Groenewegen vence al sprint tras el ligero susto de Pogacar en un abanico

Groenewegen vence al sprint tras el ligero susto de Pogacar en un abanico

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En las crónicas deportivas siempre se empieza por el final, por el resultado, que es lo que, en definitiva, importa. En las etapas ciclistas llanas, con mayor razón, porque suelen resolverse de golpe en su mismísimo epílogo. En el caso que nos ocupa, entre Mâcon y Dijon, hablamos, además, de la etapa más llana de este Tour. Destinada más que cualquier otra a los sprinters, esos “locos” que, en un hervidero de pedaladas frenéticas, se disputan a dentelladas las galas del triunfo.

Ya estamos tardando en decir que se la llevó Dylan Groenewegen (Jayco Alula), el campeón nacional de Países Bajos. Es su sexta victoria en el Tour. Nada. No ocurrió realmente nada antes de esos momentos. No importó que, a lo largo de la ruta, entre viñedos (esto es Borgoña) y verdes horizontes abiertos, a veces inabarcables para la vista, soplara con cierta intensidad (entre 20 y 25 kms. por hora) un viento cambiante. Dio igual que, a 75 kms. de la llegada, el pelotón, adormecido y adelgazado momentáneamente a causa de unos movimientos nerviosos y fugaces en la proa a cargo del Visma, se rompiera de golpe a causa del viento, en un súbito abanico, como se rompe un hilo sometido a un brusco tirón.

En el minoritario grupo de cabeza se quedó aislado de los suyos Pogacar. No le entró miedo, faltaría más, pero nunca se sabe qué puede pasar en un momento dado, un pinchazo, una avería, un percance, una caída, y encontrarse solo puede ser peligroso. Se rezagó un tanto mirando hacia atrás con frecuencia para constatar poco después que el UAE, con Ayuso, Soler, etcétera, tirando del segundo carro, enlazaba sin mayores agobios. Tampoco nadie intentó aprovechar una situación que no pasó de un amago de apuro, de un atisbo de amenaza. Los abanicos los carga el diablo. Pero las aguas volvieron rápidamente a su cauce.

Caída

Sufría una avería Cavendish y, al amparo de los coches, regresó pronto al rebaño. El asfalto se deslizaba bajo las ruedas de la tropa a 40 por hora y nada ocurría. La gente iba de paseo. Con el material y el piso actuales, a esa velocidad las bicis van solas. Todo el mundo esperaba el zafarrancho final, en el que se desencadenarían las hostilidades buscando, primero, la colocación de los velocistas y, luego, ellos y sólo ellos, en su duelo de fuego, arrancándose la piel en los últimos llameantes 200 metros, cuando las piernas arden y el corazón estalla. ¿Habría caídas? Sí, una sin trascendencia a 7 kms. de la llegada. Bettiol y Van den Berg no sufrieron daños.

El pelotón marchaba tan tranquilo que entró en harina más tarde de lo habitual. Se sacudió la modorra en cuanto se alcanzó la zona de protección (4 kms.) El sprint fue limpio y en él entraron los hombres más rápidos. Menos Cavendish, que se da por satisfecho con su 35ª victoria y aguarda alguna otra oportunidad más adelante. Groenewegen batió a Philipsen, Girmay, Gaviria (bien por el colombiano, que parece recuperar un buen gope de pedal), Bauhaus, De Lie, Van Aert (que va afinando la llanta), Démare, Kristoff y Ackermann.

La séptima etapa, una contrarreloj individual de 25,3 kms., la más corta con el nombre más largo (Nuits-Saint-Georges-Gavrey-Chambertin) de este Tour, se presenta como la más importante de la semana, después de la presidida por el Galibier. Los pronósticos apuntan a Evenepoel y Pogacar. Veremos cómo reaccionan, especialmente, Roglic y Vingegaard, los otros aspirantes al triunfo en la carrera, no solamente al podio o al Top-10.

La etapa es fundamentalmente plana, con un repecho en la parte central de un kilómetro y medio al 6,1% de porcentaje máximo.

kpd