UEFA Nations League
Los jugadores de la Selección estuvieron más de una hora sobre la hierba después de recibir el trofeo de la Liga de Naciones.
“Quiero hablar”. Antes del grito común, Dani Carvajal pidió la palabra en el vestuario. Con todos en silencio, elaboró un minuto de discurso que puso un nudo en el estómago incluso a gente que, dentro de ese camerino, no cree demasiado en esas cosas.
“He tenido la suerte de jugar muchas finales, y de ganarlas, y siempre como titular. Creo que esta es la primera final en la que soy suplente, pero tengo más ganas de ganarla que ninguna otra, porque ganar con la camiseta de tu equipo es increíble, pero ganar con esta camiseta…“, y se agarró la suya a la altura del escudo, y todo el mundo empezó a gritar y a animarse y a hacer un círculo en el centro del vestidor. Era el comienzo de una noche que el mismo protagonista cerró con un Panenka que dio salida a mucha alegría, mucho alivio y algún rencor.
El equipo estuvo más de una hora sobre la hierba después de entregado el trofeo. Carvajal, que lo segundo que hizo después de marcar y celebrar fue ir a darle un abrazo a Modric (notablemente cabreado), bailaba con su cuñado, Joselu, la música de “Mi gran noche”, de Raphael, mientras Morata jugaba con sus hijos en una de las porterías. En la otra, Ansu centraba balones para que su hermano pequeño rematara. Luis de la Fuente, entre tanto, puso una máquina de repartir abrazos y se llevó el suyo incluso gente que pasaba por allí para limpiar. Eso cuando le dejó el presidente, Luis Rubiales, que cogió por el cuello a su entrenador como lo hace el amigo que ha bebido mucho y le tuvo un minuto escuchando. ¿Qué le dijo? “Nada, una charla de dos viejos amigos”, resumía De la Fuente.
Fran, el nuevo lateral izquierdo del Madrid, estaba más solo que la una en una esquina, haciendo una videollamada con alguien, se supone que a su familia, o a su novia, o a sus amigos. A saber. Se divertían los pequeños mientras el presidente compraba otra máquina de repartir abrazos como la que tenía De la Fuente, y allí nadie tenía ni la más mínima intención de irse. En ciento y pico años de historia, era el quinto título oficial de la selección, así que había que celebrarlo, qué caramba. Los operarios de la bañera, que así se llama el campo del Feyenoord, a los que la final de ayer les importaba lo mismo que el sorteo de la ONCE de hoy, decidieron cortar por lo sano y, sopladores en mano, fueron limpiado el césped de papelillos (los que tiraron cuando dieron la copa) y de seres humanos españoles que estaban celebrando el título. De no haber sido por los sopladores, alguno estaría aún. Por cierto, Joselu se llevó hasta la red de una de las porterías.
Ya con las camisetas conmemorativas puestas, bajaron al vestuario. El jamón, el lomo y el queso duraron más bien poco, y eso que a Le Normand, por ejemplo, no le gusta el queso. Menudo francés. O menudo español. Tercios de Victoria, bien fríos (Victoria es la cerveza oficial de la selección) ayudaban a no añusgarse. Uno de ellos llevaba en la mano el bueno de Yeipi, que es como le gusta que le llamen a Yeremi Pino. Justo detrás, Asensio pasaba camino del autobús con una manzana en la mano. Cerveza y manzana, qué cosas. Hubo mucho más de lo primero que de lo segundo en uno de los salones del Hotel nHow de Rotterdam, donde siguió la fiesta de la selección una vez que el autobús al fin se fue del estadio, a eso de las dos menos diez de la madrugada. Algunos han dormido muy poco y hoy a las ocho de la mañana ya estaban en el aeropuerto. De allí, casi directos, a La Zarzuela.