Los vientos son propicios para este Unicaja en pleno reencuentro con su historia, un volver a las raíces, de nuevo en lo alto del baloncesto nacional gracias a un proyecto de cabeza y corazón. En Murcia confirmó su estatus, su poderío recobrado, el cuarto título en año y medio, derrotando a todo el Real Madrid en la final de la Supercopa Endesa. [80-90: Narración y estadísticas]
Sin complejos, con ambición y baloncesto. Es lo que llaman el plan de Ibon Navarro, el artífice en el banquillo de tal renacer, acompañando las buenas decisiones en los despachos de López Nieto y Juanma Rodríguez. Hace un año, mismo escenario, mismo rival en la final, pagó la novatada ante el Madrid pese a su remontada final. Anoche, sin dudas, por delante de principio a fin, conquistó la primera Supercopa de su historia (había perdido tres finales antes) y cortó una racha blanca que parecía no tener fin, seis títulos consecutivos.
Prevaleció su rodaje competitivo pero también su hambre. Y al Madrid, con sus caras nuevas y sin Hezonja, esta vez no le dieron los mecanismos heredados para ganar. Pagó su penoso amanecer y su poquísimo acierto (7 de 26 en triples) ante un Unicaja en el que desapareció su líder Osetkowski, pero que fue sostenido por Yankuba Sima en la pintura, el talento de Kameron Taylor (MVP, 22 puntos y seis rebotes) y Kendrick Perry en el perímetro y las acciones clave en el desenlace de Kalinoski y Alberto Díaz, uno en ataque y otro en defensa.
No habían pasado ni dos minutos y Chus Mateo ya se desgañitaba en el inevitable tiempo muerto: “¡¿Esto es lo que queremos?!”. Su equipo había salido completamente dormido a la final, con un puñado de balones perdidos y un fulgurante 10-0 en contra de un Unicaja que era todo lo contrario, un ciclón. Las cosas no mejoraron demasiado para el Real Madrid, que había arrancado con Usman Garuba como titular -Hezonja, con fiebre, causó baja-, que se vio 17 abajo (13-30) y metido en un laberinto del que no parecía saber escapar.
Desde hace un par de temporadas, desde la llegada de Ibon Navarro al banquillo, Unicaja es un equipo hambriento y confiado en sí mismo. La consecución de la Copa del Rey de 2023 supuso el pilar de un proyecto que no deja de crecer y de ganar: hace unos meses levantaron la Champions de la FIBA y la semana pasada la Intercontinental en Singapur. Y, sobre todo, sabe perfectamente a lo que juega.
Apuestan por el rock and roll, por el baloncesto vertiginoso, sea quien sea quien se plante delante. Al Madrid todo eso le pilló en mitad de la siesta y el correctivo fue importante, con Kameron Taylor anotando compulsivamente y Yankuba Sima superando hasta a Tavares. Sólo cuando llegó el segundo acto y la final entró en una especie de letargo propiciado por la defensa blanca, los de Chus Mateo pudieron recomponerse. Curiosamente, uno de los protagonista fue Eli Ndiaye (el descartado en la semifinal contra el Barça), energía desbordante, un puñal en el rebote ofensivo que rompió el timing del rival. Todo eso y alguna decisión controvertida de los árbitros que desesperó a Navarro metió al Madrid en la pelea, aunque cinco puntos finales de Taylor conservaron la ventaja malagueña al descanso (45-49).
El Madrid había sabido cercenar la gran vía de respiración del Unicaja. Sin el rebote, se acabó lo de correr y correr. Pero a la vuelta de vestuarios los malagueños recuperaron la iniciativa. Era Sima el inesperado líder, crecidísimo en la pintura, sin complejos ante Tavares ni ante nadie el internacional español. Y estupendamente asistido por Kendrick Perry. Y la paciencia y la concentración del Madrid no eran las mejores.
Pero, de nuevo, supo mantenerse a flote, pese a volver a ir 14 abajo. La segunda unidad aportaba el plus energético que no tenía la primera y Garuba, poderosísimo ahora tras su mal comienzo de partido, y Andrés Feliz arrimaron de nuevo a los blancos antes del acto definitivo. Que fue de nuevo un tira y afloja, resistiendo Unicaja las acometidas blancas, sacando su ardor competitivo donde tantos otros dudan.
Esa agresividad, esa energía para no permitir ni una sola canasta fácil al Madrid, ahora domado por Campazzo, iba a resultar definitiva. Cuando Feliz puso el 73-74, Kalinoski y Taylor asestaron dos triples que fueron oxígeno puro. Y después, en el toma y daca final, los andaluces demostraron que su bagaje competitivo es ya a tener en cuenta. Que no sólo han aprendido a competir, también a ganar.
Cuando Sima anotó un aro pasado a falta de 1:10, el título, la primera Supercopa de su historia, estaba ya en las vitrinas de Unicaja. Él había sido el héroe esta vez, en un colectivo en el que el turno de protagonismo va corriendo de mano en mano como el testigo de un relevo. Y que siga.