El zurdo, que perdió en dobles junto a Marc López, reaparece este martes en individuales con el austriaco, ex número tres, que lucha por recobrar estatus tras una grave lesión de muñeca
La operación retorno empezó con un partido de dobles. Se trataba sólo de abrir boca, de competir nuevamente, por primera vez desde aquel 18 de enero del año que se fue, cuando nadie imaginaba que la derrota ante Mackenzie McDonald en la segunda ronda del Abierto de Australia traería semejantes consecuencias. Rafael Nadal prefirió engrasarse junto a Marc López, hoy integrante de su equipo técnico, otrora, no hace demasiado, consumado doblista, junto a quien ganó el oro olímpico en los Juegos de 2016.
Perdieron por un doble 6-4 ante los australianos Max Purcell y Jordan Thompson, en el ATP 250 de Brisbane, el torneo que ha elegido el ganador de 22 títulos del Grand Slam para desenfundar la raqueta. Poco importa el resultado en este caso.
«El problema cuando digo que será mi última temporada es que no puedo predecir al 100% lo que va a pasar en el futuro», comentó Nadal tras el encuentro. «Está claro que el porcentaje [de opciones] es alto de que sea la última vez que participe en la gira australiana […]. Pero si estoy aquí el año que viene no me digáis que había dicho que la de ahora era la última porque no lo he dicho», prosiguió.
Un rival con caché
Más allá de la prospección futura, el español, que dice que las cosas difícilmente pueden ir bien en este torneo, ya piensa en el encuentro de individuales de este martes, donde se encontrará a Dominic Thiem. El destino ha querido que se midan de entrada dos viejos conocidos en el circuito, dos hombres que se han cruzado en 15 ocasiones, entre ellas dos finales de Roland Garros, 2018 y 2019, por detenernos en los partidos más destacados de una serie que casi siempre estuvo cargada de contenido. Nadal ganó aquellas dos finales, ante quien se presumía como un potencial heredero sobre la arcilla parisina, y se impuso en nueve de los duelos.
Ganador del Abierto de Estados Unidos de 2020, poseedor de otros 16 títulos y ex número tres en el escalafón, el austriaco, ahora 98º, pelea por recobrar estatus desde que una lesión en la muñeca derecha sufrida hace más de dos años trastocase radicalmente su carrera.
En Brisbane, un torneo pequeño, se ha visto obligado a ganar dos partidos de la fase previa para darse el gusto de medirse de nuevo con Nadal. A sus 30 años, y lejos del tenis que le llevó también a disputar dos finales de la Copa de Maestros, en 2019 y 2020, Thiem es apenas un vestigio de lo que fue.
Con todo, y aunque sin grandes resultados, lleva casi dos temporadas compitiendo regularmente por sacar la cabeza y será un adversario incómodo, más aún con el rodaje de la fase de clasificación. «No puedo predecir cómo voy a estar en los seis próximos meses, si mi cuerpo me permitirá disfrutar del tenis tanto como durante los últimos veinte años, si voy a ser competitivo», apuntó Nadal, que tendrá de inicio una prueba interesante.
A la hora de glosar la carrera de Rafel Nadal, que este jueves anunció su retirada del tenis el mes próximo en las Finales de Copa Davis, me resulta inevitable evocar nuestra primera conversación. Fue el 15 de agosto de 2004, tras dejar sobre la tierra de Sopot la huella prístina de una carrera difícilmente homologable, que registró, con el decimocuarto Roland Garros, el último de sus 92 títulos 18 años más tarde. En aquella charla, a través del teléfono, surgía la voz tenue de un muchacho que, como explicó en el vídeo testamentario de su adiós, estaba lejos de imaginar el viaje que iba a trazar en la historia del deporte.
No por esperada, desde que su cuerpo se negó a obedecer su apetito de insaciable competidor, deja de estremecer una noticia capaz de imponerse en las cabeceras de todos los diarios e informativos, de arrinconar por unas horas el impacto del fragor de las guerras y la tormenta política de su país. Se marcha uno de los más grandes deportistas de siempre, cuyos logros, entre los que se encuentran nada menos que 22 títulos de Grand Slam, cinco Copas Davis, 209 semanas como número 1, un oro olímpico individual y otro en dobles, trascienden el puro valor del éxito y estarán siempre unidos a la forma de lograrlos.
Porque la figura de Nadal está asociada a un espíritu incombustible, a ese never say die que le acompañó también en la vocación de un cierto espíritu nietzschiano por su afán de reescribir un eteno retorno. Fueron muchas las ocasiones con motivos suficientes para firmar la rendición, y desde muy pronto, con la temprana aparición, a los 19 años, de los problemas endémicos en el escafoides del pie izquierdo que amenazaron con cortar el seco el majestuoso vuelo de su raqueta.
Pero el jugador al que ya hace tiempo echamos de menos, resignados al azote contumaz de los percances físicos que sólo le han permitido disputar 19 partidos esta temporada y únicamente tres el pasado año, se reveló capaz de abrirse paso una y otra vez, de reivindicar su nombre frente al empuje de las nuevas generaciones y de mantenerlo vivo en esa pugna irrepetible con Roger Federer, que le precedió a la hora de dejar caer la hoja roja, hace ya dos cursos, y con Novak Djokovic, aún en danza, agotando las últimas reservas de su combustible.
Nunca el tenis disfrutó de tres protagonistas tan ilustres conviviendo en un mismo y largo período, prolongado durante casi cuatro lustros, algo que proyecta aún más lejos su legado. Nadal fue el primero en cuestionar la rapsodia de Federer, de discutir con sus propias armas su reinado. Lo hizo ya derrotándole por sorpresa en el Masters 1000 de Miami, en 2003, y llevándole al límite en la final de ese mismo torneo un año después, y proclamó en voz muy alta, meses más tarde, superándole en las semifinales de Roland Garros, en la antesala de la primera de sus copas de los mosqueteros, que este juego entraba en una nueva era.
Nadal y Federer caminaron de la mano, separados por la red pero juntos a la hora de enviar un mensaje de profundo calado en su exclusiva narrativa, que incorporaba, al lado del hermoso contraste de personalidades y estilos, los principios de una sana disputa puramente deportiva que alcanzó los 40 partidos. En ella se detuvieron escritores como David Foster Wallace, autor de El tenis como experiencia religiosa (Ramdom House), donde, sin disimular su fascinación por Federer, a quien dedicó el libro, recoge la capacidad de retroalimentación que siempre hubo entre ambos.
Resulta difícil contar la historia de Nadal sin la figura del estilista suizo, como fue inevitable acudir a su némesis a la hora de enfrentarse al también delicado ejercicio de despedir al ocho veces campeón de Wimbledon. También allí, precisamente allí, aconteció uno de los episodios medulares en la historia del zurdo, que es simultáneamente parte de la mejor historia del tenis. En una final, la de 2008, con la impronta de Alfred Hitchcock, sacudida por los azares de la climatología británica, interrumpida y dilatada hasta que la noche insinuó seriamente su aplazamiento, Nadal puso fin a la autocracia de Federer en su territorio sagrado y se convirtió en el primer español capaz de ganar el torneo en el cuadro masculino desde que lo hiciera Manolo Santana. Aquel partido fue considerado entonces como el mejor de siempre. Y diría que tal catalogación mantiene aún toda su vigencia.
Si Santana, a quien tampoco nunca terminaremos de decir adiós, puso al tenis español en el mapa, Nadal trascendió todas las categorías fronterizas. El chico que se inició bajo la estoica tutela de su tío Toni, cuyo nombre aparece en lustrosas versales en la construcción de todos sus logros, como un aparente especialista sobre tierra batida, devino en un profesional capaz de reinventarse para imponer su discurso en todas las superficies.
No sólo ganaría en dos ocasiones sobre el pasto del All England Club, sino que su constante deseo de aprendizaje y superación le llevarían también a tomar el poder en cuatro ocasiones en el Abierto de Estados Unidos y otras dos en el Abierto de Australia, la última de ellas, en 2022, en una plasmación catedralicia de su ardor y resiliencia, levantando un partido imposible a Daniil Medvedev cuando acababa de regresar de otro de sus largos períodos recluido en el arcén. Forma, junto a Donald Budge, Roy Emerson, Fred Perry, Rod Laver, Andre Agassi, Roger Federer y Novak Djokovic, la ilustre nómina de quienes han logrado inscribir su nombre como campeones de los cuatro grandes.
Amor por la Davis
Ese permanente viaje de ida y vuelta sólo ha sido posible gracias al amor y la pasión por aquello que aún seguirá haciendo hasta que ponga el definitivo cierre en Málaga, precisamente en la Copa Davis, en la competición que le alumbró como un entonces insospechado líder. Hace dos décadas, en Sevilla, frente al Estados Unidos liderado por Andy Roddick, con la valentía y complicidad del equipo de capitanes formado por José Perlas, Jordi Arrese y Juan Avendaño, Nadal transgredió el guion para llevar a España a la conquista de su segunda Ensaladera, aunando voluntades junto a Carlos Moyà, el hombre que tomó el relevo de Toni en su rincón.
Su carácter inspirador tuvo un efecto inmediato en nuestro tenis, al frente de jugadores tan importantes como David Ferrer, que será su último capitán, Feliciano López, Roberto Bautista, Fernando Verdasco o Pablo Carreño, todos ellos nutridos por cualidades de las que no sólo adolecía el tenis sino el deporte español en su globalidad. Sin Nadal sería difícil entender un fenómeno como el de Carlos Alcaraz, tan distinto en su manera de desenvolverse en la pista, tan parecido a la hora de interpretar la esencia del juego. Pronto vio en él a alguien armado para tomar su relevo, incluso antes de someterle en su primer enfrentamiento, en Madrid, el día que el murciano ingresó en la mayoría de edad.
Nadal tocó de lleno el corazón de los aficionados de todo el mundo como ahora, con su propia singularidad, lo hace Carlos Alcaraz. Pudimos disfrutarles juntos en los Juegos de París, después de que el mallorquín recibiese el emocionante homenaje de la ciudad y el recinto donde luce su efigie como uno de los portadores de la antorcha olímpica. Aún nos queda un postrero disfrute a partir del 19 de noviembre, con su hasta ahora negada alianza en la Copa Davis, escenario elegido por Nadal para su último baile, quien sabe si para clausurar el formidable relato con un desenlace tan brillante como aquel que le dio comienzo.
Cuartos de final
JAVIER MARTÍNEZ
Enviado especial
@JavierMartnez5
Nueva York
Actualizado Martes,
5
septiembre
2023
-
22:37El alemán, que ganó a Sinner el partido más...