El Unicaja asaltó ayer el Palau y se hizo con el factor pista de su semifinal ante un Barça que, durante muchos minutos, estuvo poco menos que noqueado (79-88). Tyson Carter (19 puntos) fue el más destacado de un conjunto malagueño en el que brillaron también Tyler Kalinoski, Kendrick Perry y David Kravish. Por parte azulgrana, sólo Nico Laprovittola (19 puntos, 16 de ellos tras el descanso), Nikola Kalinic (14 puntos, 21 de valoración) y Kyle Kuric (13 puntos) aportaron la combatividad necesaria para una serie que de este modo queda igualada (1-1).
Unicaja firmó un arranque muy intenso, en el que aprovechó los errores en ataque del Barça para castigarlo una y otra vez a la contra. Con este plan, el conjunto de Ibon Navarro sorprendió con un parcial de 1-14 en los seis primeros minutos, con Carter como el más destacado en el juego ofensivo eminentemente coral. El Barça no recuperaría la iniciativa hasta mediado el tercer cuarto.
Pero antes, para recuperar algo de terreno, los hombres de Sarunas Jasikevicius aprendieron de sus errores en un segundo periodo en el que Kalinic, sobre todo, arrimó el hombro. Los barcelonistas se fueron al descanso tres puntos por debajo (37-40), después de que Nikola Mirotic, muy discreto en toda la primera mitad, errara en última instancia una ocasión que habría acortado aún más las distancias.
Del 52-47 al 57-65
En la reanudación, mientras, sería Laprovittola, fundamentalmente, quien comandara el intento de reacción frente a un rival que, lejos de dar su brazo a torcer y encomendado a Carter y a Perry, se las arregló para devolver una y otra vez los golpes. Del 52-47, con dos triples de Laprovittola y un contraataque de Mirotic, se pasó a un 57-65 con dos acciones decisivas: un mate tremendo de Will Thomas y una canasta de Perry sobre la bocina.
Impulsado por las buenas sensaciones del final del tercer acto, el Unicaja llegó a marcharse hasta por 18 puntos (64-82) ante un Barça que se veía una y otra vez desbordado por un rival tremendamente convencido de sus posibilidades. Kravish y Kalinoski, en este caso, fueron los estiletes visitantes para acabar pasando por encima de un conjunto azulgrana que encajó su primera derrota en casa en la ACB (79-88) y que viaja a Málaga con muchos deberes en la mochila.
Empieza la NBA y sólo nos queda Santi Aldama, con un papel, además, un tanto frustrante: es fijo en la rotación de Memphis, pero en tres años más adecuados que brillantes no ha encontrado acomodo como titular junto al intocable (cuando está sano) Jaren Jackson ni tiene visos de irlo a hallar tras la llegada del novato Zach Edey, el pívot puro que él no es. Hace no tanto, apenas ocho años, 10 jugadores españoles hacían las Américas. Y no 10 cualqu
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Sergio de Larrea mide 2,03 metros, es campeón del mundo júnior y plata en el Mundial sub 17 y este verano dejó a todos impresionados como invitado de la selección durante la preparación del Preolímpico (llegó a debutar en un amistoso). «Es un perfil de jugador muy diferente, que en España no se ha visto nunca. Un base muy grande, creo que a la larga puede ser un jugador generacional», dice de él Mario Saint-Supéry, otro director pura fuerza y desparpajo, perla del Unicaja y ahora desperezándose en la ACB con el Baxi Manresa. «Los dos tienen muchísimo talento y un futuro por delante increíble», les elogia Rafa Villar, también oro de Debrecen, clave con sus triples en la final mundialista, formado en el Barça y abriéndose paso en el Hiopos Lleida. España, país de bases, escapa del laberinto mirando al futuro. Los tres ya están a las órdenes de Sergio Scariolo en la absoluta, que se la juega en el doble enfrentamiento contra Eslovaquia (este viernes, el primero, en Bratislava, a las 18:00 h.) para poder defender oro el próximo verano en el Eurobasket.
El cuarto pilar, ya consolidado, es Juan Núñez, también 20 años, que no puede acudir a la ventana por jugar esta noche con el Barça en Euroliga. Él, quizá antes de lo que le tocaba, fue el recurso de urgencia del seleccionador en el Mundial 2019, cuando de repente España se quedó huérfana de lo que siempre presumió. Sin Ricky, sin Lorenzo Brown (nacionalizado como recurso a la carestía de directores...), apenas Alberto Díaz quedaba. Un país que una década atrás presumía de Calderón, Sergio Rodríguez, Cabezas, Raúl López... y el propio Ricky.
«Los veía en la tele. Todos los veranos veíamos a la selección en familia. Yo me fijaba en los bases. En Ricky y en el Chacho... Me fascinaban, la manera de leer el juego, de hacer disfrutar al espectador. Son mis ídolos», cuenta a EL MUNDO De Larrea, quizá el más avanzado en madurez del trío aunque le queden unos días para cumplir los 19 años. Un director nunca antes visto, de más de dos metros, al que Pedro Martínez moldea en el Valencia Basket. Aunque la llegada del vallisoletano a la elite no haya seguido el camino preestablecido.
Saint-Supéry, De Larrea y Villar.ALBERTO NEVADO / FEB
Hasta los 15 años, Sergio jugaba en su cole, el San Agustín de Pucela, desoyendo las ofertas de aquí y de allá (también de EEUU). «Decidimos quedarnos, lo primero porque estaba jugando con mis amigos. Y eso era lo más importante. Iba a clase con ellos, jugaba con ellos, mis amigos de toda la vida. Y lo segundo, porque éramos un grupo competitivo, siempre nos colábamos en campeonatos de España, entrenábamos a buen nivel. Y el sentido de pertenencia y de estar cerca de mi familia. Las ofertas que se presentaban eran un poco lejanas y salir de casa... Decidimos esperar un poco, a tener un punto de madurez mayor, para adaptarse al sitio y la situación cuando tocara. Es raro, lo sé, la gente sale pronto. Pero animo a la gente a pensarlo bien y , sobre todo, a disfrutar. Eso es lo primero. Ahora aquí en la elite disfrutamos, pero para ello hay que disfrutar antes», explica con una madurez llamativa.
«La suerte que tenemos los tres es que hemos jugado casi siempre juntos. Nos coordinamos bien. Somos capaces de estar juntos en pista, porque tenemos perfiles diferentes que permiten esa conexión», apunta De Larrea, que define a sus dos compañeros, novedades en una convocatoria en la que también destaca el pívot Izan Almansa. «Rafa es un tío súper competitivo. Defensivamente es top. Leyendo situaciones de juego es muy bueno. Y, sobre todo, el balón en los últimos segundos... Bueno, ya se vio en el Mundial, lo dejó bastante claro», apunta sobre el barcelonés, el mayor del trío con 20 años. «Mario es un muy muy físico. Y muy listo, con mucho talento. Puede aportar mucha energía en ataque y en defensa», cuenta sobre el malagueño.
"El siguiente Llull"
A Saint-Supéry le llaman, cómo no, el Principito (cuentan que comparte ancestros con el escritor francés) y en 2022, con 15 años y 11 meses, se convirtió en el jugador más joven en debutar con el Unicaja. El del Rincón de la Victoria jugó la pasada temporada cedido en Burgos (LEB Oro) y ahora derriba todas las barreras con Diego Ocampo en el Manresa: el pasado fin de semana, ante el Tenerife, firmó 24 de valoración (15 puntos), algo que a su edad sólo habían conseguido en ACB dos bases, Luka Doncic y Ricky Rubio. «He tenido siempre desde pequeño en Málaga a Alberto [Díaz] como referente. Ha sido mi tutor, el que me ha enseñado todo. Pero siempre me han dicho que me parezco a Calderón cuando era joven y a Sergio Llull. El siguiente Llull me dicen mucho», admite.
«Mario físicamente es un bicho. Muy luchador, lo da todo y es un guerrero. Y a la vez es bastante inteligente para ser de 2006 y lo está demostrando en ACB», le alaba Villar, quien encontró el trampolín del desarrollo en Lleida, donde el año pasado logró el ascenso y ahora sorprende a toda la Liga Endesa. «De pequeño siempre he sido muy de Ricky Rubio, ha sido mi jugador favorito. Aunque me parezco más a Alberto Díaz, los dos somos muy guerreros, muy luchadores, muy de darlo todo por el equipo», dice tras un entrenamiento de la selección en Guadalajara.
«Quizá es que estábamos muy bien acostumbrados, con bases tan top, de un nivel increíble. Son generaciones que van pasando, cada una destaca más en diferentes posiciones», razona Villar sobre la crisis del base, un discurso parecido al de Saint-Supéry: «Yo no diría que hemos tenido problemas. Nos acostumbramos al nivel de unos bases que eran increíbles, jugadores generacionales».
Tres jugadores leyendas de nuestro baloncesto cenan y cuentan batallas, divertidos momentos que siempre acababan en victoria. Uno va al baño y en la barra ve anunciado un número de lotería de navidad, acaba en el que él llevó siempre en su club y en la absoluta. Ha de comprarlo, no admiten bizum ni tarjeta. Vuelve a la mesa, sus compañeros tampoco usan metálico. Buscan dinero físico, ya ninguno puede renunciar a comprar un décimo. Siguen jugando
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