El alemán del Bora Hansgrohe ganó la duodécima etapa del Giro de Italia, disputada entre Bra y Rivoli, de 179 km, en la que mantuvo el liderato el británico del conjunto Ineos.
Denz celebrando su victoria en la meta de Rivoli.LUCA BETTINIAFP
Denz fue el mas rápido entre los tres fugados que se disputaron la etapa al esprint, invirtiendo en meta un tiempo de 4h.18.11, a una media e 43 km/hora. La segunda plaza fue para el letón Toms Skujins (Trek) y la tercera se la adjudicó el australiano Sebastian Berwick (Israel).
En un Giro de Italia marcado por los accidentes, el mal tiempo, los abandonos y las enfermedades. El pelotón agradeció este día de respiro. Los 185 kilómetros con dos pequeños puertos ofrecían el día perfecto para las fugas. Y así fue.
Por su parte, el grupo del líder, Geraint Thomas, se tomó la etapa con tranquilidad, guardando fuerzas para la jornada de montaña de este viernes. Llegó a 8.19 minutos del vencedor. El corredor inglés mantiene la maglia rosa con 2 segundos sobre Roglic y 22 sobre Almeida.
Este viernes la decimotercera etapa tiene cita con la montaña, llegan los Alpes, con un recorrido de 199 km entre Borgofranco d’Ivrea y Crans-Montana, con final en alto incluido.
La vida de Gonzalo Ariño (Onda, Castellón, 1999) es como una etapa rompepiernas. No hay tregua sin repecho. «La vida te va dando golpes, pero ya sabes cómo gestionarlo. Te puedes quedar en el sofá sentado, dándole vueltas a la cabeza. O te levantas, te mueves y empiezas a hacer cosas», reflexiona sin rastro de debilidad, ni física ni mental. Conversa con EL MUNDO a unos días del puerto más temido, su segundo paso por el quirófano para extirpar el tumor cerebral que se le ha vuelto a reproducir.
Ariño ni siquiera aún era ciclista profesional cuando «un mareo raro» en su casa encendió todas las alarmas. «Intentaba hablar y no me salían las palabras», recuerda de ese verano de 2021. Fue operado en septiembre, en el Hospital Universitario de la Ribera, en Alcira (Valencia), todo tan deprisa que ni siquiera supo muy bien a lo que se estaba enfrentando. «Yo sólo pensaba en cuándo me iba a volver a montar en la bicicleta. Mi objetivo era volver lo antes posible a mi vida, a mis estudios (Geografía y Ordenación del Territorio), a competir».
Y lo hizo, claro. «Porque la bici es mi medicina». «Tenían que ponerme freno. Iba demasiado rápido. A los dos días de salir del hospital estaba ya subiendo escaleras. Al rodillo no tardé en subirme tampoco, en apenas un mes. Me decían que no debía sudar...», relata con media sonrisa. La etapa rompepiernas transitaba por un momento dulce ahora. Hoy tiene el recuerdo imperecedero de cuando pudo volver a la carretera. «Fue muy especial. Salí con mi padre. Dos horitas con parada para el café. No la olvidaré».
Aunque el siguiente mazazo para el niño que había dejado a un lado el kárate y el fútbol para apuntarse a las escuelas de ciclismo de Onda, influencia paterna, estaba cerca. Lo cuenta con crudeza y precisión. «Yo ya estaba operado, me frotaba las manos, ya iba a empezar a hacer vida normal, a volver a la bici. Cuando me dijeron que tenía que estar medio año con la quimio fue el peor golpe. Sufrí un colapso, porque mis planes se truncaron. El tratamiento de quimioterapia y radioterapia se alargó un poco. Me fastidió mucho. Una semana al mes tenía quimio. Lo compaginé con los estudios y la competición. Y me dejaba muy tocado, pero seguía. Tenía dudas de si iba a ser capaz, pero en una carrera en Sabadell tuve muy buen resultado, quedé quinto. Y me dije, vamos a seguir palante».
Gonzalo Ariño, del Illes Baleares Arabay.David González
Y llegó el final de 2023 y otra vez la carretera de su existencia tornó veloz y soleada, como si el viento ahora le empujara. El Illes Balears Arabay iba a materializar el sueño de su vida, desde cuando en infantiles, «muy bajito porque crecí de los últimos», se lo pasaba pipa compitiendo que no ganando. Ahora Gonzalo era ciclista profesional. «Igual tenían opciones más fiables que yo, pero me dieron la oportunidad. Le tengo que dar las gracias a Toni Vallcaneras, el gerente de Arabay», hace hincapié. Y, de repente, se vio en mitad del pelotón, saludando a Carlos Rodríguez, diciéndole que era su ídolo, aquella primera carrera en La Nucía, «un buen golpe de realidad» también. Pues nada tenía que ver con el ciclismo amateur. «Dije: 'Madre mía la que me espera'», rememora.
El castellonense se ganó la renovación gracias a sus buenos resultados, a lo que apuntaban su piernas. Pero no iba a ser todo cuesta abajo. Los controles médicos rutinarios del año pasado mostraban síntomas extraños. El tumor volvía a asomar. «Alguna resonancia salió mal y la oncóloga me dio malas referencias. Tenía miedo. Aunque entonces se acabó limpiando todo, el susto me lo llevé y estuve un tiempo parado». Otra vez los subes y bajas. «En verano volví a entrenar y surgió la opción de ir con el equipo al Tour de Estambul. Y el primer día, en Çatalca, me metí en la fuga. Una sensación espectacular, la mejor de mi carrera».
Ariño posa para EL MUNDO, en Benicasim.David González
Este 2025, con los colores blancos y negros del equipo balear, Ariño comenzó a tope, desde enero: Morvedre, Ruta de la Cerámica, Clásica de la Comunidad Valenciana, Trofeo Calviá, Volta a la Comunidad Valenciana, O Gran Camiño, Gran Premio Miguel Indurain... Aunque... «En las últimas pruebas se ha confirmado que el tumor se ha reproducido definitivamente. Estoy tranquilo, porque parece bastante pequeño. No como la otra vez, que eran seis centímetros. Sé lo que viene y no me asusta», pronuncia, mencionando su confianza en el doctor Pedro Riesgo, su ángel de la guarda.
El mismo que tras la primera intervención, estando en la UCI, le enseñó unas llaves. «¿Qué es esto?», le preguntó. «Y yo sabía lo que era, pero no me salía la palabra», dice sobre esos instantes terribles de pérdida del habla, ya que el tumor estaba cerca de las hormonas que influyen en el lenguaje, superados como todo lo que afronta Gonzalo. «Cuando volvieron al día siguiente, lo conseguí». Sabe que en unos días volverá a pasar por lo mismo. «Pero nunca he pensado en dejarlo. Es más, todavía no me han vuelto a operar y ya estoy pensando en regresar a la bici».
Hoy llega la Vuelta a los Lagos de Covadonga. La clasificación general la encabeza un sorprendente australiano, Ben O'Connor. Aunque cuarto en el Tour2021 y el Giro2024, al comienzo de la carrera nadie lo colocaba entre los favoritos. Una cabalgada en solitario en la quinta etapa en medio de la confianza o el despiste del grupo de ilustres lo situó en cabeza de la general con 4:51 de ventaja sobre el segundo, Primoz Roglic.
Las etapas posteriores contemplaron cómo Roglic le iba limando tiempo hasta, en vísperas de los Lagos, dejar la diferencia en 1:03. Otros aspirantes también se le habían acercado. Hoy O'Connor, heroico pero inestable, está condenado, se augura que perderá la carrera en la última semana de pasión.
Aunque tal vez no. La historia de la Vuelta registra casos de ciclistas más o menos corrientes que, enfrentados a situaciones excepcionales, se comportaron del mismo excepcional modo. La carrera recuerda al francés Éric Caritoux en 1984 y al italiano Marco Giovannetti en 1990.
Curiosamente, la etapa en la que se coronó O'Connor empezaba en Jerez de la Frontera, donde Caritoux, en aquel 1984, en la habitación del hotel, maldecía entre dientes al darse cuenta, al abrir la maleta, de que había olvidado las zapatillas. Las malditas prisas. El equipo Skil había recordado a última hora que estaba obligado por contrato a participar en la Vuelta, y, precipitadamente, reclutó como pudo a nueve hombres. No estaba entre ellos el líder del equipo, Sean Kelly, que se hallaba disputando las clásicas (y ganando algunas). Caritoux, su gregario de cámara, se encontró poco menos que al frente del grupo. Haría lo que pudiera.
O sea, nada. O casi. A los 23 años, sólo reunía cuatro victorias; la más importante de ellas, una etapa de la París-Niza. La Vuelta no era un bocado a su alcance. El equipo cubriría el expediente, y a otra cosa. Pero he aquí que, tras una semana de etapas llanas, en la que finalizaba en Rasos de Peguera, atacó Eduardo Chozas e hizo pedazos el pelotón. Lo atraparon Alberto Fernández y Caritoux, que se sintió muy bien y soltó al español, que fue sobrepasado por un trío en el que figuraba Pedro Delgado, que se vistió de líder con su primer jersey amarillo.
Lo perdió en, también curiosamente, Covadonga, donde ganó Reimund Dietzen, y pasaría a manos del inesperado Caritoux, que ya no lo soltó. Fernández ascendió al segundo puesto, a 32 segundos del francés. Ni en etapas posteriores ni en la sierra de Madrid-Segovia pudieron Delgado y Fernández con él.
Alberto estaba entonces a 37 segundos. Era un buen contrarrelojista y en la penúltima etapa, la crono de Madrid, de 33 kms., depositó sus esperanzas. Le sacó 31 segundos al francés, que acabaría con seis de ventaja, todavía la menor diferencia registrada en la Vuelta entre el primero y el segundo. Fernández se mataría en diciembre, junto a su esposa, en un accidente de tráfico cuando regresaba desde Madrid, donde había recogido el trofeo al mejor ciclista español del año.
Giovanneti pedalea en una etapa de la Vuelta.MARCA
Giovannetti no tenía más pedigrí que Caritoux. Es cierto que entre 1986 y 1989, incluidos, había coleccionado dos sextos puestos y dos octavos en el Giro. El clásico corredor fiable, pero sin brillo. No era un ganador. Su historial de triunfos se reducía a una etapa de la Vuelta a Suiza. Los equipos españoles Banesto (Miguel Indurain, Pedro Delgado, Julián Gorospe) y ONCE (Pello Ruiz Cabestany, Anselmo Fuerte, Marino Lejarreta) estaban tan preocupados por vigilarse entre sí que no advirtieron que Giovannetti, tras la sexta etapa, era segundo, a 25 segundos de Gorospe.
En el undécimo asalto, el que concluía en la estación de esquí de San Isidro, en la frontera astur-leonesa, Gorospe flaqueó. Lejarreta, que había roto las hostilidades, se había caído a 60 kilómetros de meta. La etapa la ganó Carlos Hernández (Lotus-Festina). Pero Álvaro Pino (Seur) había llevado a su compañero Giovannetti hasta el liderato.
Y ya no lo abandonó. Ni en el Naranco. Ni en la cronoescalada de Valdezcaray. Ni en Cerler. Ni en la contrarreloj de Zaragoza. Ni en la sierra segoviana, pese a los esfuerzos frenéticos de Delgado. Al día siguiente, el italiano desfiló de amarillo por Madrid y coronó un podio con Delgado a 128" y Anselmo Fuerte a 148".
Sin más emociones
Giovannetti y Caritoux no lograron nada parecido en años posteriores. Ambos fueron campeones nacionales (el francés dos veces) y Giovannetti fue tercero en el Giro en ese mismo 1990.
Conseguiría también buenos puestos en la corsa rosa. Pero terminaría su vida profesional con cuatro victorias. Caritoux, con 13. La flamígera gloria, esa yegua hermosa y salvaje, había pasado una vez por su lado. Se subieron a ella en marcha, se aferraron a sus crines, la domaron y luego, exhaustos, derribados pero victoriosos, la vieron perderse galopando en dirección a otros.