Hace hoy justo 30 años, el 20 de septiembre de 1994, un hombre altísimo, de 2,06 metros exactamente, entró en el restaurante marisquería La Barca de Salamanca, en el puerto de Barcelona, abrazó al dueño y anunció una fiesta: «Vengo a cenar con unos cuantos amigos». Era Magic Johnson, retirado dos años atrás, pero aún jugón, en todos los aspectos jugón, seguramente el más jugón de la historia. Unas horas antes, con su equipo de exhibición, el Magi
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Dejó dicho Rafa Nadal tiempo atrás que Carlos Alcaraz heredaría su tierra. Nunca fue un deseo por la simpatía hacia él, los amigos en común o la bandera propia; su afirmación nacía del tenis. "No tiene debilidades como las que tenía yo a su edad. Lo tiene todo para ser un campeón", aseguraba, pero entonces a Alcaraz aún le faltaba una virtud: aguantar el sufrimiento, disfrutar del sufrimiento, ganar pese el sufrimiento. Ya no. A los 21 años, Alcaraz levantó este domingo su primer Roland Garros, su ópera prima en París, y confirmó que volverá a por más. Es el inicio de una dinastía.
Hubo antes una celebración en el US Open y otra en Wimbledon, pero en ambas todo estaba por hacer; en cada partido había un descubrimiento, para lo bueno y para lo malo. Ahora eso ha cambiado. Alcaraz sigue siendo el tenista completo que señalaba Nadal, con una paleta repleta de recursos y una desbordante creatividad, pero además ya ha madurado. En la final ante Alexander Zverev sufrió molestias físicas en su muslo izquierdo y pese a ello remontó para imponerse por 6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2 en cuatro horas y 19 minutos de juego.
Antes del partido, en los pasillos de la Philippe Chatrier, uno de sus entrenadores, Antonio Martínez Cascales, que ya fue técnico de Juan Carlos Ferrero, recordaba las semifinales ante Jannik Sinner y concluía: "Ha aprendido a ganar sin jugar tan bien". Y más que análisis era premonición. Como ocurrió ante el italiano, Alcaraz ofreció más garra que entretenimiento, incluso hubo juegos en los que negó el espectáculo, pero se agarró a la victoria como si sólo pudiera ser suya. Es más, venció cuando peor estaba: desorientado y a un set de la derrota.
Alcaraz, atendido por los fisios, este domingo.Thibault CamusAP
En el cuarto set, superados unos minutos de desconexión mental, ya renqueante de la pierna izquierda, entendió que sólo le quedaba sobrevivir y sobrevivió. En primer lugar, exageró su concentración para apoyarse en su primer servicio y en segundo, lanzó mil bolas altas para confundir a Zverev. Funcionó. El alemán, extrañado, obligado a decidir, se impacientó, exageró sus errores y cuando quiso darse ya estaba en el quinto periodo con un break abajo. Entonces a Alcaraz ya nadie le podía arrebatar el triunfo, ya nadie le podía arrebatar su primer Roland Garros. Para cerrar el partido, de hecho, dejó un 'passing shot' de revés que aparecerá en los libros de historia del tenis. Show después de tanto sufrimiento.
Las quejas de Zverev
"¡Carlos, Carlos, Carlos, Carlos!", le premiaba entonces el público de la Philippe Chatrier que se decantó por él por los siglos. Hasta entonces, en las primeras dos horas, la afición se dividía entre los dos aspirantes: hubo cánticos para Alcaraz, pero también para el alemán, sobre todo en el tercer set, cuando remontó un 5-2 en contra con cinco juegos consecutivos. Pero al final no había dudas sobre qué campeón prefería la grada parisina.
Zverev se queja al árbitro, este domingo.Thibault CamusAP
Tampoco es que Zverev se hiciese querer. Con todos los escándalos y todas las polémicas protagonizadas previamente, en esos instantes el ahora número cuatro del mundo empezó a protestar bolas al juez de línea, el local Renaud Lichtenstein. En varias ocasiones no tenía motivos. En otros, como en un saque suyo que se cantó 'out' y le costó un break en el quinto set, no estaba tan claro. Pero tantas quejas le hicieron perder el favor del público y marcharse del encuentro. Alcaraz había sufrido, había remontado y le había maniatado. Todo se había acabado.
Una tradición española
Sin los clásicos intercambios de la tierra batida -ni el 25% de los 'rallys' pasaron de los nueve golpes- fue un partido marcado por el acierto en el saque Zverev. Cuando el alemán afinó y aceleró su servicio -llegó a sacar a 222 km/h-, Alcaraz estuvo atrapado: ocurrió en el segundo y en el tercer set. Pero cuando desfalleció, la puerta empezó a abrirse para el español.
Detrás estaba la remontada, la victoria, la Copa de los Mosqueteros y la historia. Además de superar varios récords -como el más joven en ganar un Grand Slam en tres superficies-, Alcaraz se convirtió en el décimo español en ganar en París en una tradición que se presume eterna, pese a los problemas en la base. De Santana pasó a Gimeno, luego a Sánchez Vicario y Bruguera, más tarde a Moyà, Costa y Ferrero y, al final, a Muguruza y a Nadal, a Nadal, a Nadal, a Nadal, 14 veces a Nadal. Dejó dicho él tiempo atrás que Carlos Alcaraz heredaría la tierra, su tierra. Ya lo ha hecho.
Ya declinaba la final del Masters 1000 de Roma cuando Jannik Sinner, hombre impasible, se permitió algunos gestos de desesperación: un suspiro, una mirada al cielo. No había nada que hacer. En rondas tempranas de torneos lejanos, Carlos Alcaraz a veces se ensimisma, pero con un título en juego y en coliseos como el Campo Centrale, se torna invencible. Su talento se agiganta, sus piernas se precipitan y, sobre todo, su cabeza se endurece. Cuando eso ocurre, no hay jugador en el circuito que pueda responderle, quizá no lo haya en la historia.
Este domingo ante Sinner, dominador del ranking mundial, campeón de los dos últimos Grand Slam, rival para la próxima década, volvió a demostrar que manda si quiere hacerlo. Al final, 7-6(5) y 6-1 en una hora y 43 minutos de juego. Sobre cemento, entre cañonazos, aún puede sufrir, pero en tierra batida, donde siempre gana el mejor, no quedan dudas. En esta gira ha ganado en Montecarlo y Roma y ha llegado en la final en Barcelona y en la edición de Roland Garros que empieza el próximo domingo si no es campeón sería una sorpresa.
El momento decisivo
La final ante Sinner se decidió en apenas cuatro o cinco puntos, todos en el desenlace del primer set, fueron sólo unos minutos. Hasta entonces, ambos jugadores marcaron sus fortalezas, el español con la derecha y el italiano con el revés. No se hicieron daño. El esquema de juego de Alcaraz pasaba por alargar los intercambios para molestar con bolas altas y la táctica de Sinner, mejor con su servicio, buscaba todo lo contrario. Hasta el 6-5, cada uno hizo lo suyo, a veces genial ambos, a veces erráticos. Pero entonces, Sinner ameritó dos bolas de set con n 15-40 y decantó la balanza.
Andrew MedichiniAP
El peligro era mortal. En un encuentro a cinco sets, ceder el primero no es un drama; en un partido a tres sets, hacerlo es sentencia. Alcaraz tenía que hacer lo que hizo. Al contrario que en otras ocasiones, se abrazó a la serenidad, jugó y forzó a Sinner para que repitiera ciertos errores. Entonces sólo quedaba el tie-break, donde clavó dos saques directo a la línea y cerró el periodo con una volea magistral. En ese mismo instante, convirtió el segundo set un disfrute ante rival ya rendido. El título ya era suyo.
"No he tenido altibajos"
"Estoy muy orgulloso de cómo he enfocado el partido mentalmente. Tácticamente todo ha ido bien, pero sobre todo no he tenido altibajos, me he mantenido en mi mejor nivel durante todo el partido", admitió el español al acabar el encuentro, antes de felicitar a Sinner por haber llegado a la final después de su sanción y de aceptarse como favorito para la próxima cita en París: "Ganar aquí en Roma superando a Jannik es un éxito que me da mucha confianza para Roland Garros, aunque ahora lo único que quiero es celebrar con mis amigos, mi familia y con los amigos que han venido desde España. Después descansaré y ya me podré centrar en el Grand Slam".
Con su triunfo, Alcaraz sumó su séptimo Masters 1000, el primero en Roma, pero sobre todo agigantó una estadística de aquellas que asustan a sus adversarios. A sus 22 años, ha jugado 12 finales entre 'grandes' y Masters 1000 y sólo ha perdido una. En los días decisivos, bajo los focos, se vuelve de mármol, como ocurrió este domingo.
En el agua, siempre en el agua. Támara Echegoyen (Ourense, 1984) creció sobre un barco, maduró sobre un barco, triunfó sobre un barco y, cómo no podía ser de otra manera, hoy disfrutará sobre un barco, el que llevará a la delegación española por el Sena con ella al frente. «Me encanta que la ceremonia de inauguración se haga dividiendo a los equipos en barcos, ¡imagínate! Los estadios están muy bien, pero para mí será como un sueño. Estoy disfrutando mucho de los momentos previos. Estas ceremonias cansan, son muchas horas de pie, pero se pueden vivir muy pocas en la vida», asegura a EL MUNDO.
La vela, el deporte que más medallas ha dado a España, tendrá otra abanderada, una campeona olímpica, aunque de aquello hace 12 años y la lejanía duele. Por el camino, Echegoyen ha logrado el récord que nadie querría: tanto en los Juegos de Río 2016 como en los Juegos de Tokio 2020 acabó cuarta, dos medallas de nada. En París quiere olvidar la racha.
Su padre tenía un barco en Sanxenxo, navegaba con la familia desde que era una niña. No imagino unos inicios tan idílicos.
Tengo muy buenos recuerdos de mi infancia en el mar, pero aquello tenía poco que ver con el deporte, menos aún con la competición. Te lo contaría de manera muy romántica, pero sería mentira. Mi familia sólo tenía un barco de ocio y yo quizá probé 10 deportes antes de decidirme sólo por la vela.
Cuentan que ahora es imposible sacarla del mar, que no sale ni para ir a tomarse algo.
(Risas) Totalmente. En mi vida hay muy pocos días sin mar. Incluso de vacaciones estoy en el agua. A veces necesito desconectar de la competición, pero nunca del mar. Lo único que me cuesta es convencer a mis amigos a que salgan conmigo porque siempre voy al 100%, me sale sin querer, y ellos quieren que el barco vaya tranquilito, plano, para que no se vuelquen las cervezas.
RFEV
En los Juegos Olímpicos de Londres 2012 apareció de la nada, junto a sus compañeras Ángela Pumariega y Sofía Toro, para ganar el oro en aquel barco Elliot 6m.
Es inolvidable, aquello fue una sorpresa incluso para nosotras. Nos costó clasificarnos y llegamos a los Juegos con un objetivo muy realista, conseguir un diploma. Quizá esa fue la clave. No presionarnos nos permitió disfrutar de los Juegos al máximo, centrarnos en nuestra rutina, hacer lo nuestro. Aún tenemos las tres un grupo de Whatsapp y la relación es muy, muy buena. Muchas veces sólo nos centramos en el resultado, pero el valor de lo vivido es enorme.
Fueron el 'Chiquitas Team'.
¡Eso es! En mi casa siempre me han llamado 'chiquita' y de ahí vino. Luego, como estaban empezando las redes sociales, nos pusimos ese apodo y aún hay gente que lo recuerda.
Luego vinieron dos 'casi' consecutivos. ¿Cómo los vivió?
El tiempo es necesario para asimilar que has acabado cuarta. Las dos veces me sentía igual, desolada, triste, frustrada... ¡uf! Sería injusto no llorarlo, pero luego vas dándole el valor que tiene. En tres Juegos Olímpicos he acabado con opciones de medalla. Es difícil relativizarlo, pero el deporte es así, no todo es bonito.
RFEV
¿Seguiría aquí si se hubiese colgado un bronce en Tokio?
No lo creo. Ese diploma me ha permitido llegar a París, puedo decir que soy abanderada gracias a mis derrotas. Con una medalla no hubiera seguido navegando y no estaría aquí, pero la cabezonería siempre ha sido mi tripulante. Acabar cuarta es doloroso, pero hay que apreciarlo.
Ahora que lo aprecia, ¿Se retiraría tranquila sin otra medalla olímpica, con el oro de Londres 2012?
Tendría que hacerlo, ¡Qué remedio! Pero me quedaría una espina clavada, no te lo puedo negar.
Ya ha vivido varias aventuras fuera de la vela olímpica. ¿Hasta qué punto llegó al límite en sus dos vueltas al mundo a vela en 2018 y 2023?
¡Buf! Hasta límites insospechables. Llegué a estar completamente agotada. Antes hablábamos de estar siempre en el mar y ahí sí que deseé pulsar un botón que me devolviera a tierra. Pero siempre había algo que me empujaba a seguir adelante. Unos Juegos Olímpicos tienen dificultades, tienes que navegar muy rápido, con presión, pero no llegas al límite. En la vuelta al mundo pude comprobar qué es realmente la extenuación.