LaLiga Santander
El conjunto de Nervión pone fin a la etapa de Sampaoli y entrega las llaves de su futuro a corto plazo a Mendilibar
Marcos Acuña arrancó un folio de las manos de su compañero Óliver Torres. En el papel, que acabó hecho un gurruño sobre el césped del Ramón Sánchez-Pizjuán, esbozaba Jorge Sampaoli, con caligrafía nerviosa, un cambio de sistema para empatar el partido a Osasuna. El motín fue sólo un capítulo más en la deriva deportiva del Sevilla Fútbol Club. Tras el despido en octubre de 2022 de Julen Lopetegui, el club andaluz atraviesa un desierto íntimo. El descenso de categoría ya no es sólo una tragedia lejana. El despido del míster argentino es aplaudido por la afición. El equipo quería jugar al ajedrez con fichas de parchís. José Luis Mendilibar llega para aliviar dolores futuros, para espantar un palpable peligro.
Monchi, uno de los mejores directores deportivos del fútbol actual, un arquitecto con buen olfato a pie de campo y seriedad en los despachos, no tuvo su mejor verano. Las exigencias económicas del club obligaban a la contención y a la venta rápida. Equilibrar las cuentas tuvo un coste altísimo en el desempeño futbolístico del equipo. Kounde y Diego Carlos se marcharon juntos. La mella en la defensa era difícil de maquillar. Llegaron Marcao y Nianzou. El primero sigue lesionado, el segundo es aún un proyecto de central, su inconsistencia aflora partido tras partido.
Arriba, Januzaj, Dolberg e Isco. Ninguno tiene ya taquilla en el vestuario. Con esas piezas es difícil construir un equipo campeón. Lopetegui lo intentó con canteranos, demasiado verdes para aquellos vuelos, y su buen ciclo en Nervión acabó abruptamente. El retorno de Sampaoli sorprendió a la grada. El argentino se había marchado por la puerta de atrás hace no tanto. Descuidó al Sevilla para lanzarse a Argentina. El tiempo todo lo cura. Se buscaba en el técnico de Casilda un revulsivo. Un azote frente a la languidez de Julen. Cierta fiereza perdida. Pero Sampaoli aportó más desquicie que carácter, más improvisación que talento. La eliminación de Copa y la incapacidad para competir en Liga han sido su tumba. Sólo la Europa League está dando alegrías a la afición esta temporada, pero el sueño continental no puede tapar el riesgo real de un descenso.
La derrota frente al Getafe acabó con la paciencia de todos. Un equipo no puede aspirar a la salvación si pierde con los que están arriba y no gana a los que están abajo. Aquel papel arrugado de Acuña, las declaraciones de Bono diciendo que son un caos y que sólo dependen de la suerte, el desorden táctico de un equipo reforzado con criterio en invierno, han sido suficientes argumentos para buscar a un nuevo míster que enderece un timón que gira sin criterio ni rumbo.
La llegada de Mendilibar
José Luis Mendilibar es a Jorge Sampaoli lo que el azul marino es al rosa fucsia. Su 4-4-2, a veces con doble pivote, viene a enmendar ese 3-4-2-1 anarquizado del argentino. Menos mirar atrás y más buscar la anchura del campo, las cabalgadas de los interiores y los centros al área. Ni mejor ni peor, sólo distinto. Si algo no funciona, hay que cambiarlo. La modernidad es un volver eterno a lo antiguo. Una venda bien apretada para parar la hemorragia de puntos. Equipo compacto, sin riesgos, con mesura y una disciplina perdida. Menos balones a Bono y más balones a En-Nesyri. La creatividad es un estado de ánimo.
El finiquito a Sampaoli será cuantioso. Si en el césped el Sevilla sufre, en las oficinas tampoco está tranquilo. La batalla judicial y asamblearia de José María del Nido contra José Castro está dañando la imagen y el funcionamiento de un club acostumbrado a ocupar las plazas altas de la competición. El caos futbolístico va de la mano del caos institucional. La hierba es sólo un trasunto de las moquetas. El Sevilla necesita una metamorfosis. Europa sigue viva y soñar es legítimo. La Liga es salvable. Quedan muchos puntos por jugar y una afición dispuesta a apretar de aquí a final de temporada. El próximo verano será tenso. El club necesita espantar a sus propios fantasmas. La 2022-2023 será ya, pase lo que pase, una temporada de refundación, catarsis y miedo.