El neerlandés logró en Baal su octava victoria en ocho presencias esta temporada en el calendario de ciclocross.
Van der Poel celebra el triunfo.JASPER JACOBSAFP
El rey no ha muerto. Ni mucho menos. Ni siquiera sufre un achaque. Ni siquiera ha echado una cabezada y dormido un ratito para descanso de su persona o por compasión hacia los demás. En realidad, está más vivo que nunca. Más fuerte. O, en fin, tan fuerte como siempre. Mathieu van der Poel obtuvo, en Baal, donde no estaba previsto en principio que coincidiera con los otros dos tenores (Van Aert y Pidcock), su octava victoria en ocho presencias esta temporada en el calendario de ciclocross.
Y esta vez, en contra de su costumbre, no aflojó el ritmo en la última vuelta para ganar por un puñado de segundos que no reflejaba, que no expresaba el auténtico desarrollo de la prueba. No. Esta vez, dentro de su superioridad inicial, siguió forzando la máquina hasta los postres y dejó a Wout van Aert a, prácticamente, dos minutos (1:55). Y a Pim Ronhaar, a casi tres (2:44).
El belga le aguantó al principio el paso. Pero, seguramente a causa de que marchaba por encima de sus posibilidades actuales, cometió un error, uno de esos que prácticamente no comete jamás el neerlandés, que domina las carreras por fuerza y técnica, y perdió comba. Ronhaar, compatriota de Van der Poel, mantuvo durante casi toda la carrera un duelo con Tom Pidcock por el tercer lugar del podio. Pero el británico se desinfló en los últimos compases. Hasta tal punto que, duodécimo, fue adelantado por Felipe Orts, undécimo a 4:57 de Van der Poel.
El circuito era precioso para una prueba de ciclocross. No le faltaba de nada de lo habitual y lo contingente: tramos de tierra dura, charcos como pequeñas lagunas, asfalto, escalones, tablones, toboganes, barro superficial y ese puré hondo y pegajoso donde los pies se hunden y las ruedas se atascan. Así pues, máquina al hombro y hombres rebozados. Y con ella a cuestas o pedaleando. Y con lodo hasta las cejas, Van der Poel añadió otro diamante a su corona.
CARLOS TORO
Actualizado Domingo,
29
octubre
2023
-
17:05Van der Poel en el Madrid Criterium 2023.Javier JiménezEFEEste domingo participó Mathieu van...
Cada mañana, en el atribulado enjambre que es una salida del Tour de Francia, donde se amontonan autobuses y coches de equipos, miles de aficionados, patrocinadores y ciclistas que esquivan todo eso como si de una gymkhana se tratase en su ida y vuelta al control de firmas, un pequeño grupo de comisarios de la UCI pasea por el paddock y se detiene de tanto en tanto a revisar con sus tablets las bicicletas de los corredores. Entre ellos Juan Antonio Aragonés, un profesor de matemáticas de Córdoba que cumple en la Grande Boucle parte de un sueño.
«Fui ciclista desde los 11 años hasta empezar la universidad. No era malo, pero no era un ganador nato. Llegué a correr un campeonato España cadete y coincidí con Purito Rodríguez», rememora quien hoy mismo celebra su 46 cumpleaños mientras no pierde detalle de la Colnago de Pogacar y apunta en su libreta. Una lesión de rodilla le apartó de la carretera, pero no del ciclismo que le venía de cuna. Su padre fue director de equipo durante dos décadas y, mientras él completaba brillantemente sus estudios -acabó el instituto con matrícula de honor y fue arquitecto hasta que la «crisis» le hizo tomar el camino de la docencia, «cuando ya era padre de dos hijos»-, le animó a convertirse en árbitro de ciclismo «para intentar superar mi timidez y conseguir algún dinero para costearme la carrera universitaria». «A día de hoy, como profesor y todo lo que ello conlleva, puedo decir que cumplí mi objetivo», cuenta.
La jornada de Aragonés en el Tour es frenética. Nada que ver con otras carreras, ni siquiera con la Vuelta (estuvo en las de 2017 y 2021). «Los días aquí son largos. Llegamos a la zona de salida unas tres horas antes del comienzo de la etapa. Allí, los comisarios tenemos una breve reunión donde repasamos aspectos de la etapa anterior y planificamos el trabajo de la del día. Tenemos en cuenta muchos factores, al igual que hacen los equipos cuando diseñan sus estrategias», describe. Entonces, comienza su caminata por el paddock, con su camiseta de la Federación (también hay otro español, Pedro García), donde cada mañana escanean exhaustivamente las bicicletas de varios equipos.
Aragonés, analizando con su tablet una de las bicicletas del pelotón.L. S. B.
Desde hace unos años la UCI estableció un protocolo para la lucha contra el dopaje tecnológico. Los comisarios usan un escáner de rayos X de última generación. Se buscan imanes, motores ocultos, cualquier cosa que haga levantar suspicacias. «Yo nunca he visto nada sospechoso», admite Juan Antonio, que confirma, entre risas: «Evidentemente, en la bici de Pogacar no hay ningún motor».
Nunca se ha demostrado que algún ciclista profesional se haya ayudado de la tecnología. Aunque sí que ha habido sospechas virales. Ninguna como aquella de 2010, cuando Fabian Cancellara dejó de rueda a Tom Boonen en el Kapelmuur durante el Tour de Flandes. Tal fue su potencia que parecía un acelerón artificial. O las acusaciones directas de Jean Pierre Verdy, ex jefe de la agencia francesa antidopaje, quien en un libro de 2021 afirmó que Lance Armstrong, además del dopaje declarado, también usaba un motor en su bici. El único caso detectado fue en el ciclocross, durante el Mundial 2016. La belga Femke Van den Driessche era la favorita para llevarse la prueba sub'23: fue sancionada por seis años y multada con 20.000 francos suizos.
Con el escaneo de las bicicletas no se acaba la labor de Aragonés, que lleva 23 años como árbitro -tiene categoría Nacional Élite- y que debuta en el Tour durante sus vacaciones escolares en el IES Trassierra de Córdoba. Lo hace gracias a un intercambio a tres bandas que se ha retomado entre La Vuelta, el Giro y el Tour. Tras una breve comida le toca subirse a la moto. «Este año, como novedad, llevamos chaleco airbag con posicionamiento GPS incluido», detalla.
En carrera los árbitros controlan que todos los equipos cumplan con el reglamento y con la circulación. «La UCI y su comisión de trabajo para la mejora de la seguridad en carreras (Safer), ha establecido este sistema de añadir estas tarjetas a acciones que ya se sancionaban (si un corredor recibe dos, es expulsado), para intentar disminuir las acciones peligrosas y sus consecuencias. De momento, parece que podemos ser optimistas», cuenta sobre unas sanciones que conllevan «tensión en momentos puntuales», con directores y corredores, «pero ni más ni menos que en cualquier otro deporte en competiciones de muy alto nivel».
Son gestas de tal magnitud que cuesta calibrarlas sin perspectiva. Tadej Pogacar es el cómo y el cuánto, es el ataque sin respuesta a falta de 50 kilómetros, la rendición total del resto, para cabalgar en solitario hasta la meta de Como, para alzar los brazos por cuarta vez consecutiva en Il Lombardía, para emular a Fausto Coppi (de 1946 a 1949) y quedarse ya a sólo una victoria de las cinco de 'Il Campionissimo'.
Triunfador con el maillot arcoíris en el Giro de Lombardía (el último había sido Paolo Bettini en 2006) que es el patio de su casa, donde acostumbra Tadej a poner el broche dorado a sus temporadas, aunque ninguna como ésta, un 2024 para el recuerdo, para los libros de historia del ciclismo.
En una edición marcada bien es cierto por las ausencias (la última, con polémica y justo en la previa, de Tom Pidcock) y por los pequeños cambios en el recorrido obligados por las lluvias torrenciales en los días anteriores, Pogacar no encontró batalla ni agobios. Fue un paseo. O lo pareció. Le acompañaron en el podio Remco Evenepoel (a más de tres minutos finalizó, también en solitario y emocionado al regresar al lugar que casi le cuesta la vida en una caída) y Giulio Ciccone que culminó una remontada. Ion Izagirre fue cuarto y Enric Mas quinto.
Pogacar, tras su ataque en Colmo di Sormano.MARCO BERTORELLOAFP
Pese a que durante unos kilómetros pareció como si UAE no fuera capaz de controlar la numerosa y noble escapada del día (con Arensman, Daniel Felipe Martinez, Mohoric, Dunbar, Vansevenant y los Movistar Einer Rubio y Muhlberger, entre otros), que llegó a gozar de hasta casi cinco minutos de ventaja a falta de 10 kilómetros, no tardó después Rafal Majka en poner orden. En las subidas consecutivas a Selle di Osigo y Madonna del Ghisallo arrimó al pelotón, aclarando el panorama para el zarpazo inevitable de Pogacar.
Que iba a llegar en Colma di Sormano, cuando Hirschi había dejado a los fugados ya a un suspiro. El mejor equipo para el mejor ciclista. Un ataque a falta de 49 kilómetros, a seis y medio de la cima. Demasiado obvio, demasiado sencillo. No hubo ni atisbo de respuesta. Como si todos estuvieran aguardando una muerte anunciada, una superioridad no vista hace mucho tiempo.
Pogacar en solitario hacia Como, con San Fermo della Battaglia, un baño de masas, como último colofón a un año extraordinario, una temporada para el recuerdo. Por detrás se formó un trío en el que Remco Evenepoel apenas encontró apoyo en Enric Mas y Van Eetvelt. Pero el campeón olímpico los soltó en la bajada y ninguno de los dos obtuvo premio después tampoco.
De marzo a octubre, de la Strade Bianche a Lombardía. Ganar, ganar y ganar. Sólo se le resistió al esloveno San Remo (3º) y el Gran Premio de Quebec. Devoró Giro, reconquistó Tour (con 12 etapas entre ambas), se exhibió en el Mundial y sumó dos clásicas, Lieja y Lombardía. También la Volta, Montreal y el Giro dell'Emilia. Se antoja complicado imaginar algo más tiránico que no fuera Eddy Merckxs.