La habitual encuesta de la ESPN la encabeza el griego por delante de Jokic.
Reflexionaba Pablo Laso esta misma semana sobre la plenitud del que fuera su pupilo Luka Doncic y esos debates sobre si es ya el mejor jugador del mundo. “Es muy difícil porque, al final, te van a juzgar si tu equipo gana. Puedes ser el mejor jugador del mundo y no ganar un partido porque no juegas tú solo. Esto no ocurre en el tenis”, decía el técnico del Bayern de Múnich. Precisamente este jueves, ESPN ha publicado su ránking sobre los mejores jugadores de la NBA para la temporada que está a punto de empezar y en él no reina Doncic: el líder es Giannis Antetokounmpo.
Como curiosidad, ninguno de los cuatro primeros de la lista es estadounidense. Porque al griego de los Bucks le sigue el serbio Nikola Jokic, ganador con los Nuggets de su primer anillo, y después vienen el camerunés Joel Embiid y precisamente Doncic, que es cuarto.
La tradicional lista se elabora según las votaciones de un panel de expertos compuesto por cerca de 150 periodistas, editores, productores y analistas. Según ESPN, “la carrera por el primer puesto fue una de las más reñidas en la historia de NBArank, ya que la brecha entre los números dos y tres fue casi 16 veces mayor que la que existe entre los números uno y dos”.
El mejor jugador estadounidense de la lista es Stephen Curry, quinto clasificado. Jayson Tatum y Kevin Durant le siguen y el canadiense Shai Gilgeous Alexander ocupa el octavo puesto, por delante del dúo de Los Angeles Lakers, Lebron James y Anthony Davis.
Acude el Tour a su cielo, a rendir pleitesía a Federico Martín Bahamontes en los 2.800 metros de altitud de la Cime de la Bonnette, donde el toledano pasó en cabeza dos (1962 y 1964) de las cuatro veces que la carrera pisó su punto más elevado, la carretera más alta de Francia. Será este viernes la etapa de la verdad en los Alpes, los casi 23 kilómetros (al 6,8% de media) del coloso, pero antes también el Col de Vars, Hors Categorie, 18,8 al 5,7%, y después, para acabar, Isola 2000, otro monstruo (16,1 al 7,1%).
Allá donde Tadej Pogacar perdió sus dos últimos Tours, ahora se relame el esloveno, la venganza de quien se siente al fin superior a su Némesis. Todo son dudas en torno a Jonas Vingegaard, sin las piernas ni la confianza, tampoco el equipo de antaño. Pero, ¿quién se fía? Dictarán sentencia los Alpes, también el sábado con el final en el Col de la Couillole, los mismos por los que ya transcurre un Tour que dio su última oportunidad a los fugados. Y que tampoco aprovechó el Movistar.
La jornada desde Gap, salida clásica de la Grande Boucle (hasta 26 veces), ya bajo el sol de justicia, era un caramelo para los aventureros. Porque en el pelotón pronto se hizo la calma, cuando en la primera de las cinco cotas de tercera del día, el Col de Festre, una treintena de escapados logró su objetivo. Entre ellos, tres españoles (Lazkano, Aranburu y García Pierna). Y Movistar, con tres representantes (también contaban con Muhlberger), en búsqueda de acabar con su mal fario de seis años. Por la mañana, en el bus del equipo, Anemike Van Vleuten compartía sabiduría con el presidente de la compañía, José María Álvarez-Pallete. Pero no hubo forma.
Porque, en el momento clave, de nuevo faltó atención. Tras numerosos intentos, el definitivo iba a ser el del veterano Michal Kwiatkowski, en la misma cima de la última cota, a 40 kilómetros de la meta. Sólo le siguieron Matteo Vercher y Victor Campenaerts. El rodador belga, el último romántico del pelotón, asumió la responsabilidad, infatigable siempore. Se entendieron a la perfección y ya nadie pudo pararlos hasta la meta.
Oier Lazkano se tuvo que conformar con la quinta plaza, en el grupo perseguidor junto a Jai Hindley, entre otros. "Todavía hay muchas cosas que aprender. Nunca antes estuve en una grande en una fuga tan numerosa, las había visto por televisión, pero a 180 pulsaciones no se ve todo tan claro y es difícil manejarte en ella", admitió el vitoriano.
El triunfo, poderoso en el sprint, fue para el belga del Lotto Dstny, que se estrenaba en el Tour a sus 32 años. Una victoria llena de emoción y lágrimas, que compartió en la pantalla de su teléfono con su hijo Gustaff, nacido hace un mes en Granada, cuando estaba de concentración con el equipo en Sierra Nevada.
«Que nazca algo del caos que sembré», escribió ella misma cuando transitaba por el abismo. Sandra Piñeiro (Boiro, 1996) rememora sus nubes negras con una franqueza que pone los pelos de punta. El lado tenebroso del deporte, el que no se quiere ver pero ahí está. La anorexia adueñándose por completo de una remera de elite, ganadora por dos veces de la Bandera de la Concha con el Club Orio Arraunketa Elkartea. «Poco a poco, estaba matándome, me iba consumiendo», recuerda ahora, ya todo superado, de vuelta a sus 70 kilos (llegó a bajar de 50), al apetito, y con tantos horizontes, retos que le devuelven a la vida. El pasado 21 de abril completó el IRONMAN 70.3 de Valencia y a mediados de julio afrontará el más difícil todavía, la distancia completa (3,8 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y un maratón) en Vitoria.
Sandra es pura vitalidad, pero ahí está su historia como lección, como ejemplo y como aviso. Cuando pidió ayuda y escapó de sus propia mente, resurgió la salud, la física y especialmente la mental, y sus ganas de todo. Probó crossfit, hizo carreras de montaña, aprendió a escalar -«cuatromiles, tresmiles, todos los Pirineos me los conozco de pe a pá...»- y ahora le apasiona el triatlón. También se ha empeñado en ayudar a los demás, en visibilizar un tabú que en su caso estuvo a punto de arruinarlo todo. Además de trabajar como entrenadora y readaptadora en San Sebastián, colabora con la Fundación Juntos e Invulnerables, para que los niños no tengan que atravesar por lo que ella pasó.
Sandra relata su historia no tan lejana en EL MUNDO, como muestra de hasta donde puede llevar la mente cuando todo se enturbia. Sus inicios en el remo en Galicia, en el club Cabo de Cruz su Boiro natal, «la primera y única chica», ya con ese «punto obsesivo por el deporte» que lo ponía incluso por delante de los estudios. De ahí a Riveira y pronto «el sueño de venir a remar al País Vasco, que era como jugar la Champions League en fútbol. Ganar la Concha, ganar la Liga... las competiciones más importantes en el mundo de las traineras», aunque ya entonces había brotado algo peligroso dentro de ella.
«El problema psicológico con la comida venía de más atrás. Yo era una niña que se refugió en el deporte, encontré ahí un punto de paz y de control dentro del descontrol que tenía, de la mala gestión emocional de problemas en casa. Nació una relación tóxica: me gustaba, me hacía feliz, pero había algo que no era sano con él. Eso es lo que más me costó ver», se inculpa, aunque admite que a los 10 años ya la habían subido a una báscula y enciende la crítica hacia esos entrenadores, sobre todo en deportes minoritarios, «que hacen de Dios, sin conocimientos ni capacidades, jugando con la salud de las personas». Cuando dio el gran salto y fue fichada por Orio, donde pudo compatibilizar con sus estudios y prácticas de la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, la «obsesión fue a más». «En mi cabeza ya no había otra cosa que no fuese entrenamiento y restricción de comida. No comer, cada vez tenía que pesar menos. Menor peso, mayor rendimiento...», detalla.
Y llegó el infierno. «Normalizar cosas que no son normales». Y mejor escucharla despacio.
«Evitaba los eventos sociales, salir a cenar, porque sabía que iba a haber comida. Medía siempre las calorías a los alimentos, todo tenía que ser verde. Pensaba que entrenar más era sinónimo de rendimiento: cuanto más sufres, más te castigas, mejor. Es una rueda en la que te aíslas de tu entorno y cada vez estás más encerrado con esa voz obsesiva de tu cabeza. y encuentras una satisfacción, porque piensas que estás ganando con esa fuerza de voluntad la batalla a tu cabeza. Y te empoderas. Dices, qué fuerte soy, lo que soy capaz de hacer. Estás atentando contra tu salud, pero te cuesta verlo de forma racional».
«Si sabía que había pesaje, vomitaba. Pensaba 'me da igual comer hoy, porque vomito y ya está'. Me dolían las manos de vomitar, me hacía heridas. Todavía tengo las cicatrices en los nudillos. Ves que tus compañeras también normalizan esas conductas. Estar dos días sin comer. Crees que tienes el control. Pero en realidad es la voz que tienes en tu cabeza la que te está obligando a hacerlo».
«Tenía miedo a toda la comida, al arroz, la pasta.. Pesaba la fruta y me comía la más pequeña, la que menos azúcar tenía... Nivel muy obsesivo. Lo único que veía comer bien era lechuga y tomate. Unos garbanzos, arroz con pollo... era inconcebible».
«Hubo episodios duros. Hay uno que fue bastante fastidiado [Resopla]. Ahí ya llevaba sin comer unos días... Vomitaba agua. Estás tan obsesionada que hasta el peso del líquido tienes que expulsarlo. No quieres nada que pese dentro de tu cuerpo. Llegas a vomitar hasta 10 veces en un día. Estaba desnutrida, me levantaba de la cama y me temblaban las piernas. No sé ni cómo llegaba a entrenar, iba como un esqueleto, un muerto andante».
Sandra, que en 2019 se hizo viral en un episodio en plena competición que recuerda con mucho cariño -se le rompió el remo y, tras el pánico, siguió balanceándose con sus compañeras para mantener el ritmo hasta acabar ganando aquella regata-, tocó fondo. «Te planteas el querer morir. Es un sufrimiento y un dolor tan grande que no quieres estar», admite. Pero fue capaz de ir en busca de auxilio, en la Asociación de Anorexia y Bulimia de Gipuzkoa. Conoció a su psicóloga y «empezó el proceso con mi entrenador, mi médico y mi nutricionista, un trabajo sinérgico». Y hasta escribió un libro, 'Remando en la oscuridad', con las anotaciones que tenía en su diario del tiempo de recuperación. Una herramienta que su psicóloga le aconsejó que, si lo daba a conocer, podría ayudar a mucha gente, porque «es una enfermedad tabú, de la que cuesta hablar y pedir ayuda. Hay miedo a sentirte juzgado».
«Todo eso ocurrió en mi último año de remo, en 2021. Tuve que parar unos meses, había bajado tanto la masa muscular que tenía riesgo de fallo cardíaco», se sincera. Se retiró y aprendió a hacer «todo lo que siempre me ha apetecido, desde una forma saludable y de ocio». Completar un Ironman, con el lema de su Fundación en el pecho, es también una forma de darle visibilidad a la importancia de la salud mental. Porque Sandra aún sigue teniendo sus «días malos», pero ahora ya posee las «herramientas» para no volver a eso que ella llama «mundo requeteoscuro».