En Eatica, la clínica de la zona alta de Barcelona donde lleva ingresada un año y medio, Anna Guirado habla con EL MUNDO del trastorno de la conducta alimentaria (TCA) que le ha cambiado la vida. Fue una de las mejores corredoras de montaña de España, toda una promesa, subcampeona del mundo sub-23 en 2021 y hoy no sabe muy cómo definirse.
«Tengo 24 años y llevo cuatro intentando superar esta enfermedad. Hasta hace poco aún quería ser deportista de
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Repite el equipo de Carlos Alcaraz aquel dicho popular que asegura que "los resfriados son cinco días de subida y cinco días de bajada", pero lo cierto es que lleva pachucho más de una semana y la cosa no mejora. Desde que salió de Murcia el miércoles 6, el número tres del ranking mundial ya intuía que estaría enfermo en su debut en las ATP Finals, el pasado lunes, pero no esperaba mantener los problemas respiratorios mucho más allá de ese día, hasta este miércoles 13, en su segundo partido.
El virus sigue en su cuerpo y, según aseguraba, lo único que ha hecho es aprender a convivir con él. Ante Casper Ruud sólo maldecía su suerte, las dificultades respiratorias, el mal momento para caer enfermo y por eso perdió en dos sets. Ante Andrey Rublev, en cambio, aceptó el malestar general, entendió que le faltaría el aire, se centró en su tenis y así ganó también en dos sets, por 6-3 y 7-6(8), para mantenerse con vida en el torneo.
"Del resfriado no veo mucha mejora"
"Ante Ruud tuve problemas con la barriga y ante Rublev he estado mejor. Pero del resfriado, es decir, de la nariz y del pecho, no veo mucha mejora. Sabía que no estaría bien así que me he centrado en el juego. Llevo una semana pensando en el virus y sólo quería saltar a la pista y jugar al tenis", reconocía Alcaraz en rueda de prensa después de toda una demostración de madurez. Desaparecieron los problemas en el saque ante Ruud y sacó mejor que nunca -no cedió ni una sola bola de break-. Todos los golpes que en el estreno iban fuera, esta vez caían dentro -sólo cinco errores no forzados-. Y aguantaba los intercambios pese a los más que evidentes problemas para respirar.
MARCO BERTORELLOAFP
"Estaba muy mentalizado en mejorar el saque, que me ha ayudado mucho a mantener la calma, y en no precipitarme en los intercambios. La pista es lenta, hay que trabajar los puntos y yo era consciente que tendría que aguantar rallies de más seis o siete golpes. Luego me costaba recuperar, pero al final lo he conseguido", analizaba el español con otro día de descanso para recuperarse.
Este jueves es posible que no entrene para ganar tiempo antes del duelo decisivo ante Alexander Zverev de este viernes -aún sin horario oficial, aunque presumiblemente será el duelo nocturno de las 20.30 horas-. El martes, en la sesión que canceló a los 10 minutos de empezar, Alcaraz necesitaba probarse, pero ahora ya sabe que puede aguantar todo un partido y la prioridad es ahorrar la máxima energía posible. Al fin y al cabo, enfrente estará el segundo tenista más en forma del circuito por detrás de Jannik Sinner, un jugador con el que mantiene una rivalidad igualadísima -cinco victorias para cada uno-.
"Ojalá el viernes me encuentre mejor. Si el virus se va, mejor. Y si no intentaré centrarme en el tenis como he hecho hoy", valoraba ayer el español. En su contra, su estado, claro está. A su favor, su capacidad para crecerse en los grandes escenarios, como demuestran sus ya 12 victorias ante Top 10 esta temporada. "Cuando juego contra los mejores pienso que yo soy mejor. La parte mental en el tenis es importante, eso me funciona", remarcaba.
Con las víctimas de la DANA en Valencia
Justo después de ganar Alcaraz dedicó la típica firma en la cámara de televisión a las víctimas de la DANA en Valencia y en la sala de prensa se interesó por la situación que se estaba viviendo en Málaga. "No he visto ninguna imagen, ojalá no las haya", comentaba y al ser informado de la situación por los periodistas españoles presentes, se lamentaba: "Rezaremos para que no haya víctimas".
TV
"A Valencia no he podido ir ningún día, no he podido ver cómo está la situación, pero ayudaré en todo lo que pueda ayudar. Pondré todo lo que esté en mi mano para que mejore la situación", afirmaba el tenista que desde la adolescencia entrena y pasa muchas semanas del año en la Ferrero Tennis Academy de Villena, en la Comunidad Valenciana. Criticado por un vídeo de apoyo al tiktoker Ángel Gaitán, Alcaraz prepara alguna iniciativa como la impulsada por Paula Badosa -donará la mitad de lo que gane en la Billie Jean King Cup- para aportar su grano de arena en la reconstrucción de las zonas afectadas.
Durante unas centésimas de segundo, Carlos Alcaraz estuvo a punto de romper una raqueta por primera vez en su carrera. Nunca estuvo tan desesperado, porque nunca estuvo tan exigido. Sólo cabe el consuelo en la derrota, pero al español le quedará que perdió el oro en los Juegos Olímpicos de París ante el mejor jugador de la historia, Novak Djokovic, en su última misión. A estas alturas, al serbio ya no le va de ganar otro Grand Slam, pero el oro olímpico era el anhelo que en los últimos meses le hizo levantarse de la cama, entrenar, soñar.
Al acabar el partido con victoria por 7-6 (3) y 7-6 (2), Djokovic, tan acostumbrado a ganar, lloraba como un niño contra su toalla blanca, consciente que ya está, ya lo tiene todo. Alcaraz, en cambio, miraba al suelo sin saber cómo reaccionar. Hacía muchos meses que no perdía y, además, la victoria había estado en su mano. Eso seguramente era lo más exasperante.
"Es complicado. Hemos luchado en un partido de casi tres horas en dos tie-break. Él siempre da un nivel muy muy alto en esos momentos difíciles. Se merece esta oportunidad y después de perder de la manera que he perdido, me voy con la cabeza alta", comentaba Alcaraz al acabar el encuentro, aún sobre la pista de la Philippe Chatrier.
En otra galaxia respecto a la final del último Wimbledon, cuando Alcaraz pasó por encima del serbio, esta vez la igualdad fue absoluta y sólo se decidió por dos factores: Djokovic había jugado mucho, muchos más partidos de tanta importancia y Djokovic llevaba mucho, mucho tiempo pensando en esta final. Alcaraz jugó mejor al tenis, pero para derrotar a Djokovic no sólo se necesitaban dejadas, había que poner el corazón, el alma, la vida. Eso hizo Djokovic, a sus 36 años, lo puso todo.
El mejor set en mucho tiempo
El primer set fue un set... ¡Qué set! El mejor set del año, el mejor set en mucho tiempo. Alcaraz se presentó en la Philippe Chatrier con los nervios propios del momento: su primera final olímpica, su segunda final en el lugar. Era un avión en despegue sobre la tierra batida, pegaba con la dureza de un peso pesado, pero fallaba demasiados golpes. Cuesta recordarlo, con sus cuatro Grand Slam y con sus cientos de victorias en el circuito ATP, pero no deja de ser un joven de 21 años. Djokovic, más sereno por experiencia, supo entonces que sobre la lenta arcilla tendría más opciones de victoria que sobre la hierba de Wimbledon y generó cuatro bolas de break en esos primeros juegos. Pero perdonó. Y entonces llegó el momento del español.
Robusto en los intercambios y ligero con la dejada, castigó al serbio y tuvo hasta ocho ocasiones para romperle el saque. De hecho, con 4-4 en el marcador, el juego se eternizó entre deuces y ventajas para Alcaraz. Pero perdonó. Y se expuso al riesgo del tie-break. En el tenis actual, en esas posiciones decisivas, no hay nadie mejor que él, pero Djokovic no pertenece al tenis actual. Djokovic es el tenis de ayer, de hoy y de mañana. Djokovic es aquel tenista capaz de hacer un resto a un ángulo imposible y cubrir la red cuando un passing shot de Alcaraz ya estaba hecho. Con esos dos golpes se llevó el periodo y situó a Alcaraz ante el abismo.
Un Djokovic agigantado en el segundo set
Durante el primer set Djokovic había mostrado desesperación -"No me ayudáis a responder a su saque", gritó a su equipo-, pero al final fue el español quien padecía. Sentado en su banquillo, colocaba la frente sobre la empuñadura de su raqueta buscando explicaciones a lo que acababa de ocurrir. En un partido a cinco sets, como en una final de Grand Slam, su margen todavía sería grande, pero este domingo en la final olímpica ya no se podía perdonar un fallo. Y no falló. Hasta el segundo tie-break, el español estuvo muy seguro, nuevamente letal en los intercambios, pero enfrente le apareció un gigante.
Si en el primer set Djokovic fue vulnerable, en el segundo ya era invencible. La cercanía al éxito que completaría su carrera hizo que el serbio desplegara el mejor juego de su vida y especialmente el mejor servicio. Ni una bola de break tuvo Alcaraz a su disposición y las nubes se fueron ennegreciendo y ennegreciendo a su alrededor. Ahí fue cuando, durante unas centésimas de segundo, estuvo a punto de romper una raqueta por primera vez en su carrera. Ahí cuando llegó la muerte súbita todo estaba perdido.
El sol saliendo por el río Sena después de la tormenta, la luz iluminando la Torre Eiffel como un foco y los marchadores brillando, fugaces y esforzados, sobre el puente d'Iéna. Tenía que ser así, con este resplandor, como España celebrara sus siguientes medallas en estos Juegos de París. María Pérez se colgó la plata en los 20 kilómetros marcha tras una carrera de menos a más y Álvaro Martín fue fuego en la categoría masculina y se llevó el bronce. Ambos, campeonísimos del mundo, campeones de Europa, alcanzaron así lo que le faltaba: un podio olímpico.
La dolorosa gesta de Pérez
Antes de este jueves, Pérez venía de unos meses de dolor, mucho dolor, un dolor que sólo ella conoce, pero que se puede imaginar sólo con el diagnóstico: se fracturó el sacro. Con una pequeña lesión en la zona fue dos veces campeona del mundo el pasado verano, pero la dolencia se fue agravando, se fue agravando y finalmente tuvo que pasar por el quirófano. Operación. Rehabilitación. Y una renuncia a los analgésicos en la que empezó la competición: para volver a marchar a toda velocidad tenía que acostumbrarse al dolor, recuperar la sensibilidad en esa zona, aunque fuese una tortura.
Durante un par de semanas, en invierno, casi no podía ni moverse. Pero recibió su recompensa. "¡La madre que te parió, la madre que te parió!", le felicitaba Martín en la meta, después de aplazar su propia celebración para animarla. Pérez lloraba y lloraba, completamente exhausta después del esfuerzo y de tantos y tantos minutos de control. Porque la española, que a lo largo de su carrera cometió errores de estrategia, que en tantas carreras que se lanzó para hundirse después, esta vez fue consciente de sus opciones a la perfección. La china Jiayu Yang demarró con violencia en el kilómetro 5 y Pérez, en lugar de irse con ella, esperó. Al frente del grupo, aguardó porque su momento no era ese. Era mucho más tarde, en el kilómetro 14, cuando rompió con todo para irse a por la plata.
La Reina Letizia felicita a María Pérez y Álvaro Martín tras su plata y bronce en Paris@casareal.es
Pudo ser oro, incluso, pero una tarjeta le frenó en plena remontada y Yang supo mantenerse. A la prueba llegaba Pérez con ciertas dudas sobre su estilo técnico -los jueces llegaron a ponerle cómo ejemplo de lo que no se debía hacer en un congreso-, pero sobre el asfalto no tuvo problemas. Al final, a los 28 años, la plata que redondea su palmarés, que le da sentido a tanto dolor y que relanza a España en el medallero.
El bronce y los "últimos Juegos" de Martín
Porque antes de su éxito, hubo el éxito de Martín. Si hace tres años en los Juegos de Tokio acabó cuarto, la carrera más dolorosa, en estos Juegos de París el marchador también demostró que había aprendido la lección para finalizar tercero sólo por detrás del ecuatoriano Brian Daniel Pintado y el brasileño Caio Bonfim
"Si atacas que sea para no mirar atrás", le repetía su entrenador, José Antonio Carrillo, en los días previos y no hacía falta: lo sabía, Martín lo sabía. En Tokio las ganas, las ansias, los nervios le llevaron a lanzarse cuando no tocaba y, de ahí, su decepción. Este jueves en el escenario más bonito que ha tenido nunca la marcha, el marchador español aguantó y aguantó hasta el toque de campana. "Es ahora, es ahora", le gritaban los suyos y Martín, siempre impertérrito, cambiaba la cara.
Con él, en ese último kilómetro, Pintado,Bonfim y el italiano Massimo Stano, todos rivales más que conocidos. Con él, en ese último kilómetro, la posibilidad de tocar el cielo. Atacó Pintado primero, violento hacia el oro, se fue con él Bonfim y Martín supo que era el momento: si seguía detrás, era medallista olímpico. En los últimos metros, en el empedrado del Trocadero, Martín miraba para atrás para controlar el ataque de Stano y ya estaba, ya lo tenía. En la meta, derrumbe: no podía más.
"Hoy mi oro era este bronce, lo he dado todo. Pintado era superior al resto y mi esperanza era que Bonfim, que tenía dos tarjetas, se quedara atrás. Al final ha podido atacar y me he quedado con esa medalla, que para mí lo es todo", explicaba Martín, emocionado, en zona mixta, antes de anunciar que "seguramente serán mis últimos Juegos". "Tengo 30 años y creo que la máquina y la cabeza no me darán para más", aseguraba antes de abrazar a Carrillo. Una medalla para España, en una de las dos que hubo en la mañana más brillante, bajo la luz que salía por el río Sena y que iluminaba la Torre Eiffel.