«Estoy feliz por mi victoria, pero no puedo estar feliz del todo. La situación del mundo no me lo permite. Me siento como…», y Ons Jabeur rompió a llorar. Ocurrió en las WTA Finals de 2023, apenas unos días después del inicio del actual conflicto bélico en Gaza, cuando la tunecina anunció que donaba sus premios «a los palestinos». En aquel momento Jabeur era la sexta del ranking WTA y venía de ser finalista en Wimbledon; justo después pasó medio año sin encadenar dos victorias hasta caer a su actual puesto 39 de la lista mundial. La madrugada de este martes debuta en el Open de Australia ante la ucraniana Anhelina Kalínina en busca de recuperar su tenis y de superar una crisis de juego que parece insuperable. ¿Por qué? Porque la guerra continúa.
«Lo que está pasando en el mundo me ha afectado más de lo que esperaba. Intento mantenerme alejada de los medios porque cada vez que veo un vídeo es horrible, es horrible», confesaba ya en Melbourne en una entrevista a The Guardian donde añadía: «Estoy tratando de separar las cosas, aunque es muy difícil hacerlo. ¿Qué sentido tiene jugar al tenis si muere gente inocente en Gaza y en Ucrania?».
El ascenso hasta el estrellato
Jabeur ganó Roland Garros junior en 2011 y entró en el Top 100 de la WTA en 2017, pero se presentó ante el gran público en 2022 con una racha asombrosa. Con un juego heterodoxo, creativo, distinto, ganó el Mutua Madrid Open y llegó a las finales de Roma, Wimbledon y US Open. Era la primera africana que conseguía semejantes logros, por lo que de inmediato se convirtió en una ídolo para muchos. En aquellos meses, más con el adiós de Serena Williams, Jabeur era la tenista más reclamada, tanto para los medios de comunicación como para los aficionados, que la paraban para hacerse selfies y más selfies a la salida de cada entrenamiento.
Empujada al tenis por su madre, Ridha, que veía en el deporte la mejor manera de progresar, en sus inicios le faltó financiación para sus entrenamientos y viajes, pero en los últimos años varias empresas de países musulmanes, como Qatar Airways o la saudí Kayanee, se han volcado en su carrera. Hoy sigue siendo una referente, recientemente nombrada embajadora del Programa Mundial de Alimentos (PMA), pero los resultados son muy distintos.
Un plan perfecto roto
«Trato de recordarme por qué empecé a jugar al tenis. La cancha debería ser mi lugar feliz y, si no es así, entonces probablemente algo va realmente mal», aseguraba estos días Jabeur que aceptaba que ha habido otros problemas más allá de los bombardeos en Gaza. El año pasado sufrió molestias en la rodilla y en el hombro, pero no quiso parar y eso acabó traduciéndose en derrotas. Además, la desdicha en la final de Wimbledon de 2023 era y sigue siendo una losa.
Después de su eclosión en 2022, la tunecina planteó aquel encuentro por el título ante la checa Marketa Vondrousova en la pista central del All England Club como la cima de su carrera y aquello no acabó bien. Jabeur llegó a declarar que si ganaba se retiraría durante una temporada para ser madre, confesó que ya lo había hablado con su pareja, el ex esgrimista tunecino Karim Kamoun, y la derrota por 6-4 y 6-4 rompió todos sus planes.
«Fue muy difícil porque conecté el partido con ser madre y construir una familia. Ese planteamiento añadió un extra de tristeza a la derrota», admitió meses después, cuando aseguró que seguiría jugando sin parones hasta ganar un Grand Slam. Luego llegaría el conflicto en Gaza y una ráfaga imparable de derrotas. «¿Cómo podemos vivir en un mundo así? ¿Qué está pasando? Para mí, nada tiene sentido. Todo es realmente horrible», proclamaba.