí que lo vi negro y más con el penalti de Piqué que paró Iker. Todo el mundo recuerda la parada a Robben, pero ese día le hace una a bocajarro a Santa Cruz en el minuto 90 que es casi mejor.
- La de Robben la ves tú mejor que nadie, eres el que va corriendo desesperado detrás de él.
- Si es que el mérito de esa parada es mío, no de Iker. Eso lo puedes poner de titular: Yo evité el gol de Robben en la final del Mundial [risas].
- ¿Cómo?
- Le grité “kiricocho” y le gafé. En el Villarreal, Rubén Cousillas, que era el segundo de Pellegrini, cada vez que un rival se plantaba solo ante el portero le gritaba “¡kiricocho!”, porque decía que le daba mala suerte. Se me quedó grabado y en ese momento, viendo que no llegaba, lo único que se me ocurrió hacer fue gritárselo a Robben. Era la solución desesperada y mira… Todo es mérito mío [risas]. Ahora en serio, a mí los entrenadores me enseñaron que, aunque sepas que no llegas, sigas persiguiendo hasta el final porque eso mete presión al delantero. Robben sabía que yo iba detrás y todo ayuda. No sé si un 0,1 o un 0,2%, pero influye.
- ¿Se duerme la noche antes de una final de Mundial?
- Muy poco, es imposible. Yo apagaba la tele, la volvía a encender cuatro veces y a las 4:00 todavía daba vueltas en la cama porque se me metió un pensamiento en la cabeza: “Joan, eres defensa, por Dios, no la cagues”. Me obsesioné con eso toda la noche, no dormí pensando que la iba a cagar. Me miraba al espejo y me pegaba unas charlas psicológicas de flipar para equilibrarme emocionalmente porque, claro, decía: “Hostia, ¿te imaginas que me resbalo y me meto un gol en propia portería delante de todo el planeta? Si a Julio Salinas lo mataron por no meter un mano a mano en cuartos de final, si yo la cago mañana tengo que cambiar el apellidos de mis hijos y no volver a España. Vas a quedar marcado para toda la vida”. Luego me sentaba en la cama y me convencía de lo contrario, de que era una final del Mundial y la iba a disfrutar, que igual hasta marcaba el gol del triunfo. Y así pasé la noche [risas].
- ¿Y en los himnos? ¿Pensaste en cómo diablos habías acabado tú ahí?
- Me sucedió una cosa muy rara, como cuando se mueren en las películas, me pasó toda mi carrera por la mente, desde que jugaba en campos de tierra hasta ese día. Y en un momento dado miré a mis compañeros y pensé que, joder, todo estrellas del Barça y del Madrid y yo ahí no pintaba nada, pero, coño, algo habría hecho bien para lograrlo. Me lo había ganado y tenía que disfrutarlo. Y al acabar tuve un momento muy fuerte con mis padres, que habían viajado para la final pese a que a mi madre le da pánico volar. Fui al córner donde estaban los familiares y, de repente, fui incapaz de hablar, de decirles algo, nos quedamos los tres en silencio y empezamos a llorar. Nunca les había visto llorar. Fue muy raro y a la vez muy bonito.
- ¿Qué recuerdas del partido?
- Que, más que nunca, jugué con la cabeza y no con los pies. No perdía de vista ni a Iniesta ni a Xavi, los tenía siempre localizados y cerca para dársela. El gol de Andrés lo tengo prácticamente borrado de la mente, no lo he vuelto a ver nunca no vaya a ser que lo falle. Los tres minutos desde que marcó hasta el final son los más largos de mi vida. Hace poco me he tatuado la copa del Mundo en el gemelo porque me siento orgulloso de haberla ganado y, sobre todo, de que al menos por unos días unimos a un país, que es algo que cuesta mucho. Se olvidaron las banderas, las peleas con el vecino y todo. Ver feliz a tanta gente no tiene precio.
- Al año siguiente te vas del Villarreal y acabas jugando en lugares insospechados. Te resististe a dejarlo.
- Se fue liando la cosa. En el Villarreal, Garrido me dijo que no me quería y me fui al Benfica, luego ellos bajaron. Luego volví al Espanyol en 2012 con la idea de jugar un par de años, cerrar las heridas y retirarme en casa con 35 o 36 años. De hecho al Mundial 2014 voy como comentarista de la tele pensando que me había retirado, pero estando allí me ofrecen irme a la India, porque se iba a crear una liga chula y tal. No tenía nada mejor que hacer y me fui cuatro meses a la India. Vuelvo en diciembre para retirarme y me llaman otra vez. Ahora del Lierse, en segunda belga. Un buen país, una experiencia, ¿por qué no? Allí me rompió el cruzado y pienso, otra vez, que se acabó, pero estaba destinado a terminar como los grandes: en Champions. Fiché por el campeón del Andorra, el Santa Coloma, jugué la previa de Champions, nos eliminaron y ahí ya lo dejé, en todo lo alto [risas].
- ¿Llevaste bien la retirada?
- Muy bien porque fue progresiva y amortigüé la caída. Era consciente ya de que la vida sigue y tenía una idea de lo que quería hacer, dónde quería vivir y un plan con tu familia. Insisto muchísimo a los futbolistas jóvenes en que estudien, que tienen tiempo para todo. Es vital pensar en esa segunda mitad de tu vida.
- Podemos decir que la primera te salió razonablemente bien.
- ¿Sabes lo que más le agradezco al fútbol? Que gracias a él he podido conocer el mundo y aprender de esta vida. No me quedo ni con los triunfos ni con las derrotas, sino con una experiencia vital que no hubiera podido tener de ninguna otra manera.
- No sólo aprendiste, también enseñaste. Media España ha intentado sujetar un cubata en el hombro mientras bailaba como hiciste tú en la celebración de la Eurocopa.
- [Risas] Me enseñó a hacerlo Santi Cazorla y era la primera vez que lo intentaba. Me la jugué a lo grande, ahí con todo dios mirando, y me salió bien. La hostelería española me lo tiene que agradecer por la cantidad de copas que se han caído al imitarme y han tenido que pedir otra. Me tendrían que contratar para hacer anuncios. Me lo deben.