Barça 97 Real Madrid 88
Los de Jasikevicius se adelantan en la final tras firmar una estupenda segunda parte en la que destacaron Satoransky, Laprovittola, Mirotic y Sanli.
Fueron varios triunfos en uno los del Barça el viernes en el Palau. Contra su propia marejada extradeportiva, contra los fantasmas ante el Real Madrid y el primero en esta final de la ACB que se perfila larga e intensa. Un ejercicio de concentración y energía para golpear de inicio. Jasikevicius, con Sanli, Laprovittola y Satoransky como líderes, asfixió en la segunda parte al campeón de Europa para poner el 1-0. [97-88: Narración y estadísticas]
«No importa lo que pase, es cómo lo gestionas». Saras hizo de tripas corazón y tiró de profesionalidad en la previa. El incendio Mirotic amenazó la estabilidad de su Barça en el momento menos oportuno, a unas horas del abismo de una final en la que se jugaba nada menos que evitar el desastre de un año en blanco. Un tiro en el pie antes de empezar, por si no tenía suficiente presión. Primero sobrevivir al poderío del Madrid, después a la expulsión del club de su jugador referente. Aún así, una vez en la batalla, todo quedó olvidado y ahí su gran mérito.
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Porque, con el balón al aire, pronto se recupera el frenesí competitivo de dos rivales con tantas afrentas por saldar. En cada detalle, en un emparejamiento desequilibrado, en un bloqueo mal pasado, en un rebote que nadie cerró, Barça y Madrid abren un baúl de cicatrices todavía sin cerrar. Aquella zona que le funcionó a Chus Mateo en la Final Four ya no pilla de sorpresa, porque Sanli recuperó su amenaza perimetral de antaño, esa que desequilibraba a Tavares.
El amanecer de la final fue difícil de explicar. Un buen inicio del Madrid, apoyado en Goss y Tavares, pronto quedó emborronado por el acierto del Barça, que meneaba con soltura sus ataques, que hería con una asombrosa facilidad guiado por la energía de Jokubaitis. Le hizo 28 puntos al Madrid en el primer acto, ninguno de Mirotic, ovacionado por su público, quien después se iba a redimir. Aunque esa inercia local pronto se detuvo en seco, porque ante el campeón de Europa cualquier error de concentración se paga caro.
Sergio Rodríguez
Bajó un peldaño el nivel de agresividad local y el Madrid lo aprovechó para desmelenarse. El Chacho encontró a Tavares y el equipo las transiciones. El baloncesto sin control de ese tramo, como un patio del colegio, le conviene a los blancos. Un parcial de 2-13 les llevó con ventaja al descanso. Lo había cortado Sanli, otra vez, y Hezonja cerró la ofensiva primera mitad con una bonita canasta sobre la bocina.
Toda la fogosidad de ataque de esos 20 minutos iniciales desapareció a la vuelta del descanso. Llegaron los ajustes y los errores, se acabaron las concesiones y se mantuvo una insoportable igualdad. Y, al igual que el caos convenía al Madrid, en el fango el Barça era el que se sentía cómodo y dominador, explorando con inteligencia las ventajas que surgían de los cambios defensivos. Sólo el desacierto desde el perímetro les impedía despegar más, aunque dejaron a su rival con 11 puntos en todo el tercer acto.
El Madrid empezaba a dar síntomas de asfixia ante la tela de araña de Jasikevicius, que no dejaba resquicio. No lograba un pase limpio ni una penetración plácida ni un rebote de más. Hezonja fabricaba triples sin ventaja, pero no era suficiente para los blancos. En esa tortura, emergió un Satoransky que desde hace tiempo se ha erigido como auténtico líder del Barça. Bien acompañado de Da Silva, como elemento inesperado, y de los puntos de Laprovittola, los locales se dispararon, con un 80-70 a falta de cuatro minutos que hubiera sido definitivo para cualquiera que no fuera el Madrid.
Pero esta vez, pese al bravo empeño del Chacho (otra vez el mejor de su equipo), no hubo milagro ni épica de un equipo maniatado, que echó de menos los puntos de Musa y al que ni siquiera valió su recuperado acierto desde el triple. El Barça fue más coral y poderoso, con hasta siete de sus jugadores por encima de 10 puntos. El domingo, segundo round en el Palau. La estadística dice que en 20 de las 22 finales que comenzaron con victoria local, el trofeo de campeón lo levantó el equipo que partía con la ventaja de campo a favor.