Hubo una época en los años 60 en la que la defensa del Atlético de Madrid, incluido el portero, se recitaba de carrerilla: Madinabeytia, Rivilla, Griffa, Calleja. Dos argentinos y dos españoles que mantienen, con el paso del tiempo, la aureola de una de las mejores zagas de la historia rojiblanca.
Griffa, el único superviviente hasta hoy del cuarteto, era Jorge Bernardo Griffa. Había nacido en 1935 en la localidad de Casilda, provincia de Santa Fe. Tenía sangre española: su abuela era de Pinilla de Toro (Zamora). Aterrizó en el Atleti en 1959 procedente de Newell’s Old Boys, en el que había debutado con 18 años.
No era el primer defensa duro que había conocido la Liga española, pero Griffa llegó a constituirse en el paradigma de la, digamos, severidad contra los delanteros adversarios. Lo tenía a gala, entre risas y anécdotas que desembocaban en que, después de todo, los rivales valoraban la franqueza de su comportamiento, en el que físicamente arriesgaba tanto como hacía peligrar la integridad ajena (llegó a jugar con los ligamentos rotos, vendadas las rodillas).
Con Di Stéfano mantuvo unos duelos tan ausentes de concesiones mutuas que desembocaron, comprensión y solidaridad argentinas, en una gran amistad, quizás porque Griffa, en cierto modo, compartía con La Saeta el mismo gen ganador, el mismo carácter indomable.
El marcaje a Pelé
La primera Copa del Atleti y su primer título internacional, la Recopa de Europa, se debieron en gran medida a la casta de Griffa. La palabra “asesino”, una hipérbole dramática, cobraba en sus labios un aire bromista, de infantil travesura. Franco quiso conocerle porque Fernando Fuertes de Villavicencio, ex jugador rojiblanco que llegó a vicepresidente del club, Segundo Jefe de la Casa Civil del Jefe del Estado, le había hablado mucho de él.
La palabra “asesino” era muy cruda y hoy sería intolerable, pero entonces se la empleaba con frecuencia para definir a un defensa de una contundencia sin remilgos. Griffa cobró esa fama, que hizo casi olvidar que a menudo no necesitó confirmarla porque era muy rápido y no exento en absoluto de técnica. El fútbol en aquellos campos y con aquellos balones era comprensivo con quienes se empleaban con energía. Un marcaje a Pelé en la Copa Sudamericana de 1959, que se apuntó Argentina, contribuyó a su fichaje por el Atlético.
Griffa le decía a Luis Aragonés: “Tú mandas del centro del campo para adelante, y yo para atrás”. Con el Atleti, al que llevaba en el corazón y del que, entre el orgullo y la nostalgia, hablaba maravillas, jugó 203 partidos entre 1959 y 1969. Ganó una Liga, tres Copas y una Recopa de Europa. En 1969 se fue al Español (entonces con eñe), que estaba en Segunda. Ascendió y Griffa se retiró en 1971.
Detector de talento
A su regreso a Argentina, mientras se dedicaba a negocios de agricultura y ganadería, trató de ser jugador-entrenador en Banfield, un equipo de la provincia de Buenos Aires. Pero lo atropelló un camión, se rompió la pelvis, estuvo escayolado durante 70 días y se retiró definitivamente.
Le gustaba ser entrenador, pero confiaba más en sus capacidades para detectar precoces talentos de los equipos base, juveniles. En Newell’s y Boca sacó a los focos a Valdano, Gallego, Giusti, Banega, Batistuta, Basualdo, Pochettino, Heinze, Gago, Walter Samuel, Maxi Rodríguez, Tévez, Burdisso… Trabajó también como asesor para la Federación mexicana.
Quizás no sea exagerado considerarlo uno de los 10 mejores defensas centrales en la historia del Atleti.