Por fin, la sonrisa de Antía Jácome. En el hangar de España en el canal de Vaires-sur-Marne ya sólo había miradas al suelo, malas caras, el ánimo hundido hasta que la española empezó a palear. Después de decepciones y hasta hundimientos, 44 segundos para la ilusión. Jácome arrancó entre las mejores y entre las mejores se mantuvo hasta que al final… ¡Casi!
Su cuarto puesto en el C1-200, otro para la delegación española, que ya acumula 17 en estos Juegos Olímpicos de París no era lo esperado, pero a ella le supo a gloria. “No podía haber dado más de mí, la verdad. No tenía más en este cuerpo. Me hubiera gustado subir al podio, pero me voy con un buen sabor de boca”, comentaba Jácome, que venía de un desencanto, el sexto puesto junto a María Corbera en el C2-500 y de un ciclo olímpico más que complicado.
Porque Jácome, revelación en los Juegos de Tokio, quinta con sólo 21 años, apuntaba a todo cuando sus entrenadores desde que se mudó de Pontevedra a Sevilla, Marcel y Georgina Glavan, ficharon por China sin avisar y se quedó sola. De camino a París tenía que rehacer su preparación y su vida. Y decidió mudarse nuevamente, esta vez a Mallorca, para empezar a trabajar con Kiko Martín en Lago Esperanza, en Pollença. La siguió su pareja, el también piragüista Pablo Martínez, y su compañera en la canoa, Corbera.
“Tengo que darles las gracias porque no puedo tener un entorno mejor. Cuando me quedé sin entrenador hicieron lo impensable para que yo consiguiese una medalla y no ha podido ser, pero estoy segura de que algún día será”, anunciaba Jácome, que reclamaba unos días de vacaciones antes de encarar unos Juegos de Los Ángeles 2028 a los que llegará con 28 años, el mejor momento para conseguir, entonces sí, su medalla olímpica. “He sido quinta y he sido cuarta, ahora me toca dar ese pasito más”, proclamaba.