Decía José Luis Garci a sus Cowboys de Medianoche que es muy difícil captar en el cine la verdadera emoción del deporte. Estamos de acuerdo. Películas de baloncesto, por ejemplo, hay muchas, pero la única que nos sigue mereciendo la pena es Hossiers, más que ídolos, con Gene Hackman bordando el papel de triunfador improbable, y ese precioso comienzo musical de su llegada al pueblo perdido en Indiana, donde nadie lo espera como entrenador del equipo del colegio.
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En la película de Chus Mateo, los títulos de crédito iniciales podrían desplegarse tras una llamada de teléfono a deshora (“Pablo Laso ya es historia”), con el entrenador por accidente cruzando una ciudad semivacía de agosto hasta las instalaciones de Valdebebas, y esperando un buen rato en el pabellón sin nadie con quien despachar.
Lo más complicado es un buen casting. Hay que bordar el descreimiento y la ausencia de impostura de este Mateo. “El baloncesto es así, no lo he inventado yo”. El personaje de Tavares, solo lo puede interpretar él. Jugadores tan dominantes no tienen imitación posible.
Para interpretar a Llull no habría tanto problema. Desde que el baloncesto es popular, en las canastas de los parques encuentras miles de iluminados repitiéndose la cuenta atrás para el último tiro ganador, y pensando que la meten siempre, porque ellos son los elegidos.
El casting del ‘guapo’ Hezonja tiene su aquel. Hay que sacar lo mejor de un cerebro complejo en un físico imponente. Para los perfiles de Rudy, de Fabien Causeur, se necesitan actores capaces de traspasar un partido con la mirada. Finalmente, alguien tendrá que bordar a Sergio Rodríguez. Y aquí, y que me perdone el lector, es donde pienso competir por el puesto. Desde esta mañana ya he dejado de afeitarme, me he despedido de mi hijo con acento canario, y en el coche, camino del trabajo, he repasado de nuevo como ser el base soñado durante un mes.
La escena central del drama, es evidente que habría que situarla alrededor de la pelea contra el Partizan, con el personaje de Mateo superado por los acontecimientos; “…ojalá que podamos entender el cómo, y que podamos volver a Madrid a jugar el quinto partido… seguro que no va a ser fácil, pero tampoco es imposible”.
(Tal vez el canón de Pachelbel funcionase aquí como música de fondo, con imágenes del Madrid de Laso, de Lolo Sainz, de Pedro Ferrándiz… dando a entender lo que todos estábamos pensando; en unos meses el proyecto tendría que volver a empezar).
En la parte de Belgrado, el director tendría que subirnos las pulsaciones con escenas muy rompedoras, con mucho lenguaje bélico de vestuario en boca de los protagonistas, pero evitando, a ser posible, lo del “jamás subestimes el corazón de un campeón”. Hay que pensar en el público de la Vieja Europa, en el que sigue celebrando el Día de los difuntos y se niega hoy y siempre a disfrazar a sus hijos en Halloween.
Por último, y tras la estética canasta final de Sergio Llull rodada desde varios ángulos, con el director de imagen intercalando imágenes de la defensa en zona 2-3 (nacida de la cabeza de un profesional en apuros, y que ya forma parte de los mejores momentos de la historia de esta competición), la película debería cerrar con la última respuesta al periodista; “¿Te imaginas, Chus, que el balón de Llull no acaba dentro?” “Pues hombre, está claro que yo hubiera sido el mismo… y también que los demás ahora mismo me verían de forma un poco diferente”.