El base vuelve con los Cavaliers tras su grave lesión de rodilla de diciembre de 2021, el mejor momento de su carrera. Sueña con disputar las Finales de la NBA y Scariolo le aguarda para renovar el oro de 2019
Surfeaba Ricky Rubio las olas más altas de una carrera ya para el recuerdo. Todas las promesas de aquel niño que Aíto García Reneses hizo debutar con 14 años en el Joventut se habían cumplido, pese a los obstáculos. El dominio de Europa, la conquista de la NBA, el MVP de un Mundial… Y una madurez pletórica a la que visitó, de nuevo, el fantasma de su rodilla maldita. Más de un año después, ha llegado la hora de cerrar el círculo.
Aquel 28 de diciembre no fueron Santos Inocentes en el Smoothie King Center de Nueva Orleans. Igual que en 2012, cuando era un rookie en Minnesota, el ligamento anterior cruzado de su rodilla izquierda saltó por los aires. Faltaban dos minutos para el final y, ante los Pelicans, acumulaba 27 puntos, 13 rebotes y nueve asistencias. Como poco más de un mes antes, cuando había destrozado a los Knicks en el Madison con 37 puntos (ocho de nueve en triples) y 10 asistencias, su tope en la NBA. Como en ese verano, cuando se había convertido en el máximo anotador de los Juegos Olímpicos, 38 puntos al USA Team en cuartos. Pero el 2021, histórico para él, le tenía reservado el peor de los colofones.
Todo apunta que será esta noche en el Target Center de Portland, o quizá el sábado en la Mineápolis que le vio debutar. O, a más tardar, el lunes en Cleveland ante los mismos Pelicans que se lesionó (y contra Willy Hernangómez). En cualquier caso, el retorno a las canchas de Ricky Rubio, en busca de su temporada número 12 en la NBA, es inminente. El catalán ha cumplido a rajatabla cada paso en una recuperación de la que siempre dijo que volvería “más fuerte”. Trabajó con su inseparable Raúl López y con su fisioterapeuta de confianza desde hace años, el canario José María Sánchez. Estos últimos días ha ido superando cada test importante, de fuerza, de equilibrio y de acondicionamiento a la cancha, donde ya es habitual en los entrenamientos cinco contra cinco, siempre la última barrera. Incluso reforzó su puesta a punto con el equipo afiliado de la G-League, los Charges. Su entrenador, J. B. Bickerstaff, habló de una paulatina entrada en la rotación. Se espera que comience jugando entre 15 y 20 minutos por partido y que no dispute back-to-backs hasta el parón en febrero por el All Star. Porque, con 32 años cumplidos, los retos para abrochar una carrera de leyenda aún son un puñado.
“Ni la mitad de tiempo”
Por eso Ricky, que ya declaró que no demasiado tarde regresará a El Masnou donde quiere que su hijo crezca, olvidó del todo deportivamente el 2022. Si una década antes tardó nueve meses en volver a las canchas, perdiéndose por el camino los Juegos de Londres, ahora se lo tomó con calma. “Cuando era joven no le dediqué ni la mitad de tiempo que ahora. Tienes el miedo a recaer, por eso me está costando volver”, admitió hace unas semanas en el podcast El Reverso, donde también reconocía momentos de frustración: “Me acuerdo de un día, cuando llegué a El Masnou a las dos semanas de operarme, estaba con muletas y no sabía bajar las escaleras de mi casa. Eran las 5 de la mañana, con el jet lag… y empecé a llorar”. “Después de haber pasado esta lesión antes, tiene muy buena comprensión de su cuerpo”, reconoció sobre el proceso su técnico.
Ahora, por el camino, incluso fue traspasado a Indiana. Aunque sólo era un movimiento de mercado, pues no puede estar más valorado por unos Cavaliers disparados en expectativas y en los que José Manuel Calderón ocupa un puesto de asesor. Durante el verano, ya como agente libre, firmaron por tres temporadas más al español, un contrato de 18,4 millones de dólares.
Mientras recupera el tono, Ricky se une a uno de los equipos más pujantes de la NBA, cuartos de la Conferencia Este. Los Cavaliers, que el curso pasado no alcanzaron los playoffs, se reforzaron con una estrella como Donovan Mitchell (29,3 puntos por partido) -con quien ya compartió vestuario en Utah- y atienden a la explosión de jóvenes como Darius Garland, Evan Mobley y Jarrett Allen.
Avanzar en una postemporada que sólo pisó (y en primera ronda) en su etapa en los Jazz es uno de sus grandes desafíos: Ricky sueña con disputar unas Finales NBA. El otro tiene que ver con la selección, a la que liderará en el próximo Mundial en buscar del más difícil todavía, renovar el oro logrado en 2019. En Filipinas, Ricky será el veterano que comande un grupo que en su ausencia conquistó el Eurobasket. Scariolo se relame ante la pareja que puede formar en el juego exterior junto a Lorenzo Brown.