Madrid convirtió el Parque de Berlín en su Basilea improvisada: una marea roja latió al ritmo de la final, contuvo la respiración y se rompió con los penaltis

Madrid convirtió el Parque de Berlín en su Basilea improvisada: una marea roja latió al ritmo de la final, contuvo la respiración y se rompió con los penaltis

Actualizado Domingo, 27 julio 2025 - 21:21

A las seis menos cuarto ya no cabía un alfiler en torno a la pantalla gigante. El Parque de Berlín era una grada improvisada, una fiesta sin techo, un pulmón colectivo en rojo y amarillo que latía al ritmo de una ilusión que llevaba años fraguándose. Daba igual el calor pegajoso de los 35 grados, las chanclas, las sillas de playa o el sudor en la frente.

Hoy —y solo hoy— todo eso era secundario. Porque España jugaba la final de la Eurocopa femenina contra Inglaterra. Porque era el día en que los sueños de muchas niñas, que un día chutaron balones en campos de tierra, podían coronarse con el único gran título internacional que faltaba en la vitrina de la selección.

"¡Vamos, España!, ¡A por ellas!", estallaron al unísono las centenares de personas congregadas en el parque. Y con el himno, también las miradas al cielo. Un himno que sonó a decibelios ensordecedores, inundando el aire, retumbando en los árboles, llenando de orgullo el pecho de todos.

No era Basilea, pero poco le faltaba. En Chamartín se vivía con la misma tensión. Las calles aledañas comenzaron a cortarse antes de las cinco de la tarde. Desde la boca del Metro de Concha Espina, emergía una riada de camisetas rojas: el 6 de Aitana, el 11 de Alexia, el 7 de Olga. Era una marea humana con destino claro: el corazón de Madrid palpitaba fútbol femenino.

Fanny y Lola estaban sentadas en una toalla de playa con Unai, su hijo de tres años. "Hemos visto toda la Eurocopa. Como no podemos ir a Suiza, ¿qué mejor que vivirlo desde casa?', decía Fanny. "Las inglesas son muy buenas, pero estamos convencidas de que vamos a ver triunfar a las chicas", añadía Lola.

La primera parte fue un nudo en el estómago. Inglaterra salió con todo, obligando a Cata Coll a emplearse a fondo bajo palos. Pero España aguantó el chaparrón y no dejó de mirar hacia delante. Yen el minuto 25, llegó el estallido.

Mariona Caldentey conectó un potente remate de cabeza tras un centro medido desde la derecha, haciendo vibrar el Parque de Europa con un grito seco, eléctrico, que pareció agitar hasta las hojas de los árboles.

En primera fila, a pie de pantalla, también se dejaban llevar por la emoción la alcaldesa en funciones de Madrid, Inma Sanz, y la concejala de Deportes, Sonia Cea Quintana. Aplaudían, saltaban y cantaban como dos aficionadas más.

No hubo que lamentar ningún incidente grave, más allá de algún tirón ocasional que hizo que más de uno se quejara con el aliento contenido al ver la imagen congelada o al escuchar el micrófono del presentador fallar entre chasquidos.

El descanso se hizo eterno, y el gol de la británica Alessia Russo en el 57 dejó un regusto amargo. Hasta los que estaban tumbados en la arena, lejos ya del bullicio, se levantaron con un respingo y se acercaron a la pantalla como si pudieran cambiar el rumbo con la mirada.

La prórroga trajo un nuevo brío para España, un cambio de ritmo que despertó los pulmones del parque. "¡A por ellas!", "¡No os metáis atrás!", "¡Que esta final es nuestra!", se escuchaba entre sudor, nervios y esperanza. Pero los zarpazos de Inglaterra helaban la fiesta: los aficionados se apretaban contra las vallas, inclinados hacia la pantalla como si pudieran entrar en ella para despejar el peligro.

Por suerte, para cualquiera a quien la emoción pudiera jugarle una mala pasada, los operativos policiales y los equipos de emergencias del Samur estuvieron durante todo el partido rodeando a la multitud.

Y el partido se fue hasta los temidos penaltis, esa ruleta cruel que hace contener el aliento y romper corazones. Inglaterra marcó el primero y el golpe fue seco. Pero cuando repitieron y fallaron, volvió la esperanza. Las palmas marcaban el ritmo mientras Patri Guijarro tomaba carrera para clavar el primero de España. Después, todo fue un vaivén: España falló, Inglaterra también. Los errores se encadenaban y la tensión era una losa. Cada lanzamiento era un mundo, una bocanada de nervios y silencio.

Hasta que, al final, Inglaterra se coronó campeona. Y el trago fue amargo.

Entonces solo hubo dos reacciones: quienes se marcharon en silencio, cabizbajos, y quienes se quedaron inmóviles, incrédulos, como si aún esperaran un giro imposible. Pero incluso en la derrota, hubo algo que celebrar.

"No han ganado, pero siguen siendo nuestras campeonas", comentaba una aficionada, aún con los ojos húmedos.

La élite mundial del rugby a siete planta su fiesta y su final en Madrid

La élite mundial del rugby a siete planta su fiesta y su final en Madrid

En el rugby a siete pasan cosas. Muchas cosas. En muy poco tiempo. En segundos. "Es muy dinámico y cambiante", arranca el argentino Rodrigo Isgró, mejor jugador del mundo en la temporada pasada. "Espectacular, súper entretenido", acelera Pol Pla, 96 ensayos con la selección española masculina. "Una forma de vida", posa la definición Olivia Fresneda, 25 años, internacional española de rugby a quince y volcada ahora en la modalidad olímpica.

Siete contra siete en dos tiempos de siete minutos. En todo el campo. Carreras y placajes, balón en movimiento, a la caza de un hueco para escaparse. Las HSBC Sevens Series, la competición anual que reúne a las mejores selecciones del mundo (All Blacks, Australia, Argentina, etc.. y, entre ellas, España) se decide por primera vez en Madrid. A todo o nada. El equipo que gane el torneo que se disputa de viernes al domingo en el Cívitas Metropolitano se proclamará campeón de la temporada.

Si en el césped los partidos se suceden, la idea es que el espectador también esté activo. "El rugby va a ser lo más importante, pero queremos convertirlo en un festival, tenemos que dar un plus, de entretenimiento o gastronomía", asegura Paula Hernández, de World Rugby -la Federación Internacional-, directora de esta serie en Madrid.

Los palos de rugby, en el estadio Cívitas Metropolitano

Los palos de rugby, en el estadio Cívitas Metropolitano

Los partidos arrancan el viernes y el sábado a las doce del mediodía y el domingo, a las diez de la mañana. Como cada jornada dura al menos 10 horas, las entradas permiten salir a la fan zone y volver a entrar. Hasta este miércoles se habían vendido unas 40.000 repartidas entre los tres días, con precios a partir de 10 euros.

Si el seven puede perder en tempo, complejidad y épica respecto al quince, gana en continuidad y velocidad. La exigencia, en eso no varía, es máxima. Rodrigo Isgró debutó en 2020 y ahora ve cómo Argentina, tras quedar primera en la suma de los torneos previos, es una de las favoritas. "Dos minutos de desconcentración te pueden hacer perder un partido, hay muchos ensayos, puede pasar cualquier cosa hasta el último minuto". No queda margen para el fallo ni tiempo para rectificar. "Puedes estar mucho tiempo defendiendo, tienes un error y es un ensayo en contra", confirma Olivia Fresneda.

Aunque el juego es cada vez más físico, apunta Pol Pla, "en un campo tan grande siempre hay espacio para el jugador habilidoso o que tiene otras virtudes". Velocidad, fuerza y resistencia han convertido esta modalidad en un deporte para superatletas. "El jugador de seven dedica mucho tiempo a la parte física", corrobora Isgró. Y, subraya, no sólo a eso. "La mayoría de las veces es la cabeza la que le da señales al cuerpo para poder seguir". La española Olivia Fresneda destaca cómo, incluso en los viajes, el tiempo libre suele dedicarse a la recuperación. "Te exige estar las 24 horas del día", dice. Pol Pla se recuerda "reventado" tras su primer torneo y sin fuerzas para afrontar otro al siguiente fin de semana. Hoy es un referente en la selección masculina.

Pol Pla (primero por la izquierda) intenta alcanzar a Rodrigó Isgró (tercero por la izquierda)

Pol Pla (primero por la izquierda) intenta alcanzar a Rodrigó Isgró (tercero por la izquierda)World Rugby

Pasan cosas en el campo y pasan cosas fuera. Como el rugby es, además, diversión, en el exterior del Cívitas Metropolitano se celebra el sábado un torneo de rugby playa y otro de cinta, el domingo, para niños. El sol lo pondrá Madrid, la arena ha llegado desde una cantera. Puestos de comida, un beach club con música, tumbonas, piscina y pantalla gigante. "La gente no sólo va a ver rugby, también va a ser parte del rugby", sugiere Paula Hernández. La directora de la organización explica que "el público objetivo es entre los 20 y los 30 años, pero pueden ir familias, intentamos tener ofertas para todos". Su objetivo, que esta cita - en la que participan la Federación Española, el Ayuntamiento de Madrid y el Atlético de Madrid- se asiente en la ciudad.

Los jugadores, sin embargos, no pueden permitirse distracciones. Las selecciones españolas, masculina y femenina, han quedado décima y duodécima en la suma de los torneos anteriores. Por eso su reto en Madrid es la permanencia en este club tan selecto que les fuerza a progresar o descender. Compiten contra otros siete equipos por cuatro plazas. Su destino se decide, al igual que el título, en las eliminatorias del domingo. A un partido. Presión absoluta.

Las dos escuadras muestran confianza. "Tenemos muchísimo corazón, muchísimo juego en equipo, muchísima garra, muchísimo espíritu de competición", asegura Olivia Fresneda sobre las Leonas. El conjunto masculino ha obtenido sus mejores resultados cuando ha controlado la posesión. "Jugar con el balón más que ser verticales, no ir a chocar, aunque a veces lo tenemos que hacer, nuestro juego es mucho más de mover el balón de una banda a otra, de jugar con las carreras", resume Pol Pla.

Frenazos, cambios de pie, aceleraciones. Ritmo habrá también en las gradas. El sábado, con el dj Luc Loren. El domingo, con actuaciones de Ptazetay Chanel. Paula Hernández apunta a nuevos públicos al convertir en "experiencia 360" esta competición deportiva de élite: "Apostamos por cosas rápidas, la gente joven no tiene paciencia, quiere que pasen cosas, no estar sentada".

Olivia Fresneda, en una serie anterior

Olivia Fresneda, en una serie anteriorMike LeeWorld Rugby

Dubai, Ciudad del Cabo, Los Ángeles, Hong Kong... Las Series Mundiales han brindado a los jugadores españoles la oportunidad de dar la vuelta al mundo. "Nos conocemos los aeropuertos de memoria, no vas a ver esos países, vas a competir, a entrenar y a jugar", asegura Olivia Fresneda. Pol Pla, asumiendo ese desgaste, agradece "viajar, conocer personas, distintos lugares, culturas diferentes".

Con la presencia del francés Antoine Dupont como uno de los principales reclamos, la final de las HSBC Seven Series en Madrid pone a España en el mapa del rugby internacional. Los Leones y las Leonas esperan, además, sentir el impulso de su afición. Para Olivia Fresneda será "espectacular"; para Pol Pla, "una motivación extra". Con los Pumas entre los favoritos al título absoluto, también lo reclama Rodrigo Isgró. "Espero que muchos argentinos puedan acercarse a alentarnos". Describe como "una familia" a su selección porque "para expresarte bien adentro de una cancha, primero tenés que sentirte cómodo afuera".

Los deportistas se exprimirán mientras el público se esfuerza en pasarlo bien. Es el espíritu festivo al que se vincula el rugby a siete internacional. Pol Pla expresa tres deseos. La permanencia, los Juegos de París y un tercero para después de retirarse. "Algún día tengo que ir de espectador, cuando ves a los aficionados disfrutar así, pues te apetece hacerlo".