Guardiola, mejor sin la pelota: “El fútbol no tiene explicación”

Guardiola, mejor sin la pelota: "El fútbol no tiene explicación"

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El técnico del Manchester City, que no recurrió a ninguno de sus suplentes en todo el partido, encajó durante el monopolio inicial de su equipo y empató cuando el Madrid mejor estaba

Pep Guardiola, en el Bernabéu.MANI FERNÁNDEZAP

“El fútbol no tiene explicación”. Y Pep Guardiola, con ese discurso breve y conciso que le acompaña en sus últimas visitas al Bernabéu, tras el elogio de rigor al Real Madrid -“es un equipo fantástico”- no tuvo que decir mucho más para explicar lo ocurrido. “Cuando mejor estábamos, marcaron ellos. Cuando ellos estaban mejor, marcamos nosotros”.

Tras un robo de Rodri, redimió Kevin de Bruyne a Guardiola porque el pelirrojo belga, de porte inquietante pero de fútbol exquisito, remató con el alma en el 1-1 para negar esa indiferencia mediática que siempre le acompañó. Pero ese alivio traducido en aplausos con los que el técnico del Manchester City salvó la trampa del Bernabéu obliga a una reflexión que debe ir más allá de las cábalas y los cantares de gesta. Al City, a Guardiola, le fue mejor cuando no tuvo que monopolizar el balón. Encajó cuando más lo tenía, empató cuando más lo quiso el Madrid.

Pep Guardiola, traje negro, camiseta negra, zapatos negros, inclinaba su cabeza rasurada para encontrar respuestas a lo visto en la primera media hora. Caminaba con las manos en los bolsillos, y alternaba las protestas al cuarto árbitro por la batalla que mantenía Carvajal con Grealish con largos episodios de contención y reflexión. Su Manchester City, que pasaba por ser un equipo menos dominante con la pelota esta temporada, que había aprendido a resguardarse en los escenarios más peligrosos para ser más determinante en las zonas rojas del juego con Haaland como fin del camino, se había metido en la máquina del tiempo para retomar su pasado. Con mucha pelota, pero escasa pillería. El mismo mal que le costó ser derrocado la temporada pasada por un Madrid que obligó a Guardiola a ser quien no pretendía.

En su eliminatoria frente al Bayern, el equipo skyblue no tuvo reparo alguno en ceder durante largos tramos del encuentro el balón al Bayern. Ya lo ajusticiaría con transiciones y aprovechando los errores de Upamecano. Resulta que Carlo Ancelotti, con ese instinto de supervivencia que sólo los italianos entienden como forma de vida, ordenó a sus futbolistas que aguardaran atrás. Que ya tendrían su momento. Por mucho que el Bernabéu, en el minuto 25 del partido y con el City superando el 70% de posesión, tuviera que responder con silbidos a esos futbolistas del City que enhebraban un pase tras otro sin que el Real Madrid pareciera inmutarse. Parecía el equipo blanco aquel Muhammad Ali de Kinshasa que tragaba con el vientre los golpes de George Foreman apoyado en las cuerdas, esperando a que su rival se consumiera.

Walker frente a Vinicius

No ayudó a Guardiola la ausencia de Nathan Aké, que le llevó a dejar a un lado su apuesta de los cuatro centrales para que Kyle Walker, que no se las apañó mal, fuera quien intentara controlar a Vinicius en el lateral derecho. Ello obligó a Akanji a escorarse a la izquierda. Mientras que Stones, futbolista que Guardiola ha tratado de reinventar en una de aquellas innovaciones que perduran en el tiempo, volvía a abandonar el centro de la defensa para incluso marchar por delante de Rodri y Gündogan. Sin reparar en que, por el centro, y ante el sistema de ayudas de Ancelotti, su pie poco podría crear.

Ni siquiera contaba Guardiola con la solución de Haaland para las segundas jugadas, con un monumental Rüdiger encaramado a la chepa del noruego e impidiéndole movimientos de continuación. Y donde no llegó el central alemán, llegó Alaba.

Extrañó que Guardiola, pese al gran nivel mostrado esta temporada por Bernardo Silva, obviara la presencia de un extremo desequilibrante en el uno contra uno como Mahrez en su enfrentamiento en la orilla con Camavinga. El francés fue quien iluminó al Real Madrid con una carrera que Bernardo Silva fue incapaz de seguir, y que Vinicius coronó con un martillazo que no vio Ederson.

De Bruyne, decíamos, redimió a Guardiola, que ni siquiera consideró oportuno hacer un solo cambio. Acabó recluido su City frente al área. Cómodo sin la pelota, pero impidiendo que la locura y el caos de las transiciones se apoderaran de la noche. “Pensé que estaban bien los futbolistas que había en el campo. Tienen cierto empaque y jugadores como Bernardo Silva o Jack Grealish retienen el balón. Y si el partido se ponía un poco loco, no tendríamos el nivel. Pensé en hacer cambios, pero al final decidí que no”, respondió Guardiola, esperando a que El Dorado esté en el Etihad: “Podemos defender mejor, ser más efectivos y tener más fluidez en ataque. El partido de vuelta será terriblemente duro”.

kpd