Las desgracias aguardan en las esquinas, un mal gesto que acabe en un ‘crec’, un masaje de un fisioterapeuta despistado, pero Jannik Sinner puede dominar el tenis en la próxima década, especialmente si se juega en una pista rápida. Es preciso hasta rozar el límite humano; es racional hasta rozar el límite humano. Dicho de otra manera, parece un robot. Este domingo su victoria ante Alexander Zverev en la final del Open de Australia por 6-3, 7-6(4) y 6-3 fue la confirmación de una nueva era.
Si el número uno del ranking ATP se enfrenta al número dos y su dominio es tan contundente no hay mucho más análisis. El único contrapunto en la actualidad es Carlos Alcaraz y su creatividad, aunque cada vez es mayor la diferencia entre ambos sobre cemento. En realidad, cada vez es mayor la diferencia de Sinner con el resto del mundo sobre cemento. Sin problemas físicos, el italiano parece imbatible en ese terreno porque es imbatible: lleva 21 victorias consecutivas, todas desde que le ganara el propio Alcaraz en octubre en la final del Masters 1000 de Shanghai.
Un Zverev cabizbajo
Ante él, los rivales saltan a la pista ya abatidos, como le ocurrió a Zverev este domingo. Cabeza baja, mirada perdida; el ánimo por los suelos. Nunca fue el alemán un tipo sonriente, pero su pose no invitaba a pensar que ganaría por fin su primer ‘grande’. Su única posibilidad de victoria ya le advertía sufrimiento: tenía que aguantar, aguantar y aguantar. Y no estaba para tanto aguante.
En el primer set, en cuanto se torcieron las cosas, Zverev ya se desesperó en gestos hacia su equipo, hacia el cielo, hacia sí mismo. Fueron sintomáticas sus subidas a la red sin sentido. Es cierto que Sinner era imperturbable: no cedió una sola bola de break en todo el partido, con su primer saque apenas perdió nueve puntos y únicamente cometió 27 errores no forzados -por 45 del alemán-. Pero Zverev se lo podía haber imaginado antes de empezar. En ese periodo inicial, Sinner, preciso y serio como siempre, necesitó hasta seis oportunidades de rotura para adelantarse, pero en cuanto lo hizo se acabó.
Remontarle era una quimera, pero Zverev tenía que intentarlo y lo intentó. En el segundo set, mucho más concentrado que al principio, el número dos mundial soltó su derecha, empezó a hacer más daño, y amenazó con alargar la disputa. Con 5-4 y 30-0 a su favor tuvo la mejor oportunidad. Pero Sinner no movió ni una ceja, llevó el periodo al tie-break y allí incluso le sonrío la suerte. En el 4-4, una bola suya pegó en la red, quedó suspendida en el aire y cayó del otro lado convirtiéndose en una dejada perfecta. Entonces sí, ya no había mucho más que hacer.
Antes de empezar el tercer set, Zverev se peleó en el banquillo con su raquetero, golpe va, golpe viene, y ya sólo quedaba esperar a la conclusión. Para el alemán era su tercera final de Grand Slam perdida; seguramente tendrá más oportunidades, quién sabe si las aprovechará. Para el italiano, en cambio, es el inicio de una nueva era en la que puede dominar el tenis.
“No son tan bueno”
“Quiero agradecérselo a mi equipo. Hemos trabajado mucho para volver a estar aquí. Es increíble conseguir estas cosas, pero también compartirlas con vosotros. Gracias a todos por hacer posible este torneo, es mi Grand Slam más especial y espero que siga siendo así”, comentó Sinner, discreto incluso en el momento de recoger el trofeo. La euforia, contenida. La celebración tranquila.
Detrás, Zverev seguía machacándose por lo ocurrido durante el encuentro: “Te lo mereces, Jannik. Eres demasiado bueno. Es así de simple. Creo que estoy haciendo un buen trabajo, pero no soy lo suficientemente bueno, simplemente eso. Aprecio mucho todo lo que ha hecho mi equipo después de mi lesión, ser número dos del mundo, volver a dos finales de Grand Slam… No estaría aquí sin vosotros”.