Revancha o no revancha, esa era la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Así se expresaba Hamlet y debía el Atlético de Madrid decidir qué opción tomar. Tomó la de la revancha ante su gran rival, en un duelo tan intenso, que resultó violento en ocasiones. ¿No es eso lo que nos gusta de las obras de teatro? [Narración y Estadísticas, 4-2]
El caso es que, con una leve presión arriba intentó el Atlético amenazar a los blancos en los primeros minutos. Tres contras después de muchísimo peligro, decidieron que la línea estaba mejor algo más cerca de Oblak. Nadie les culpa, en el útimo mes han encajado tres goles por partido.
El Madrid tenía más filo y el tridente Bellingham, Rodrygo y Vinicius amenazaba a Oblak en cada ataque. El inglés se permitió incluso reencarnarse en Maradona para driblar a tres jugadores y estampar un zurdazo en el larguero del portero esloveno. Mientras el ataque del Madrid funcionaba a pleno rendimiento, en el Atlético, Morata y Griezmann, El Principito, este francés no danés, pasaban sin pena ni gloria por el partido.
Y como en toda obra dramática, la trama siempre tiene que girar hacia lugares inesperados, así que la primera que tuvo el Atlético fue para dentro. Un centro corto de De Paul terminó prolongado involuntariamente por Rüdiger y Lino llegó sin vigilancia para rematar ante Lunin.
El partido estaba siendo menos atractivo que el de la Supercopa, pero quizás algo más intenso. Quien más se quejaba de ello era Vinicius, que estuvo en todos los roces para bien o para mal. Una falta con su pertinente tangana provocada por el brasileño terminaría en el empate del Real Madrid tras una cantada monumental de Oblak. El gol, lejos de aplacar las ganas de pelea de Vinicius, provocó que el brasileño celebrara y se encarara con el Frente Atlético, Modric tuvo que recordarle que aún quedaba partido y que siguiera centrado en el fútbol ajeno a lo que ocurriera fuera del césped.
El Madrid sí salió centrado del vestuario dispuesto a terminar en los primeros 90 minutos. Fue un ciclón, con Rodrygo y Bellingham, especialmente el inglés, mostrando una calidad que no se veía en el resto de los rincones del campo. Pero esta historia de revancha tenía otro nuevo giro de guión basado en la mala fortuna. Un centro lateral se quedó muerto entre Rüdiger y Lunin y Morata, que pasaba por allí, empujó sin oposición. El telón, no obstante, seguía levantado.
En lugar de fútbol, luego comenzó fue una película de violencia. Tanganas, entradas a destiempo, choques y empujones. Ahora sí, la obra se parecía más a un derbi y no a una serie de dibujos animados como la Supercopa. Luego comenzó un ida y vuelta en el que el Atlético, con el marcador arriba, tenía las de ganar.
De hecho, Morata pudo matar, pero como siempre ocurre en este deporte más maravilloso que cualquier obra de teatro fue el Madrid el que golpeó tras una triangulación entre Vinicius y Bellingham. Centro del inglés y Joselu hace el empate a falta de ocho minutos para el final. Las espadas en alto, la revancha en standby y el partido a la prórroga.
Despierta El Principito
Mucha igualdad en el tiempo añadido con ocasiones para Llorente y Vinicius hasta que despertaba El Principito. El francés recogía un balón a la espalda de Camavinga tras un rechace de Vinicius, que le perseguía hasta línea de fondo, pero cuando se rendía, soltaba el 7 del Atlético un zapatazo a la escuadra de Lunin.
Solo un fuera de juego puso en riesgo el final de esa revancha en lo que podía haber sido el empate del Madrid. El asedio blanco de los últimos minutos no dio resultados, la venganza estaba consumada y apuntalada con un gol postrero de Riquelme.