Por fin, la sonrisa de Antía Jácome. En el hangar de España en el canal de Vaires-sur-Marne ya sólo había miradas al suelo, malas caras, el ánimo hundido hasta que la española empezó a palear. Después de decepciones y hasta hundimientos, 44 segundos para la ilusión. Jácome arrancó entre las mejores y entre las mejores se mantuvo hasta que al final… ¡Casi!
Su cuarto puesto en el C1-200, otro para la delegación española, que ya acumula 17 en estos Juegos Olímpicos de París no era lo esperado, pero a ella le supo a gloria. “No podía haber dado más de mí, la verdad. No tenía más en este cuerpo. Me hubiera gustado subir al podio, pero me voy con un buen sabor de boca”, comentaba Jácome, que venía de un desencanto, el sexto puesto junto a María Corbera en el C2-500 y de un ciclo olímpico más que complicado.
Porque Jácome, revelación en los Juegos de Tokio, quinta con sólo 21 años, apuntaba a todo cuando sus entrenadores desde que se mudó de Pontevedra a Sevilla, Marcel y Georgina Glavan, ficharon por China sin avisar y se quedó sola. De camino a París tenía que rehacer su preparación y su vida. Y decidió mudarse nuevamente, esta vez a Mallorca, para empezar a trabajar con Kiko Martín en Lago Esperanza, en Pollença. La siguió su pareja, el también piragüista Pablo Martínez, y su compañera en la canoa, Corbera.
“Tengo que darles las gracias porque no puedo tener un entorno mejor. Cuando me quedé sin entrenador hicieron lo impensable para que yo consiguiese una medalla y no ha podido ser, pero estoy segura de que algún día será”, anunciaba Jácome, que reclamaba unos días de vacaciones antes de encarar unos Juegos de Los Ángeles 2028 a los que llegará con 28 años, el mejor momento para conseguir, entonces sí, su medalla olímpica. “He sido quinta y he sido cuarta, ahora me toca dar ese pasito más”, proclamaba.
Premier League
JAVIER SÁNCHEZ
@javisanchez
Actualizado Lunes,
25
septiembre
2023
-
23:37El técnico incorpora a una labrador para ayudar mentalmente al equipo, pero...
Hace una década, en una ciudad helada de la helada Suiza llamada Neuchatel, donde no sólo se puede patinar en las dos enormes pistas de hielo existentes, sino que también hay un lago congelado varios meses al año, los dirigentes del lugar discutían a quién enviar a los Mundiales y los Europeos cuando se les ocurrió una idea: «¿Por qué no nacionalizamos a un español?». El éxito de Javier Fernández llevó a España a lugares inverosímiles y uno de ellos fue ese: de repente era una potencia.
Tomàs Guarino, nacido en Sabadell, con una única pista a 100 kilómetros a la redonda, el Palau de Gel de Barcelona, un recinto ahora derruido, se convirtió en suizo y como suizo estuvo compitiendo hasta que la retirada de Fernández le devolvió a casa. Hoy, ya como español, prepara el Europeo de la próxima semana en Tallin y el Mundial de marzo en Boston, que le debería dar el billete para los Juegos Olímpicos de Milán-Cortina d'Ampezzo 2026.
¿Cómo se hizo suizo?
Mi vida siempre ha sido un poco movida. A los 10 años me fui a vivir con mi madre a un pueblo de Francia, Cergy Pontoise, cerca de París, para poder entrenar con un entrenador de allí, Bernard Glesser, y cuando tenía 15 años le fichó un club de Neuchatel, en Suiza. Todo el grupo nos fuimos con él. Después, siendo todavía junior, le propusieron a mi madre que compitiera por Suiza y aceptamos, porque así no tenía que viajar tanto a España para las competiciones nacionales. No es que me ficharan, es que ya estaba allí.
¿Y por qué volvió a España?
Durante la pandemia se redujeron las competiciones, sólo se mantuvieron el Europeo y el Mundial, y en Suiza había mucha competencia por una plaza. España, en cambio, no enviaba a nadie porque se acababa de retirar Javier Fernández. Así que el cambio era evidente. Hubo un momento en el que pensé: «¿Qué estoy haciendo aquí?». Pedí volver a competir como español y por reglamento tuve que pasar un año en blanco.
Guarino empezó a patinar desde la curiosidad más inocente o, al menos, eso explica su madre. «Me acuerdo cero, pero mi madre siempre cuenta una historia. Yo tenía tres años y no paraba quieto por el salón, corriendo de un lado a otro, hasta que salieron unas imágenes de patinaje en la tele, me quedé parado mirándolas y dije: «Me gusta». Me apuntó a clases. Empecé con el patinaje sobre ruedas y siempre lloraba. Lo recuerdo super aburrido porque estábamos horas y horas dando vueltas en círculos en forma de ocho practicando movimientos. Si me enganché a patinar fue gracias al hielo», rememora el patinador que ahora tiene 25 años y que se inició en las categorías inferiores del Barcelona, una sección hoy clausurada.
En el club coincidió con otro niño, Aleix Gabara, que llegaría a competir en Mundiales júnior, pero les faltaba compañía, técnicos y medios y de ahí su tempranísina mudanza a Francia. Luego pasaría por Suiza, con nacionalización incluida, y ahora vive en Turín, en Italia, por culpa de una desgracia. «Mi entrenador en Suiza, Glesser, volvió a mudarse y yo me quedé con un técnico de allí, Jean-François Ballester. Hasta que de un día para otro el club nos envía un email diciendo que se había muerto. Era super joven, me quedé en shock, no podía ni acercarme al pabellón a hablar con el resto de patinadores. Nos tocó buscarnos la vida», narra quien ahora estudia Ingeniería Informática a distancia en la Universidad de la Rioja.
Era un niño que patinaba. ¿Sufrió acoso en la escuela?
A veces escuché algún comentario y se hacía un poco difícil, pero siempre fui muy pasota. La gente así cuando te dicen dos o tres cosas y ves que no reaccionas, suele pasar a otra cosa. Si tenía algún compañero patinador que lo había pasado realmente mal con este tema.
Con su historial de mudanzas... ¿Podemos hablar de la influencia de Javier Fernández?
No tenemos mucha relación. Cuando yo era júnior lo veía en los Campeonatos de España, pero él era una estrella, si acaso le pedía una foto. Ahora nos saludamos y hablamos un poco, pero no mucho más. Sí noto que él tenía un estilo cómico, muy expresivo, que a mi también me sale. Hice un programa vestido de Minion y yo no estaba muy convencido, pero gustó mucho a la gente.
El TT Isla de Man es una competición bárbara de las que ya no quedan en el deporte mundial. Una pequeña isla situada entre Gran Bretaña e Irlanda se cierra al tráfico con sus casas, sus aceras, sus señales y sus alcantarillas y decenas de motoristas dan vueltas a más de 200 km/h de media y con máximas de 330 km/h. Hasta superar los 260 fallecidos, cada año hay muertes, el último, el español Raül Torras, pero eso no impide su celebración. En las décadas de los 60 y 70 fue parte del Mundial de motociclismo -Mike Hailwood o Giacomo Agostini ganaron allí- y ahora sobrevive gracias a la valentía o la inconsciencia de decenas de pilotos.
Con tanto riesgo, ¿Por qué fue a competir a la Isla de Man?
Porque aquello es otro mundo. Nadie quiere ir, nadie quiere verlo porque puede ser trágico, pero hubo un momento en el que me sentí muy atraído. Toda la vida quise competir en MotoGP, pero a los 30 años, atascado en el Campeonato de España, sin sponsors ni ayudas, ir allí me pareció una buena salida. Era una forma de empezar de cero, de conocer algo nuevo. Daba cursos de conducción en el circuito de Jerez, vinieron unos aficionados ingleses y me ofrecieron ir allí. Así debuté en 2007.
IOMTT
Antonio Maeso es el español que más veces ha conseguido acabar el TT Isla de Man, un total de siete, y entre otras cosas el que lo ha hecho con una moto de mayor cilindrada, la KTM de 1.200cc que utilizó en 2012. Después de terminar una vez en el Top 20 de la categoría senior, en 2013 buscaba mejorar su posición cuando descubrió la crudeza de la prueba. En una de las últimas vueltas, ya cansado, se lanzó sobre una curva a carretera abierta a 250 km/h y su rodilla izquierda impactó contra un murete escondido en la hierba. Salvó la vida de milagro porque salió disparado hacia un prado y no chocó contra nada, pero se destrozó la pierna.
"Estaba hundido por no poder acabar"
«Fracturas múltiples de tibia, peroné, fémur y rótula», informó el Hospital de la Isla de Man antes de trasladarlo a Liverpool para que le hicieran una reconstrucción. «En los primeros segundos estaba hundido por no poder acabar la carrera. No te diré que prefería la muerte, pero fue una decepción enorme. En aquella curva no estaba haciendo nada mal, no podía imaginar que había un trozo de cemento entre la hierba», recuerda quien luego empezó una rehabilitación que aún hoy dura hoy, 10 años después.
¿Ahora puede andar?
Si me ves por la calle ahora quizá no te das cuenta. Puedo caminar, pero cualquier rampa me cuesta y me caigo escaleras abajo. Estoy bastante tocado, pero lo veo por la parte positiva. Estuve seis meses sin poder mover la pierna, inmovilizada, y luego más de un año en sillas de ruedas. La rehabilitación fue muy complicada porque me era imposible doblar la rodilla. Lloraba de dolor en todas las sesiones, horroroso. Desde el accidente tardé unos cuatro años en volver a caminar.
Vecino de Gádor, un pueblecito de Almería, a sus 45 años ahora trabaja dando clases de inglés en el instituto y ha cambiado de hobby: ya no compite en moto, ahora hace soldaduras. «Pruebo motos para mi canal de Youtube, eso sí, pero competir es otra cosa. Como no doblo bien la pierna, no llego a la postura, no me da», admite, pero no esconde que después de asomarse a la muerte quiso volver allí para sacarse la espina. En 2017 adaptó una moto y regresó a la isla de Man para completar su séptima participación y ser él quien decidiera su retirada.
Carlos BarbaAraba
El próximo 26 de diciembre estrenará en su canal de Youtube el documental Condenado a muerte, con el que espera mostrar la realidad de esta competición a los más jóvenes. Nadie cómo él entiende el atractivo de una prueba como el TT Isla de Man, pero el peligro es demasiado grande. «Allí te enfrentas a la muerte. No sólo consiste en ir rápido, sino en jugártela cada vez un poco más. Para hacerlo bien tienes que aceptar que quizá no vuelvas. En realidad, ahora veo que estaba cavando mi propia tumba, que estaba cegado por un objetivo», finaliza Maeso con un moraleja después de todo lo vivido.