En la vuelta de Kilian Mbappé al Parque de los Príncipes, Francia sucumbió ante el combinado de Spaletti, que logró remontar con bastante solvencia el tempranísimo gol de Barcola. El delantero del Paris Saint-Germain tardó apenas un minuto en adelantar a los locales tras una pérdida de balón de Di Lorenzo cerca de su área pero, sorpresivamente, todo se quedaría ahí. En un momento de lucidez.
Poco tardaría el equipo italiano en remontar. Dimarco, el lateral del Inter de Milán, puso el empate a la media hora de partido con una gran volea al segundo palo y a la vuelta de vestuarios, Frattesi primero y Raspadori después se encargaron de marcar distancias y dejar sentenciado el encuentro a falta de 15 minutos para el final. Poco se pudo ver del delantero madridista en un partido muy discreto por parte de su selección, que se vio totalmente superada por su rival y sin ningún tipo de ideas a la hora de atacar.
A esta derrota, el conjunto galo sumó también la lesión del central sevillista Loic Badé, que abandona la concentración en Clairefontaine tras terminar el entrenamiento del jueves con problemas en el bíceps femoral derecho y someterse a pruebas médicas durante la mañana del viernes.
En el otro partido del grupo, la selección belga venció cómodamente a Israel con un doblete de Kevin de Bruyne y con otro tanto de Yuri Tielemans. Timothy Castagne, el defensa del Fulham, metió en propia puerta el único tanto del combinado israelí. Con este resultado, el conjunto de Tedesco, sin Thibaut Courtois, se queda como segunda de grupo, empatada a puntos con Italia y a la espera de medirse a Francia el próximo lunes.
Con las cicatrices de su abdomen aún frescas, mermado por una cirugía que le había dejado fuera de combate hace sólo dos semanas, Carlos Sainz dominó de forma aplastante en Albert Park, camino de su tercera victoria en la Fórmula 1. La más autoritaria, la más simbólica, la que ponía fin a la racha de nueve consecutivas de Max Verstappen, víctima de una avería en los frenos. Red Bull, por una vez, fue vulnerable y Charles Leclerc completó el doblete para Ferrari. El delirio rojo en Melbourne y la emoción de Sainz en la radio, casi a lágrima viva: "La vida es una montaña rusa".
Camino del champán, con la bandera española en la mano, Carlos aún se permitía las bromas con Leclerc y su amigo Lando Norris, que cerraba podio. Poco antes de cruzar la meta ya había ordenado a sus mecánicos que el monegasco se acercara para la celebración conjunta. Sobraba tiempo, porque un duro accidente de George Russell contra las barreras de la curva 6, había ralentizado la carrera en la última vuelta. De nada importaba tampoco que Leclerc le hubiese arrebatado el bonus de la vuelta rápida (1:19.813). Nadie podía discutir el protagonismo de Sainz, que controló a su antojo.
Rodando con singular regularidad en 1:21, el madrileño abrumó a la competencia durante sus dos relevos con el neumático duro. Ni siquiera concedió la duda a Ferrari, alejando del radar del DRS a Leclerc. Se hizo más fuerte cuando la debilidad le devoraba por dentro. Ahora puede parecer ventajista escribirlo, pero ni el propio Verstappen pareció en condiciones de aferrarse a su estela. Aunque no resulte equiparable, Sergio Pérez bastante tuvo con sujetar a Fernando Alonso, sexto en la meta.
La rotura de Hamilton
Todo lo que la Fórmula 1 llevaba meses esperando tomó forma en Albert Park. El aplastante dominio de Red Bull, convertido en soporífera monotonía, se hizo de pronto carbonilla. "Acabo de perder el coche. Ha sido realmente raro", adelantó por radio Verstappen tras un extraño en la curva 9. Por entonces, Sainz ya se lo había quitado de encima en la segunda vuelta, dejando constancia del brío de su Ferrari. Unos metros más adelante, un hilito de humo empezó a emanar del RB20. Los frenos de la rueda trasera derecha ardían en llamas. Justo en el mismo escenario, exactamente dos años después, el tricampeón del mundo mordía el polvo.
El vacío de Mad Max dejó patidifusos a los favoritos. Ferrari veía abrirse las puertas del cielo, McLaren calculaba sus opciones de podio y Red Bull depositaba sus opciones sobre los hombros de Pérez. Por si no sobrasen alicientes, Lewis Hamilton inflamó los ánimos en el séptimo giro con un madrugador paso por boxes. Dos vueltas más tarde, Oscar Piastri y Leclerc, en busca de un undercut ante Norris, cambiaron también sus gomas. El compuesto duro debía aguantar 25 vueltas, pero Sainz, con el medio seguía clavando los tiempos, sin que nadie le importunase.
Había interés en cómo gestionaría Ferrari el graining de sus gomas. Al volante de un monoplaza totalmente equilibrado, Sainz no mostraba ni un síntoma de debilidad. Incluso pudo levantar el pie para sostener su ventaja frente a Leclerc y los McLaren. Tras estirar al máximo los medios durante 16 vueltas, la primera parada se saldó saldada por los mecánicos rojos en 2,6 segundos. Un respiro.
Sainz, al volante del SF-24, el domingo en Albert Park.AFP
Por detrás, Alonso mostraba un ritmo de crucero más que notable con los duros, rodando casi a la par de Pérez y Norris. Aston Martin pretendía alargar la vida útil de los neumáticos, a la espera de cualquier eventualidad. Y por una vez, la fortuna se alió con el asturiano. El abandono de Hamilton, víctima de un fallo de motor a la salida de la curva 10, provocaba el virtual safety car. Un regalo del cielo para Alonso, que ganaba cinco posiciones.
Desde luego, las gomas amarillas obligaban a un ímprobo trabajo a Fernando, con unos cronos casi calcados a los de Lance Stroll. Quería negar los espacios a Pérez, pero el mexicano le arrebató la posición en la vuelta 27, con una sencilla maniobra a la llegada de la curva 9. De ahí hasta la meta se mantuvo a la defensiva frente a George Russell. Sobre un asfalto con cuatro zonas de DRS, con un rendimiento inferior al de Mercedes, Alonso parecía presa fácil para el británico. El acecho acabó de la peor manera. Con Russell contra el muro y con Alonso citado por los comisarios. Si consideran que su frenada fue verdaderamente errática, el domingo podría acabar peor de lo pensado en Melbourne.
Saber competir en el momento oportuno es una de las cualidades más apreciadas y 'caras' en cualquier colectivo deportivo. Cuando Chus Mateo pedía "paciencia" en un curso con más derrotas y días grises de lo acostumbrado, no era hablar por hablar. Él sabe que no maneja los lujos de antaño pero también que posee ganadores. Un tesoro. Y, cuando se ha visto con el agua al cuello, han reaccionado. A base de victorias. Un Bilbao Basket con más bajas en la pintura de las recomendadas para visitar el Palacio pagó esa buena onda de los blancos. [88-70: Narración y estadísticas]
Fue un duelo con dos protagonistas claros. O tres, porque la pincelada de Sergio Llull siempre merece ser destacada. Sus 11 puntos (tres triples) a la vuelta de vestuarios fueron los que acabaron 'matando' al Bilbao. Aunque en la zona fue donde estuvo realmente su calvario. Tavares (completando unos días de absoluta plenitud) y el mejor Serge Ibaka desde que volvió al Madrid fueron demasiado.
Si al descaso parecía que no iba a ser una tarde tranquila, el Madrid, en el que no comparecieron ni Hezonja ni Bruno Fernando, acabó dando descansos a sus pilares y minutos a los menos habituales. Es su séptima victoria consecutiva (no pierde desde el 6 de marzo, en la cancha del Panathinaikos), la 13ª de carrerilla en ACB (donde cada vez es más líder) y no cae en el Palacio desde hace un año.
La semana europea más importante en mucho tiempo fue resuelta con angustia y victorias clave por el Real Madrid, al que aún le falta rematar para seguir en la lucha por no bajarse de la Final Four. El jueves ante el París Basketball y otro viaje a Belgrado (Partizan), para cerrar. Pero la ACB no para. Y, aunque cómodo en el liderato, le toca seguir avanzando. El próximo domingo, por ejemplo, visita el Palau. En mitad de esa guerra se plantó en el Palacio un Bilbao Basket con poca presión (aunque no se puede despistar aún demasiado por el descenso).
Y resultó el tercer inicio a fuego del Madrid. Como una buena costumbre. Si al Armani le hizo un 12-3 y al Estrella Roja un 0-14, los de Jaume Ponsarnau se llevaron un 11-2 que hizo que el técnico catalán mandara a sus cinco titulares al banquillo a la vez, un cambio de partido de cadetes. Que iba a surtir efecto.
Triples
El golpe de arranque se había apoyado en la plenitud que luce últimamente Edy Tavares. Enfrente tenía al joven Bagayogo, aquel chico que arrebató a Ricky Rubio el récord de precocidad de la ACB (debutó con 14 años) y que ha vivido después un calvario de lesiones. Y el dominio del caboverdiano fue total, seis puntos y cuatro rebotes en un suspiro y los blancos arrollando con la intensidad de Garuba y la amenaza ofensiva de Musa.
Pero pronto bajó ese ardor blanco. De forma un tanto preocupante. Hubo minutos para los menos habituales, para Ndiaye, Hugo González, Ibaka y Rathan-Mayes, pero el Bilbao, que se presentó sin sus dos pívots más importantes (Marvin Jones y el gigante Hlinason), se vino arriba a base de triples, su arma menos habitual. A la vez que el Madrid cometía pérdidas y fallaba lanzamientos, los de negro se metieron en la batalla de lleno hasta tal punto que una canasta de Pantzar les puso por delante.
De esa igualdad quedó poco tras el descanso. El mazazo de Llull y la tiranía en la pintura. Primero Tavares, que lleva cinco partidos volando. Al Bilbao le hizo 11 puntos, ocho rebotes y cuatro tapones (27 valoración) en 16 minutos. Y después un Ibaka que viene contado cada vez menos pero que se reivindicó a lo grande con 19 puntos, seis rebotes y tres tapones.