Pasó año y medio de aquel día, pletórico en la Vuelta a Gran Bretaña, cuando camino de Llandudno, tierras galesas, Sergio se quedó mano a mano con Van Aert y Alaphillipe, la foto de una vida. «Acababa en un repecho duro, luego ya reventé e hice octavo o noveno en la etapa. Pero hubo un rato que estuvimos ahí los tres…», rememora con esa mirada azul líquida que impacta bajo el sol primaveral. Lo cuenta con una serenidad asombrosa sentado en su silla de ruedas, que ya maneja con soltura. Ha terminado su sesión diaria de fisioterapia y aguarda la hora de la comida. Recibe a EL MUNDO en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. «Esta es la carrera más difícil de mi vida», pronuncia.
El pasado 7 de abril, un despiste, una coche quizá mal señalizado, un cruel guiño del destino, trastocó la existencia de un chaval de 26 años cuando llegaba a casa, a Galapagar, después de uno de tantos entrenamientos. Porque Sergio Román Martín, apellidos de torero, era, es, ciclista, profesional en el Caja Rural, con el que disputó la Vuelta de 2021, con el que había competido «19 días en un mes» este 2023, con el que iba a correr la Itzulia y tantos sueños cumplidos y por cumplir. «Ahora no puedo ver el ciclismo en el que debería estar, no soy capaz, siento que aún pertenezco», relata. En aquel accidente se rompió dos vértebras y dañó su médula. Le operaron de urgencia en el Hospital 12 de Octubre tras ser llevado en helicóptero y, 16 días después, le ingresaron en Toledo, su nuevo pelotón. «Ni siento ni tengo capacidad de mover todo lo que está por debajo de la médula. Quizá en el futuro haya posibilidad de recuperar. No lo sabemos, sólo el tiempo lo dirá. Es difícil que vuelva a caminar», admite sin rastro de autocompasión.
«Era un entrenamiento rutinario, dos horas con la bici de contrarreloj. Quería hacer el campeonato de España de crono, en la zona de Madrid. Quería hacerlo bien. No es que sea especialista, pero me defiendo. Iba por una arcén normal, de dos metros, una carretera recta. Estuve 15-20 segundos acoplado, mirando hacia abajo, bien metido, concentrado, haciendo una serie. Había una furgoneta de conservación de carreteras en el arcén. No estaba muy bien señalizado. Me estampé contra ella. Directo, frontal», recuerda con crudeza. «Me desperté en el suelo. Ahí ya fue el primer momento en el que no sentía las piernas». La llamada a la madre, la intuición del drama: «Le dije: ‘Mamá, me he caído, estoy bien’. No sé ni cómo desbloqueé el móvil. Eso lo hizo mi subconsciente».
Sergio habla sin tapujos de su nueva realidad, también de lo que pudo haber sido. Todavía porta un collarín, aunque ya ha recuperado mucha estabilidad y fuerza en el tren superior. Aún lucen las marcas del sol en su brazos. En la sesión de fisioterapia, aprieta la mandíbula de esfuerzo y pregunta mucho. Es uno más en el inmenso pabellón del Hospital de Parapléjicos, donde decenas de internos son atendidos en camillas, barras, colchonetas… «Es un gran paciente, pero no podemos correr. Ahora no se trata de eso», admite Carlos Aparicio, su fisio. «Tengo unos aspectos médicos que tengo que curar antes. Estoy acostumbrado a un nivel de intensidad y de trabajo 100 veces mayor que esto. Aquí he venido y se me ha parado la vida. Siempre quiero correr más, pedir, pensar en el siguiente paso. Y me tienen que frenar. Lo hacen desde la prudencia, para que no hay ningún problema que pueda complicar las cosas a largo plazo», cuenta él: «Son como pequeños entrenamientos, mis series son ahora esto. Es lo que suelo pensar».
El largo plazo es la activación de la médula. “Es posible que en cuanto baje la inflamación haya más conexión y es más factible que pueda recuperar. Primero mover un dedo, luego un pie, luego el otro… Pero no depende de mí ni de nadie, ni de los médicos ni de la rehabilitación. Cuando tenga que pasar, pasará. Si pasa…”, advierte.
El mensaje de Bernal
«El día a día, anímicamente, en general, bien. Me considero optimista, alegre y activo. Sí que hay ratos peores. Es parte del proceso. Es una situación complicada», sigue Sergio, que se arrepiente un poco del demoledor post de Instagram que escribió hace unos días: «Esas piernas que me han dado tantas alegrías encima de la bicicleta, que he sentido arder por darlo todo en La Vuelta, no están, no se mueven, ni sienten ni frío ni calor…». «Lo escribí porque quería mostrar la realidad. Hay mucha gente que no es consciente de la situación, de lo que es una lesión así», apunta.
Lo que más le incomoda a Sergio, que recibe visitas a diario, que se emociona con los mensajes de apoyo que le llegan -destaca el de Egan Bernal, que sufrió un accidente similar, y el de Alejandro Valverde-, es que no pueda valerse por sí mismo. «Me levantan, porque yo no soy capaz. Estoy aprendiendo. Desayuno. Hago las actividades. El fisio y la terapia ocupacional, para aprender a manejarme en el día a día. Como, me vuelven a tumbar. No tengo la capacidad de elegir lo que hacer. No puedo levantarme o acostarme cuando quiera. Eso es difícil», dice.
Confiesa que ha llorado. Aunque nunca hasta este lunes lo había hecho delante de nadie. No se permite ese lujo -«mi familia lo está pasando mal, tengo que tirar de ellos, es una responsabilidad»-. Pero es mencionarle su bicicleta y Sergio sucumbe a la emoción. «La echo mucho de menos… No puedo estar enfadado con ella… Perdona, esto me va a costar. Dame un minutillo… Joder, al final la bici a mí es lo que más me gusta en la vida. No es fácil».
La bici y Sergio, desde que a los seis años sus padres le apuntaran a él y a su hermano al club de Galapagar, porque conocían al monitor. «Hicimos un buen grupo, lo pasábamos bien. Esa fue la clave», rememora.Y luego las victorias. «Me empecé a dar cuenta de que se me daba bien. Y a los 15 años ya vislumbré que podía ser profesional», cuando veía a Froome, su ídolo, ganar Tours. Y poder compartir después pelotón con él. Y con Valverde, Purito, Nairo… «He cumplido mi sueño, en eso he tenido suerte. No era fácil. Ahora, por un infortunio, un accidente, se me ha parado la vida. Es difícil que vuelva a lo de antes. Intento pensarlo poco y me centro en las cosas que puedo controlar. Porque lo que no puedo es volver atrás. Tengo que ir para delante y lo puedo hacer hundido o lo más animado posible», se sincera, en un ejercicio brutal de honestidad: «Podía haberme dado cuenta un segundo antes y haber reaccionado. O podía ser peor y estar tetrapléjico y no mover ni las manos. O haberme matado. Me ha tocado a mí y ya está. Estoy vivo, por lo menos. Podía no estarlo. Prefiero estar en una silla de ruedas que con un ramo de flores y una piedra encima».