Como en el patio de un colegio, los mayores abusaron de un equipo que tiene voluntad de ser, pero no le alcanzan los recursos. El Atlético se encontró ante el Valencia un partido disfrutón con un rival que le dio campo y pelota. Los ojos de Griezmann y De Paul se abrieron como platos mientras Samu Lino se relamía. Sabía el brasileño que cuando el Valencia se encoge su vulnerabilidad aumenta. Entre los tres, y el colmillo de Memphis Depay, desataron un vendaval que si no hizo que los valencianistas volaran fue porque se agarraron a Mamardashvili. [Narración y estadísticas (2-0)]
Se pudieron permitir los rojiblancos errar una y otra vez agigantando la figura del georgiano sin que eso supusiera ningún riesgo de que el Valencia les hiciera daño a la contra. Vivían demasiado lejos del área por mucha velocidad que atesoren. Por si acaso, como perro de presa aparecía el recién regresado Reinildo. Baraja ha construido un equipo resultón, como una buena pieza de pret-à-porter que puede hasta deslumbrar en ocasiones, pero a la que se le ven los hilos cuando desfila en las pasarelas de alta costura. Faltan muchas puntadas.
El descosido lo intuyeron los rojiblancos en el duelo entre Lino y Foulquier en la banda derecha, aunque fue Nahuel Molina quien primero lo intentó. Koke, suelto y con tiempo para pensar, tanto como Rodrigo De Paul, renacido y no sólo con bríos renovados, también con fútbol. A Griezmann le tocaba catalizar y Memphis se convertía en una pesadilla para Mosquera. Con un giro en el área permitió que el francés se lamentara al ver al portero valencianista salvar su remate a bocajarro. Era la primera pero no la última, porque le tocó espantar varios goles que la grada cantaba, en especial a Samu Lino, incombustible y más incisivo aún que cuando vestía de blanquinegro. El gol rondaba como un fantasma a punto de aparecerse, y lo hizo en el añadido. Imposible que al Principito se le escapara la carrera que lanzó Lino sin el aliento de Foulquier en el cogote. Esta vez nadie salvó a un Valencia que ni había probado a Oblak.
La herida no era enorme pero tenía pinta de mortal pese a que, al regreso del vestuario, Javi Guerra amaneciera al partido para soltar un derechazo desde la frontal. Un espejismo que nada cambió. Respondió Savic con un testarazo a un saque de esquina que volvió a exigir la salvación del georgiano. Mientras Simeone miraba la pólvora que atesoraba en su banquillo, Baraja apenas tenía fogueo. Como en el campo. Nada estaba saliendo bien, ni siquiera el capitán Gayà pudo ganarle un duelo a Nahuel Molina, que se encontró con cambio de orientación de Koke y sacó un centro tenso al que se lanzó en plancha Memphis para irse al vestuario con su gol bajo el brazo. Eso sí, antes marcó a Mosquera para siempre con un sombrero de espuela y un disparo imposible que rozó el travesaño.
Hasta un penalti se vio en contra el Valencia, señalado por De Burgos Bengoetxea y rectificado, con acierto, por el VAR. Simeone podía empezar a controlar esfuerzos y el Valencia, en el minuto 73, hilvanó la única jugada reseñable, tan estéril como todo el duelo. Un partido plácido para un Atlético que no tuvo rival para subirse al tercer escalón del podio de LaLiga.