El ruedo ibérico
Opinión
Se puede morir matando y se puede perder ganando. La marcha está condenada a una desaparición más o menos próxima, más o menos rápida, más o menos completa, más o menos definitiva. Pero, entretanto, España le está sacando el máximo jugo posible. Cuatro pruebas, cuatro oros. No se puede protestar con más vehemencia, denunciar con más razones, sucumbir con más grandeza. Asomarse al medallero en la mañana del jueves 24 era constatar que España había recuperado el segundo lugar, que había cedido el miércoles en favor de Inglaterra. La sesión de tarde revestía de pronto el atractivo de saber si, resuelta ya la sexta jornada del Campeonato, a tres de la clausura, nuestro país mantenía tan privilegiado y sorprendente puesto en el podio entre naciones.
Así era después de disputarse un salto de longitud en el que Miltiadis Tentoglou y Wayne Pinnock se enfrascaron en un duelo en los ocho metros y medio, y resolvió el griego en un último brinco de 8,52 por los 8,50 del jamaicano. Y así continuó tras el lanzamiento femenino de martillo, dominado por la canadiense Camryn Rogers con 77,22. Ningún país, excepto, claro, Estados Unidos, seguía teniendo más oros, la unidad de medida en el medallero, que España, feliz en su quimera dorada. Un oro vale por todas las platas y todos los bronces juntos, sumen lo que sumen.
La privilegiada posición española se mantuvo cuando, en los 100 metros vallas, probablemente la prueba de mayor nivel previo del Campeonato, y respetado en los nombres de la final, el título fue para la jamaicana Danielle Williams, aunque su marca (12.43) se quedase corta para las expectativas. Llegaron entonces los 400 metros masculinos. Jamaica se nos aproximó sin rozarnos con la victoria de Antonio Watson (44.22). Cuando Femke Bol (Países Bajos) se dio un paseo en los 400 vallas con 51.70, España remató la jornada permaneciendo segunda en el medallero. Ver para creer. Creer para disfrutar. Larga vida -es un decir- para la marcha.