Pese a la épica final, un triple fallado sobre la bocina tras remontar 15 puntos en poco más de seis minutos, el ardor guerrero de plantar cara al mejor equipo de la temporada, y un Palacio aplaudiendo en pie a los que se dejaron la piel, el Real Madrid, finalista hace un año, campeón hace dos, no estará en la novedosa Final Four de Abu Dhabi. Y eso no deja de ser (mala) noticia en un club que nunca rebaja objetivos, menos en Europa, su razón de ser.
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La rebelión, el amor propio y la sensación de decir adiós en el mejor momento de la temporada (17 victorias seguidas en ACB…), evitan el siempre temido calificativo de fracaso, pero el Madrid, tan acostumbrado a la abundancia, sigue sin saber lo que es levantar un título esta temporada: perdió las finales de Supercopa y la Copa (ambas contra Unicaja) y ni siquiera podrá pelear por una Euroliga que ya no pintaba bien desde el mismísimo amanecer.
El subcampeón tardó dos meses en ganar su primer partido a domicilio en Europa. Lo fue a lograr en el Palau Blaugrana, ante un Barça que tampoco estaba para muchas verbenas, y después de dos prórrogas. Desde esos primeros vaivenes, algunas derrotas tan duras, sorprendentes y ajustadas como ante el Asvel y el Maccabi (el propio Chus Mateo las subrayaba el jueves en rueda de prensa), el entrenador blanco, en su tercera temporada al frente del equipo tras sustituir (no sin polémica) a Pablo Laso, mandó un mensaje tan claro como sorprendente tratándose del Real Madrid: “Este año hay que tener paciencia”.
Se refería Mateo a los cambios profundos sufridos en su plantilla. Que no eran mejores sino mermas. Asumía que la plantilla era más floja. Había perdido a Gerschon Yabusele a última hora (tras su exhibición en los Juegos Olímpicos, rumbo a la NBA), a Vincent Poirier mucho antes (la oferta del Efes no fue igualada), se habían retirado Rudy Fernández y Sergio Rodríguez y también partieron Causeur y Alocén. A cambio, recibió dos tipos sin experiencia en Euroliga (Rathan Mayes y Andrés Feliz, con desarrollo tan desigual, uno que ni cuenta y el otro titular en el cuarto partido ante Olympiacos), la vuelta de Usman Garuba, a Serge Ibaka con su experiencia y también con sus años más plenos atrás. No parecía la mejor planificación, demasiado esfuerzo económico en las renovaciones de Tavares y Hezonja. Y, después, como asumiendo los errores, llegaron el fallido Dennis Smith y un Bruno Fernando lejos aún del primer nivel exigido. Síntomas claros de falta de ambición.
“Cuando hay tantos cambios…”
El Madrid no murió ante Olympiacos, realmente, lo hizo mucho antes. El propio Chus Mateo lo reconocía. “Tardamos en encontrar el funcionamiento. Cuando hay tantos cambios… El 50% con respecto al año pasado. El inicio nos ha marcado la posibilidad de poder pelear. Estamos jugando finales desde hace un buen tiempo, incluido un play in que ha añadido dos partidos más, por no ser capaces de ser quintos. Ese inicio y algún partido como ante Asvel o Maccabi. Me acuerdo mucho de ellos. Hubiéramos evitado a uno de los mejores de Europa. Un equipazo”, pronunciaba.
El técnico estuvo a punto de salir en diciembre, en plena crisis de resultados. Le salvó la Navidad, la falta de un sustituto claro y la reacción. Ahora, líder claro de la ACB en la que tendrá factor cancha en todas las eliminatorias, el título de Liga parece también el resquicio para que no haya una revolución en el banquillo. “Tenemos que ser exigentes con nuestra temporada, que nadie nos tenga que convencer de que está bien quedar octavos. Estamos para más. Que sea motivación para la próxima temporada de Euroliga. Y ya que estamos, en dos meses termina la Liga y es un objetivo para nosotros terminar el año bien”, analizo todavía en caliente Facundo Campazzo.
Pero, aunque parezca lanzado en la competición doméstica, tampoco le resultará sencillo al Madrid. Ahí está el amor propio del Barça, el ambicioso Unicaja, el potente Valencia y el siempre incómodo Tenerife. Y la presión.