Las zonas pintadas en la serie entre Real Madrid y Unicaja son callejones peligrosos. Hasta tres jugadores hemos visto con cortes en cejas y frente. Garuba, Sima y Perry se han llevado golpes que han teñido los televisivos planos de rojo.
La hemorragia ya había empezado cuando la renta de los locales se acercaba a los 20 puntos, pero el Madrid recuperó y llegó con el palmeo de un Garubayabuseleizado, con esa bandana medio sanitaria, medio comercial.
Y eso que Unicaja empezó a jugar el tercer partido en la zona mixta del segundo. Con Ibon Navarro clamando “sólo pido un poco respeto” tras forzar su descalificación con el partido ya decidido para el Madrid. Es uno de los entrenadores españoles más triunfadores del siglo XXI, objetivamente es así. Y los títulos dan voz. Él la usó.
Los equipos europeos que optan a triunfar manejan plantillas de 14-16 jugadores. Eso implica un ejercicio que no enseñan en los cursos de entrenadores: graduarse en recursos humanos, lo que ahora llaman el departamento de personas. El MVP desconvocado en el segundo fue Dylan Osetkowski, que parece que fichará por el Partizan porque ya no pesa la sanción por dopaje que revoloteó la Costa del Sol durante muchísimos meses. El californiano anotó 21 el domingo puntos y supuso una sutura táctica para el rival. Pasar de no estar convocado a ser el mejor cambia destinos, ya le pasó a Spanoulis contra el Barça en el quinto partido de cuartos de Euroliga con Papagiannis. En la derrota, la herida inciso contusa siempre se la lleva el técnico.
¿Tanto se puede equivocar un entrenador? No, pero se puede equivocar. Por eso cuando veo plantillas que por lesiones se reducen a 8-9 jugadores, sé que van a jugar a su máximo nivel porque el que está en el banquillo tiene menos decisiones que tomar y los jugadores menos dudas de confianza. Ahora, gestionar plantillas largas en un baloncesto físico es clave en esta época de contacto total de playoff y de temporadas largas. Ya no puedes optar a casi nada con 10 jugadores. Por mucho que acierte tu director deportivo.
Este junio algunos abonados del equipo profesional de Unicaja han mostrado billetes de curso legal y han lanzado carteras ¿vacías? a la cancha. Es irónico pues Unicaja (el Banco y la Fundación) han hecho una labor de décadas sobre la educación financiera de sus clientes. Parece que quieren referirse al trabajo de los árbitros o los comentaristas. Cuanta más musculatura, velocidad, potencia y centímetros e iguales dimensiones de la cancha se requiere una mayor necesidad de definición televisiva, telemetría, capacidad de juicio y algo de suerte. ¿Cuántos centímetros puede abrir un jugador ofensivo el brazo que no lleva la bola pero protege? Musa fue condenado por acto de violencia. ¿Si no hubiera habido sangre recurrente se hubiera señalado antideportiva?
Hace 20 años por estas fechas, el tipo que hoy pasea por la concentración española en Valencia iluminado con el aura que sólo poseen las leyendas, cargado con una repleta mochila de títulos, récords y vivencias, era un chaval descarado y saltarín de pelo rizado que iba a debutar en Atenas en sus primeros Juegos. Han transcurrido 17 torneos -sólo se ausentó del Eurobasket de 2017-, 257 partidos internacionales (el que más) y 11 medallas y ahí sigue Rudy Fernández (Palma, 1985), el capitán en el verano de su adiós, pleno de baloncesto e «ilusión», el faro de esta España que busca la supervivencia en la elite a pesar del cambio de era que representan mejor que nada las retiradas recientes. La del propio Rudy, el Chacho, Claver (ayer), Marc Gasol... Pero para cumplir la promesa que Rudy le hizo a su padre, fallecido en mayo de 2022, «estar en otros Juegos» y de paso convertirse en único (ningún jugador de baloncesto estuvo en seis), España debe sortear un desafío traidor, el de un Preolímpico ignoto en La Fonteta. Este martes (20:30 h., Teledeporte), el Líbano será el primer rival.
¿Cómo se afrontan estas vivencias, consciente de que son las últimas?
No es que pretenda vivirlas más intensamente que otras experiencias anteriores, pero sí disfrutarlas y quedarme con lo que voy a echar de menos. Piensa que casi cada verano de mi vida he estado en dinámica selección. No sólo a nivel profesional, también en categorías inferiores. La sensación de que el año que viene se acabará del todo... Eso lo tengo en la cabeza. Así que quiero disfrutar por última vez del deporte que me lo ha dado todo y del ambiente que se vive aquí, dentro y fuera de la pista. Físicamente he acabado bien la temporada. No tuve mucha tralla de minutos y eso ayuda. Y estoy con muchísimas ganas y sobre todo con ilusión por poder acabar de la mejor manera mi carrera deportiva.
Como despedida, algo que nunca vivió, un Preolímpico.
No sé si nos tenemos que acostumbrar a esto en el futuro, pero es cierto que es nuevo para todos. Incluso para mí, que llevo 20 años en la selección. Hay que afrontarlo como lo que es: tienes que ganar sí o sí todos los partidos. Teniendo poca experiencia en este tipo de competición, tenemos que ser conscientes de que en un partido te puedes ir fuera. Espero que podamos cumplir el objetivo. Vivir mi sextos Juegos sería histórico. Es lo único que me queda.
Se lo prometió a su padre.
Sí, pero no es algo que me obsesione. Entiendo que si no estamos en los Juegos es porque no tenía que surgir. Es un Preolímpico, somos una selección muy joven. Venimos de haber sido campeones de Europa y en el Mundial no fue tan bien. Es lo que tiene este tipo de equipos. No obsesiona, pero sería ilusionante vivir otros Juegos y dedicárselo a mi padre.
¿Se le vienen a la memoria muchos momentos de su carrera estos días?
Todavía no estoy en ese proceso. Aún no me ha dado tiempo a asimilar todo. El día del WiZink [la enorme ovación de la afición del Real Madrid durante su último partido, en la final contra el UCAM Murcia] fue muy bonito, algo espontáneo y empecé a encontrar sentimientos, a darle vueltas a toda la trayectoria que había tenido. Pero yo soy mucho de intentar cambiar el chip. Y ahora me centro en la selección. Cuando acabe y este de vacaciones, sin ya pensar en la pretemporada, ahí me dará el bajón, como es normal.
Rudy, en un entrenamiento de la selección.ALBERTO NEVADOFEB
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como un jugador de equipo. Uno que se desvivió por la camiseta que llevaba. Que dejó el ego a un lado para representar el escudo y el nombre que llevó delante. Es lo que me ha ayudado a ser el jugador que he sido.
Del Rudy del mate a Dwight Howard (en la final olímpica de Pekín 2008) al de estos últimos años. No se recuerda una transformación tan radical y exitosa como la suya. ¿Cómo lo hizo?
Después de todas las lesiones tuve que reconstruir mi carrera. La edad perjudica al jugador. Y con tanta exigencia, con tantísimos partidos con clubes y selecciones, te tienes que adaptar. La reconstrucción que hice después de las lesiones fue la de adaptarme a las necesidades que tenía el equipo y lo que me pedía el entrenador en cada momento de competición. La experiencia y el trabajo físico y mental me ayudaron a llevar todo eso más fluido. Y a llegar a una edad que en ningún momento podía imaginar cuando estaba pasando por el quirófano por tercera vez para operarme de la espalda (2015). Entonces me dijeron que podría estar tres o como mucho cuatro años más jugando a nivel profesional.
¿Cómo hizo para convivir tantos años con el dolor?
Mentalmente fue difícil. Dejas de ser el jugador que eras antes, no tienes la explosividad. Tienes que lidiar con dolor no sólo en la pista, también cuando te levantas cada día, cuando te vas a dormir. Eso a nivel mental lo he trabajado mucho con mi psicólogo. Y a nivel físico con los doctores. Y todo eso ha sido esencial para llegar a esta edad compitiendo.
¿De dónde surge toda esa sabiduría táctica, ese instinto de la última parte de su carrera?
Poco a poco. En tantos años de carrera profesional he ido cogiendo esa experiencia de la que te hablaba antes. Por supuesto que hay cosas innatas, pero otras son muy trabajadas y entrenadas. Tanto mi padre, al principio, cuando era muy pequeño, como después los entrenadores que he ido teniendo en mi formación me han ayudado.
Rudy Fernández, en un entrenamiento con la selección.ALBERTO NEVADOFEB
¿También su imagen con respecto a los aficionados y rivales ha ido cambiando con el tiempo?
Es que siempre he sido un jugador muy competitivo. Y he dado valor a la camiseta que he llevado. Eso me ha hecho ser por momentos odiado o no respetado por otras aficiones. Esto, el baloncesto, es una forma de divertirme, pero a nivel de profesión tengo que defender la camiseta que llevo puesta. También, por supuesto, ha habido momentos en los que me he podido equivocar, como te puedes equivocar en la vida con cualquier cosa. Pero en líneas generales he sido un jugador que compite y defiende lo suyo por encima de todo.
¿Qué le dicen sus hijos, Alan y Aura?
El mayor se va dando un poco más de cuenta de lo que es su padre. Pero la retirada es un poco porque ellos me lo están pidiendo. Quieren que este en casa. Yo soy muy niñero, me gusta estar en casa, jugar con ellos. Y eso es lo que quiero en este momento.
¿Y después qué? Se diría que hay en Rudy un gran entrenador.
No, entrenador no. Quiero estar tranquilo. Acabar y tomar las decisiones con calma. Mi prioridad ahora es la familia. Creo que he trabajado para poder decidir.
¿Se imagina el adiós con otra medalla en París?
Es muy difícil... Tenemos que pensar en el Preolímpico, que va a ser duro. Y si llegamos a París, a disfrutar. Eso es lo que le he dicho al equipo. Les he transmitido que no lo hagan por mí, que lo hagan por ellos. Porque unos Juegos son muy bonitos.
¿Le hubiera gustado ser el abanderado español?
Nunca lo he pensado. Me preocupa muy poco. Tengo tan en mente el Preolímpico que no pienso en otra cosa. No sería justo que porque yo fuera a los Juegos se cambiara al que está ahora.
Este domingo se cumplieron tres años. Ese día Ibon Navarro (Vitoria, 1978) aterrizó en el aeropuerto de Málaga para encargarse de un histórico venido a menos. Poco antes, el vitoriano había sufrido el primer despido de su carrera tras encadenar cinco derrotas seguidas con el Andorra. En la Costa del Sol amaneció parecido, perdiendo tres, y sólo iba a ser capaz de ganar tres de las 10 siguientes noches. El resto es historia: tras 17 años de sequía, crisis y desencanto, el club de Los Guindos ha levantado cuatro títulos (Copa, Champions, Intercontinental y Supercopa) en dos temporadas. Pero es mucho más: es el equipo de moda, lleno tras lleno en el Martín Carpena, ambición, continuidad y un estilo tan único que «nos reconocerían aunque jugáramos de rojo». En plena euforia, las tribunas cantan su mantra: «¡Ibon tiene un plan!». A unos días de la Copa de Gran Canaria a la que acude como primer cabeza de serie (se enfrenta el jueves en cuartos al Joventut), el entrenador se sienta con EL MUNDO para desgranar su revolución.
Ibon desprende de artilugios su conversación. Es directo y analítico, nada de misterios ni pócimas mágicas. Ha hecho mucha mili antes de que el éxito le alcanzara. Jugador frustrado, con 16 años entrenaba a un grupo de niños con los que permaneció nueve temporadas y ahora son como «mis hermanos pequeños». Pura vocación, siempre se guio por el consejo de su tío, un clásico del baloncesto de formación en Vitoria: «No tengas miedo a probar con niños lo que harías en profesionales. La valentía». Se licenció en Ciencias Químicas, especialidad de química orgánica, trabajó una temporada en Colonia y con 30 años y empleo estable la Fundación Leia la vida le puso delante uno de esos trenes a los que subirse. Las probetas iban a esperar: «les dije a mis padres que dejaba la empresa». Se fue de asistente con Rafa Sanz a Tenerife, a LEB Oro.
«Queda poco del Ibon químico, de las probetas y esas cosas. Apenas la persona que gestionaba grupos. Pero me sigo considerando alguien muy normal, no he cambiado tanto», pronuncia mientras observa a su hijo Aritz, quien ha venido a pasar unos días con él a Málaga, «es del Unicaja en Valencia (allí vive con su madre), no te digo más», ríe.
Ibon Navarro, en el Carpena, antes de la Copa del Rey.Carlos DiazMUNDO
Fue ayudante de Spahija, de Ivanovic y de Scariolo en el Baskonia, hasta que en 2014 recibió la oportunidad en el club de su ciudad. Salvó al Manresa con el luego vivió un descenso en 2017. En Murcia disputó la Final Four de la Champions y en Andorra sufrió el único despido de su carrera tras casi cuatro cursos en el Principado. Por el camino fue asistente de Puerto Rico en un Centrobasket y seleccionador sub20 con España. Mucha mili. Hace unos días renovó hasta 2027, pero sabe que en un banquillo la estabilidad «no existe»: «Hay dos tipos de entrenadores, los que les han destituido y los que les van a destituir. Hasta a Obradovic le han echado».
Pero, ¿realmente Ibon tiene un plan?
Pues no sé si existe. En cualquier caso, no es el plan de Ibon. Hablábamos de los títulos, pero hacer reconocible el juego del equipo... Eso es un legado. Y lo otro es haber generado una filosofía de trabajo. Un método que el jugador, cuando llega, enseguida percibe y entiende: se le va a cuidar y se le va a exigir. Eso es el plan. A los veteranos conseguimos que se le pueda alargar la carrera, a los jóvenes se les hace crecer, se ayuda a los que quieren estar en Euroliga y ganar más dinero... Todo eso a cambio de que nos ayudéis.
¿Todo empezó en la Copa de Badalona hace dos años?
Fue un fin de semana especial por muchas cosas. El problema de Darío Brizuela con su hijo [recién nacido, estaba ingresado en la UCI]. Todo el mundo le decía que se tenía que quedar en Málaga y él decidió ir. Se lesionaron Yankuba y Lima. Pero llegamos allí y disfrutamos mucho, un estado de flow en el que sale todo. Esa semana habíamos hecho una sesión de coaching que nos vino muy bien, nos liberó de la tensión competitiva y nos hizo ver la parte buena. Es probable que fuera el principio de todo lo que vino. Pero la gente dice que el Carpena empezó a llenarse después de esa Copa y no es verdad. Siento que la conexión con la afición ya había empezado un poco antes. Por lo que el equipo transmitía a nivel de pelea, de jugar buen baloncesto.
Después llegaron tres títulos más, el liderato histórico de la Liga Regular... ¿Siente que este Unicaja, pase lo que pase ya, será recordado?
Ese es el objetivo de cualquier deportista. No sabemos cuando esto se acabará, pero seremos recordados. En un momento complicado para el club, llegó este grupo de jugadores y lo cambió todo. Esto es algo muy bonito. Pero vamos a ver si podemos dejar algo más... Esa es la clave, el 'algo más'. También creo que el legado de verdad es haber recuperado la gente, que vuelva a no haber entradas... Antes venían a ver al rival y ahora la atracción es venir a ver al Unicaja.
Ibon Navarro, durante el último partido del Unicaja.Eliseo TrigoEFE
En todo este tiempo apenas han cambiado jugadores en su plantilla.
La parte buena de esa continuidad es evidente: los jugadores se conocen mucho, a veces simplemente con mirarse les vale, no tienes que preocuparte por la química. Lo malo es el hastío. Que parezca que siempre es lo mismo. Cuando yo entro al vestuario, a veces parezco Hommer Simpson con los platillos, sé que los jugadores no están allí porque ya saben lo que les voy a decir. Me falta llevar la nariz de payaso para llamar su atención (ríe). Es luchar contra la rutina. Pero que la gente no piense que somos el mismo equipo. Porque no somos las mismas personas. Las personas cambian y en tres años, mucho más. La clave es no encasillar a tu compañero, que no piensen 'éste en los partidos grandes quiere hacer esto, éste desconecta contra los pequeños...'.
¿Y cómo se trabaja eso?
Me fijo en sus caras, en cómo reaccionan cuando un compañero hace algo. Esas son las cosas que no aparecen en los high lights ni en las redes sociales. Lo vemos y lo hablamos con ellos. Se trata de manejar personas. Mi éxito es hacer que encajen.
Lee libros de autoayuda y recurre al coaching con sus jugadores.
Lo empecé a hacer en Andorra. Yo trabajo personalmente con uno de ellos. Vino a ayudarme con el grupo, porque estaba un poco deprimido. Nos vino bien, nos dio impulso. Son actividades para desarrollar la química de equipo, la cohesión, el conocimiento mutuo, el empatizar, el ponerte en la piel del otro. Esto es importante, no sólo con los jugadores entre sí, también que se pongan en la piel del fisio. Que la gente salga de su burbuja para entender la reacción de otros. Pero no te puedo contar más detalles, hay una alianza por la cual no puede salir nada de lo que hacemos ahí (ríe).
Ibon Navarro, en las gradas del Carpena.Carlos DiazMUNDO
Empatizar, ser buena persona. ¿Eso un entrenador lo tiene en cuenta?
Mis amigos son muy buenas personas, pero nunca podrían jugar en Unicaja. Evidentemente, seleccionamos a los jugadores por sus talentos y cualidades. Aunque tenemos mucha información, no podemos saber si son buenas o malas personas hasta que no están aquí. Intentamos casar las personalidades, que no haya dos roles que choquen. Y, por último, también es una cuestión de suerte, de que las personas encajen, hasta de que sus parejas encajen... Esto es fundamental. Las que hacen que los jugadores después de los partidos se vayan a cenar juntos son sus parejas.
Cuatro títulos, pero también algunas decepciones importantes. La Final Four en Málaga, la Copa del año pasado, las semifinales de la ACB contra el Murcia...
Lo que me ha gustado es que el equipo ha aprendido cosas de las grandes derrotas. Porque a todo eso le pusimos remedio para que no nos pasara después, por ejemplo en la final Four de Belgrado. Más que lamentarme de haber perdido, es importante sacar alguna lección. Y a veces no ocurre, simplemente no has tenido un buen día y el rival sí. Punto. Otras veces has fallado por nervios, por tensión, has dejado de hacer cosas que sueles. Es que ganar es muy difícil. Y cuando lo normalizas, el día que pierdes es algo extraordinario. Es imposible educar a la afición. Porque el deporte va de eso, de emociones, de pasión.
¿Se sienten más cerca que nunca de Madrid y Barça?
No sé si estamos cerca de romper el binomio. Pero sí que, hasta que la Euroliga no acabe, vamos a estar cerca. También Valencia, Tenerife... Luego, cuando llegan los playoffs, ya se centran en la liga, no tienen distracciones ni mentales ni físicas. Y ahí es difícil. A cinco partidos hay poco margen a la sorpresa. Tienen muchos jugadores, con mucha experiencia.