Adrian Newey, al fin con Aston Martin en Mónaco: de un debut pasado por alcohol al actual desafío con las curvas lentas

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El 15 de mayo de 1988, después de completar su primer fin de semana en el GP de Mónaco, Adrian Newey se zambulló, montado sobre un scooter, en las aguas del puerto totalmente borracho. Ayer, el ingeniero más laureado en la historia de la F1 recorrió el paddock del Principado con paso menos vacilante, vestido por vez primera con los colores de Aston Martin, el equipo que ha confiado en él su futuro. Después de tres meses en la fábrica de Silverstone, el trabajo de Newey ya dio sus primeros réditos la pasada semana en Imola, donde el AMR25 redujo a casi la mitad su distancia frente a la cabeza. Ahora queda por saber si esta tendencia se confirma y sobre todo, si el lápiz del británico logra perfilar un coche capaz de competir por las victorias en 2026.

Aquella gamberrada, cuando Newey aún no había cumplido 30 años, obedeció a una apuesta orquestada en el equipo March. A los mecánicos de Max Mosley les dio por festejar de ese modo el décimo puesto de Ivan Capelli, último en la meta a seis vueltas de Alain Prost, afortunado vencedor tras el accidente de Ayrton Senna en la zona de Portier. «El espíritu competitivo era igual de patente, pero un poco más divertido; el término “polícamente correcto” aún no se había acuñado», se excusa Newey en Cómo hacer un coche (Cúpula, 2019), su libro de memorias, rematado con unas líneas que encienden hoy la ilusión de Aston Martin. «Siempre me he hecho la misma serie de preguntas sencillas: ¿Cómo podemos aumentar el rendimiento? ¿Cómo podemos mejorar la eficiencia? ¿Cómo podemos hacer esto de manera diferente? ¿Cómo puedo hacer esto mejor?»

Esas cuestiones flotaban ayer sobre el fastuoso hospitality de Aston Martin en Montecarlo. Mientras Newey atendía a Martin Brundle en los micrófonos de Sky F1, Pedro de la Rosa sonreía a las cámaras como embajador de la marca. Por las conversaciones flotaban algunas cifras. Como las 76 centésimas que el pasado sábado Fernando Alonso entregó ante Oscar Piastri, autor de la pole en Imola, gracias a las siete mejoras de rendimiento instaladas en su monoplaza. Durante las seis carreras anteriores, aún sin el paquete de actualizaciones, la diferencia promedio durante las sesiones clasificatorias había ascendido a 1,22 segundos. Esta formidable progresión, sin embargo, no permitió al asturiano, ni a Lance Stroll, acabar en los puntos.

«El coche sigue siendo inconsistente y difícil de pilotar», advirtió ayer Alonso, alternando la cautela con dosis de esperanza. «Las primeras vueltas en Imola detrás de George Russell y Lando Norris ya fueron algo nuevo para nosotros, porque antes aguantábamos el ritmo seis curvas y allí lo hicimos durante 10 vueltas», argumentó. Mejor que nadie, el bicampeón sabe que el objetivo primordial hasta final de año pasa por consolidar al AMR25 como la referencia de la zona media, por detrás de McLaren, Red Bull, Mercedes y Ferrari. Sólo a partir de ahí podrá soñar con algo verdaderamente grande.

A corto plazo, el influjo de Newey debe evaluarse en función del rendimiento del coche en los virajes lentos, su punto más débil. Tras la carrera en el Autodromo Enzo e Dino Ferrari, Andy Cowell, CEO del equipo, ya quiso enviar un aviso a navegantes. «Las actualizaciones han mejorado nuestro rendimiento en todo tipo de curvas», adelantó el británico, subrayando los progresos en las zonas más reviradas. Si se confirma ese paso adelante en Montecarlo, la pista más lenta del Mundial, podremos concluir que Cowell no va de farol.

Ayer, mientras los invitados de Aston Martin se acicalaban para la fiesta nocturna programada en el yate del equipo, Newey esquivaba los flashes. Tanta expectación no sólo se justifica por su palmarés, donde lucen 25 títulos mundiales, sino también por su salario, en torno a los 25 millones anuales, sólo inferior al de Charles Leclerc, Lewis Hamilton y Max Verstappen. El domingo se espera de nuevo a Newey en la parrilla de Mónaco, armado con un lápiz y una libreta. Como distraído, anotará cada detalle del rival. Siempre en busca de la solución más imaginativa, como la que le otorgó aquí su primer triunfo. En 1998 Mika Häkkinen iba demasiado al límite, pero en lugar de recomendarle más precaución optó por redoblar una barra del McLaren. El finlandés rozó sin cesar los muros, aunque ganó con tanta autoridad que sólo tres pilotos acabaron en su vuelta.

kpd