Vuelta a España
Juan Carlos, pintor y escultor, tiene preparado un libro sobre ”hechos desconocidos y documentados” del carismático ciclista, fallecido el 6 de diciembre en una clínica de Madrid
En una caja de cartón, junto a un caballete con un lienzo de ChavaJiménez, descansa un manuscrito con los secretos del ídolo desaparecido hace 20 años. Un tesoro listo para ver la luz. Juan Carlos, hermano del ciclista fallecido el 6 de diciembre de 2003 en una clínica de Madrid en la que seguía un tratamiento para combatir la ansiedad, tiene preparado el boceto de un libro que recoge hechos y experiencias inéditas del carismático corredor. Una obra escrita durante los últimos cinco años.
«Aunque mi hermano se marchara hace 20 años, para mí sigue estando aquí. Yo le tengo presente todos los días. Soy cuatro años mayor que él, pero siempre estuvimos muy unidos. En los últimos años he pintado muchos cuadros y moldeado esculturas en recuerdo de él. También he escrito miles de folios sobre su vida y mi propia trayectoria. Es un relato en primera persona sobre algunos hechos desconocidos y documentados. De momento no quiero contar mucho más detalles, cada cosa llegará a su tiempo», advierte Juan Carlos Jiménez, pintor y escultor.
«Con estas páginas escritas quiero hacer inmortal a mi hermano. Que su memoria siempre permanezca viva. Lo tengo todo escrito», incide el artista y custodio del santuario de Chava. Juan Carlos, ex alumno del Círculo de Bellas Artes de Madrid y de la Escuela de Massachusetts tiene un estudio en el que fuera chalet del ex corredor en El Barraco (Ávila). Allí se apilan cuadros, retratos, fotografías, trofeos y esculturas del genial escalador.
José María Chava Jiménez nunca ganó una de las tres grandes carreras pero su legado, impregnado de leyenda por su muerte prematura (32 años), permanece muy vivo. Falleció a las 10 de la noche del 6 de diciembre de 2003, poco después de enseñar su álbum de fotos a los pacientes de la clínica de San Miguel de Madrid, donde estaba internado. El ganador de cuatro Premios de la Montaña de la Vuelta (1997, 1998, 1999 y 2001) y campeón de España de ruta en 1997 fue un personaje excesivo, capaz de las mayores gestas y de los desfallecimientos más inesperados. Vivió al límite y nunca se privó de nada. A comienzos de 2002 cayó en el abismo. «Con la depresión sólo tengo pena y ganas de llorar… Es mentira que tenga un problema de adicción a las drogas. Eso son rumores y gilipolleces», señaló en una entrevista al suplemento Crónica de este periódico, en septiembre de 2002. «Murió como corría, al ataque y de improviso», confesó Antonia, su madre, en el velatorio instalado aquel entonces en Madrid.
Dos décadas después, los aficionados siguen rememorando las gestas del que fuera compañero de Pedro Delgado y Miguel Indurain. Fue un escalador portentoso, tercer clasificado de la Vuelta de 1998 y ganador de nueve etapas en la ronda española, para las páginas más célebres de la historia quedó la victoria en el Angliru, en 1999, trepando bajo la niebla y superando al ruso Pável Tonkov en el último suspiro. Se estrenó como profesional en 1992 y siempre militó en la estructura del equipo Banesto de José Miguel Echavarri y Eusebio Unzúe.
FLORES EN EL CEMENTERIO
«Aquí viene gente de todos los lados, de Málaga, de Santander, de Barcelona, de Valencia… Pasan por la casa en la que vivió mi hermano, se hacen fotos junto a su busto de bronce, van al cementerio y dejan flores. Han transcurrido 20 años y todavía se acuerdan de él. Está vivo en la memoria de todos. La gente recuerda sus hazañas y le quieren por su manera de ser», recalca el autor de dos gigantescas esculturas dedicadas a su hermano y levantadas en sendas glorietas de El Barraco y Ávila.
En la parte alta de El Barraco, junto al monte, hay una calle y una rotonda en honor a José María Jiménez, enfrente del monumento conmemorativo se encuentra el estudio y santuario de Chava. En esa zona también vive su hermana Piedad, esposa del ex ciclista Carlos Sastre. Su chalet se encuentra a un paso del polideportivo que lleva el nombre del ganador del Tour de Francia de 2008. Muy cerca de allí hay una calle que rinde tributo a Ángel Arroyo (segundo del Tour de Francia de 1983). El aroma a ciclismo envuelve a este pueblo abulense de poco más de 1.800 habitantes. Por la escuela de Víctor Sastre también pasaron amigos y compañeros de Chava, como David Navas, Paco Mancebo, Curro García o Pablo Lastras. El último que apunta excelentes condiciones es Yeray Sastre (19 años, hijo del ganador del Tour de Francia), que tiene un estilo muy parecido a su tío Chava. La Vuelta a España le homenajeó en el décimo aniversario de su muerte, con un trofeo al ganador de la etapa finalizada en el puerto de Ancares.
- Su hermano nunca ganó Vuelta, ni Giro ni Tour, pero le siguen recordando por sus exhibiciones.
- Él conseguía que la gente se pusiera delante de la televisión o escuchara la radio. Muchos se reunían en los bares para ver qué hacía. Nunca pasaba desapercibido, cuando muchos le daban por derrotado, él resurgía. Recuerdo una vez que en la televisión decían que se iba retirar en una etapa, creo que era en Sierra Nevada. Él lo escuchó y salió para dar un gran espectáculo.
- Han pasado dos décadas y parece que todo sigue igual.
- Ya son 20 años, pero él sigue presente en mi mente. Todos los días me acuerdo de él. Le he pintado decenas de cuadros, guardo muchos de sus trofeos y cosas personales de su etapa de corredor: gorras, dorsales, espuma de afeitar, geles… La emoción y los sentimientos permanecen muy intensos. El paso del tiempo no afecta».
El polifacético artista de 56 años explica que la familia siempre estuvo muy cerca del ciclista, en los buenos y en los malos momentos. «No me gusta recordar su última etapa, con la depresión y su paso por la clínica. Aquí estamos todos de paso. Todos tenemos un día y lo que tenga que pasar ya pasará», explica, mientras coloca un retrato de su hermano en su casa de El Barraco.
«En este 20 aniversario todos estamos emocionados, pero especialmente mi madre. Lo pasa mal hoy y todos los días, porque la muerte de un hijo es imposible de asumir. Es algo irrecuperable. Mi hermano se fue a los 32 años, pero hay niños que mueren al poco de nacer o en las guerras, como estamos comprobando ahora. Es terrible. Mi madre va todas las semanas al cementerio, reza, limpia la tumba. Yo la acompaño algunas veces, pero voy hasta la puerta. Yo me quedo fuera porque no me gusta ir a esos sitios, cuando vaya es para quedarme para siempre», recalca Juan Carlos, un hermano que nunca olvida.