La Policía Nacional ha tenido que dispersar a un grupo de aficionados radicales del Barça que provocaron algunos incidentes en el centro de Sevilla. Los seguidores azulgranas, con cánticos, material pirotécnico y bengalas, tomaron la calle Laredo, cercana a la Plaza de San Francisco y generaron un ambiente de tensión que hizo intervenir a las unidades de antidisturbios que vigilan la ciudad ante la final de Copa del Rey de esta noche en el estadio de La Cartuja.
Los incidentes no fueron a mayores, salvo por el riesgo que generó la aglomeración, pero hubo otros puntos calientes del centro de la capital donde se registraron incidentes que acabaron con un detenido, según confirmó la Subdelegación del Gobierno en Sevilla. Un aficionado del Real Madrid resultó herido, con la nariz rota, en una pelea con aficionados del Barça, que fueron amplia mayoría por las calles de la ciudad desde primera hora de la mañana.
Las camisetas azulgrana llenaron terrazas y calles, mientras que el goteo de madridistas, con un viaje más cómodo, fue constante. Se prevé que hoy en el estadio haya 30.000 aficionados en las gradas de cada equipo.
Estarán vigilados por un dispositivo de más de 2.000 personas, de ellos 1.400 de la Policía Nacional y 230 de la Policía Local, con especial atención a las fan zone y a los accesos al estadio, pero también custodiando desde primera hora en la zona monumental de la capital hispalense.
«Traed siempre el DNI de Christian, porque nos lo van a pedir». Este fue el consejo que recibieron los padres de Christian Mosquera (Alicante, 2004) cuando entró en la escuela del Hércules. Nadie se creía que con su envergadura pudiera ser alevín y cada semana sus entrenadores tenían que enfrentarse al mismo comentario: «Ese niño no cumple la edad». Apenas han pasado nueve años y su crecimiento como futbolista sigue provocando la misma pregunta: ¿Cómo puede liderar la defensa del tercer equipo menos goleado de la Liga, un chaval de 19 años?
Este Valencia de la 'Quinta del Pipo' está en el top 5 de las grandes ligas en minutos jugados por menores de 21 años. Un escaparate perfecto para que luzca un talento como el que tiene Mosquera, el defensa sub-19 con más minutos de Europa, nominado al Golden Boy y en el foco de media Premier... y del Atlético. Con contrato hasta 2026, el futuro en Mestalla lo marcará de Peter Lim.
Este chico que llegó al fútbol por casualidad. Christopher Mosquera y Loreydis Ibargüen dejaron Colombia hace 23 años y, tras un breve paso por la lluviosa Vilagarcía de Arousa, decidieron instalarse en Alicante, donde acabaron trabajando como conserje y cocinera de un colegio en San Vicente del Raspeig.
A Christian, un niño alto y muy espigado, le llamaba más la canasta de baloncesto hasta que un día su tío James se lo llevó a jugar al San Blas Cañavate, un equipo de fútbol sala de su barrio. De allí pasó al Carolinas y el Hércules no perdió la ocasión de ficharlo, aunque se cuestionara su edad en cada partido. Era una joya que pronto vio el Valencia.
Con 12 años, aquel niño tímido al que no le gustaba dormir fuera de casa, tenía que dejar a su familia y vivir en la residencia de Paterna. Dos meses tardaron sus padres en proponérselo. Pero ni un minuto él en decir que sí.
El pulido de Mosquera pasó por trabajar su coordinación y su elasticidad, pero el chico mostraba una predisposición y una humildad impropia. El detalle lo cuenta Javier Lafora, ex seleccionador valenciano sub-16, que lo dejó sin jugar los primeros partidos del Campeonato Nacional de Selecciones Autonómicas en diciembre de 2019 porque no podía alinear a tres del mismo club. «Y eso que era el capitán. Lo entendió y fue uno más animando desde el banquillo», recuerda. En ese momento, Mosquera, internacional en todas las inferiores con España, se estaba perfilando como central viendo desde el juvenil cada día a Ezequiel Garay y siguiendo de cerca a Varane. «Siempre me he fijado mucho en él», ha confesado.
Lejos de una familia sensata y protectora, que acudía cada fin de semana a verle jugar, a Mosquera le curtió la pandemia, que vivió en la residencia de Paterna y lesionado en el pubis tres meses. La recuperación tuvo como premio el debut en el filial y, a los tres meses, en el primer equipo con Bordalás ante el Atlético Baleares en la Copa del Rey de 2022, aquella que el joven central vio en la grada de La Cartuja cómo se la llevaba el Betis en los penaltis.
«Se veía que tenía mucho nivel, pero sobre todo es que era una esponja, siempre atento», recordaban el técnico. De esa dinámica ya nunca se bajó, pero la explosión llegó con Baraja, que le tiene absoluta fe.
Los Juegos de París y la saga
Ni sus errores le han penalizado para mantenerse en la titularidad y seguir asombrado con su madurez fuera del campo -donde estudia Ciencias de la Actividad Física y trata de sacarse el carnet-, y dentro, cuando confiesa que le encanta «defender a campo abierto y los duelos uno contra uno» y espera que le llegue la única reto que le falta: el gol de cabeza. Y es que el otro ya lo ha logrado.
Las puertas de la selección se le han abierto. Primero la Sub-21 y el sueño de los Juegos de París, donde le encantaría encontrarse con Mbappé o Messi. Colombia le ha tentado, pero no quiere anticipar ninguna decisión. Sus colores ahora son los de España.
No es el único Mosquera que asombra. Su hermano Yulian, de 13 años, es un clon, en el físico y en el campo. Ambos jugaron juntos en la Liga Promises, cuando el pequeño tuvo que elegir jugar con un ídolo y escogió a su hermano mayor. Una historia que, quién sabe, podría acabar como la de los hermanos Williams.
La Eurocopa ha enganchado a una Generación Z que parecía desengañada con el fútbol. Las audiencias reflejan que, en todo el continente, el público joven se está pegando a la televisión durante el torneo. Las cifras globales indican que ha habido un incremento de un 10% en la cuota de pantalla de los partidos con respecto a la edición de 2020 entre los jóvenes de 18 a 24 años. En el caso de España, la emisión en abierto y, sobre todo, la irrupción de jugadores como Lamine Yamal y Nico Williams, con los que esta generación se identifica plenamente, han sido claves.
Si hace dos años un estudio de la European Club Associations (ECA) arrojaba que dos de cada cinco jóvenes entre 16 y 24 años no tenían interés por ver un partido de fútbol en televisión, el pasado viernes, los cuartos entre España y Alemania batieron récords. Ante la pantalla de La1, con la narración de Juan Carlos Rivero, se congregaron 11,7 millones de espectadores, con una audiencia media del 67,9%, que se disparó durante la prórroga hasta el 71,8%. Se trata de la mayor cuota de toda la década. Fue lo más visto en todas las comunidades autónomas, con especial seguimiento en Murcia (78), Castilla y León (78), Madrid (77,1) y Baleares (74).
De estos espectadores, ocho de cada 10 (82,3%) se encuadraban en la franja de edad entre los 13 y los 24 años. España ha sentado ante el televisor a quienes no tenían especial interés por el fútbol. La magnitud de estas cifras se puede comparar con un evento de gran interés para las generaciones más jóvenes, como es Eurovisión. La edición de 2024, también emitida en La1, fue vista por 4,8 millones de espectadores y una cuota media de pantalla del 41,8%, que se elevó hasta el 52,1% en las votaciones. Pero en la franja de edad entre los 13 y los 24 años fue del 66,3%, muy lejos de los datos registrados por la selección.
«Hablan su lenguaje»
Aunque no hay datos de seguimiento auditados por las empresas de medición de audiencias, la King's League es otro de los fenómenos que, a través de redes sociales, tuvo un pico de seguimiento de dos millones de espectadores, cifras superadas en la Eurocopa.
¿Por qué este giro en las preferencias de consumo audiovisual durante este campeonato? Al fútbol le faltaba atractivo para las generaciones más jóvenes, acostumbradas a mayores impactos. En un campeonato de Liga, hay pocas sorpresas y apenas un puñado de aspirantes a los títulos. Eso, en el lenguaje juvenil, se traduce en poca emoción, más allá de cuál sea el formato de la competición y si la emisión es en abierto o en cerrado.
Sin embargo, en un torneo como la Eurocopa hay emoción y aparecen otras variantes, que en España tienen nombre y apellido: Nico Williams y Lamine Yamal. «Que los más jóvenes puedan seguirles e interactuar con ellos es un factor de proximidad e identificación fundamental. Hablan su lenguaje», advierte Àlvar Peris, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universitat de València.
«Repunte de la identificación»
Sólo hay un futbolista en España ajeno a todas las redes sociales, Rodri, pero es una rara avis en un mundo donde exhiben su trabajo -y sus patrocinadores- y en muchos casos sus vidas. En el caso de Williams y Yamal, lo hacen con una naturalidad que atrapa a su generación. La complicidad que han desarrollado, sus juegos infantiles en el campo, sus bailes en TikTok y hasta la forma que se expresan -del bro al padreo- atraen a sus iguales, que se sientan ante la tele a verles jugar con descaro, pero también con la expectativa de las reacciones que tendrán, que rápidamente se viralizan. «Sin duda podremos analizar con mayor precisión las razones de este atractivo en los próximos meses», apunta el experto.
Lamine Yamal y Nico Williams festejan el pase a semifinales.EFE
Peris menciona otro factor: «Hay un repunte de la identificación de los más jóvenes con España y la identidad española que puede reflejarse también en el seguimiento de los partidos de la selección», asegura. El «Yo soy español» hace que se pongan ante la pantalla quienes habitualmente ya no se han criado en la fan culture, porque los clubes de LaLiga llevan años olvidándose de crear afición entre los más jóvenes, convirtiendo a los aficionados sólo en clientes.
A la selección ese fenómeno aún no ha llegado y la fidelización, al menos en los grandes campeonatos, aparece de manera espontánea, aunque luego se diluya. Así viene ocurriendo históricamente. La etapa entre 2008 y 2012, con el triunfo en dos Eurocopas y el Mundial de Sudáfrica, provocó una exhibición de la bandera nacional hasta ese momento sin precedentes. Los chicos de De la Fuente pueden volver a conseguirlo sumando a la generación que parecía perdida para el fútbol.