Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, deja claro que se va del Sevilla por voluntad propia, pero tras haber perdido poder en el club nervionense
Monchi entró en el antepalco del Ramón Sánchez-Pizjuán entre aplausos. Luego fue a su encuentro y le abrazó con fuerza el presidente del Sevilla Fútbol Club, Pepe Castro; José María del Nido Junior, vicepresidente, le besó en la mejilla. «¡Qué fácil resulta querer al que se despide!», escribió Walter Benjamin. «Gracias, Monchi» serigrafiado en todos los carteles. Sus compañeros arropándolo. Víctor Orta, su sustituto y aprendiz, cerca también del estrado.
«Te vas por la puerta grande y como te mereces: en tu casa», le dijo el presidente, ya frente a los micros. «Ha sido un año excesivamente duro. Todos lo hemos pasado muy mal y en el que, como en todas las familias, hemos tenido nuestras diferencias», añadió. «Siempre serás uno de los nuestros», fue su epitafio tras una despedida tibia y breve.
«Sigo pensando que esto es una pesadilla y que alguien va a venir a pellizcarme y a decirme que no es real, que yo no me estoy yendo del Sevilla», arrancó Ramón Rodríguez Verdejo, ya con lágrimas en los ojos. La voz temblorosa. Y avisó: «No es una despedida, sino una comparecencia, para defender mi imagen y mi integridad». El silencio arrasó el espacio. «Quiero mirar a las personas a la cara cuando salga de aquí». La emotividad cedió su espacio a la inquietud.
«Ni me quería ir del Sevilla, porque si me voy es por respeto a este club, ni me voy por dinero», aclaró. Y se abrió el turno de preguntas para los medios. «Yo soy un director deportivo especial, para lo bueno y para lo malo, si no me dejan ser Monchi, no puedo aportar. Ha cambiado mi rol, que son cosas que pasan, pero en mi caso, por ser justo conmigo mismo, prefiero no estar que estar así», se fue soltando en las respuestas. Aludía a uno de los motivos de su marcha. La jerarquía del club ha cambiado, Junior ha asumido un papel protagónico, y el área deportiva ha enflaquecido. «Yo soy bueno en la gestión del día a día. Y para ello necesito unas armas, que he tenido siempre, pero si ya no las tengo, ya no soy yo».
«Hay otra idea en el club. Otra forma de entenderlo. Aunque nadie me ha dicho vete. La decisión ha sido mía», insistió. «Yo quería irme a San Fernando a descansar. Sin la presión del día a día. Pero el Aston Villa me ilusionó. Es un proyecto en crecimiento. Y está Unai Emery, que me ha animado a ir». Fueron bajando las pulsaciones. Monchi se negaba a decir nombres ni señalar a culpables. Se balanceaba frente al atril para calmar los nervios. Bebía agua. Se empezaba a sentir cómodo. Alabó a Víctor Orta, que le miraba con seriedad desde el público. «Esto no es una persona, esto es mucho más», dijo, y señaló a su equipo, al área de dirección deportiva, y ahí se le rompió la voz. «Yo necesito ser un referente. Cuando empecé en el año 2000, con nuestros recursos, yo estaba para todo. Para las lavadoras que se rompían y para firmar a un juvenil. Si dejo de ser referencia absoluta, soy otro. Y lo entiendo, que el modelo se cambie. Pero llevo 24 años así, y no voy a cambiar. Lo más cómodo, e injusto, hubiera sido quedarme».
«Que nadie use estas palabras como ariete para derribar nada ni a nadie», fue su conclusión. Y un gracias envuelto en aplausos. Las dos últimas copas de Europa League como mudas testigos. Empieza una nueva era en el Sevilla. Un club más vertical que horizontal, más orgánico, menos anímico. Monchi no tiene sitio en la casa que él construyó. Ya sólo queda esperar el afilado veredicto del tiempo.