Después de las tres primeras jugadas de una partida de ajedrez (tres movimientos blancos y tres negros), hay unos 60 millones de posiciones posibles. Un movimiento más y ya hablamos de miles de millones de opciones. Como se ha repetido tanto, el número final supera al de átomos del Universo; no intenten calcularlo en casa. Lo importante es que en esa jungla inabarcable para la memoria humana e incluso para los discos duros de las máquinas, los ajedrecistas intentan orientarse aprendiendo unas pocas rutas exploradas, las llamadas aperturas. A menudo llegan muy lejos, más allá de la jugada 20, pero por cada camino que conoce un gran maestro hay un millón de veredas por descubrir.
En el mejor de los casos, tarde o temprano el jugador está solo ante al tablero, sin ayudantes ni inteligencia artificial en la que apoyarse. En esos instantes en los que se asoma a lo desconocido, el ajedrecista debe fiarlo todo a su instinto y a sus conocimientos, calcular lo mejor posible y elegir una jugada, todo ello en un tiempo limitado. En Singapur, un chico de 18 años y un veterano de 32, con el ánimo por recuperar, viven cada día ese drama con un título mundial en juego.
Ding Liren superó al muchacho en la primera partida, pese a que se vio ante ese abismo de lo ignoto, abrumado además por la escasez de tiempo. En la segunda hicieron tablas, sin tantos riesgos. En la tercera, Gukesh volvió a plantear problemas casi irresolubles en los minutos que dura una partida de ajedrez.
El indio confesó después que había preparado hasta la jugada 13, sin duda más que su rival. Su cerebro, más tierno y esponjoso, parece más capaz de memorizar esas cosas, pero sobre todo parece mucho más duro, aunque Ding volvió a dar muestras de la genialidad que lo llevó a ganar el Campeonato del Mundo.
Pese a caer en el primer asalto, Gukesh Dummaraju no ha pedido la confianza en sí mismo. Amante del yoga y la meditación, desveló que después de su inicial y sorprendente derrota su ayudante le dijo unas palabras mágicas con las que recuperó la confianza, que probablemente sea una de las mayores cualidades de este joven impasible.
Gukesh sabe que el primer día hizo algunas cosas mal, pero está satisfecho con su juego en general y orgulloso de lo conseguido este miércoles. “Estaba contento con mi juego los dos primeros días y hoy ha sido incluso mejor. Me siento bien en el tablero y simplemente he conseguido superar a mi rival, lo que siempre es agradable”, declaró en la rueda de prensa posterior. Tampoco se sintió dolido por las críticas de Magnus Carlsen, número uno: “Perdí una mala partida, pero estaba bien… Siempre supe que cuando me asentara recuperaría el ritmo”, respondió.
Ding Liren, temeroso
El marcador está ahora empatado a un punto y medio, después de tres días de juego y en vísperas de la primera jornada de descanso. A Ding Liren le preguntaron cómo encajará su primera derrota y respondió que el resultado quizá le influya en sus emociones “el resto del día”. Si el problema no se extiende más allá del jueves, todo irá bien. La clave será comprobar si es capaz de seguir al mismo nivel. En esos bosques ignotos a los que lo lleva su enemigo, está demostrando una capacidad increíble para tomar las mejores decisiones, pero consume demasiados minutos en cada encrucijada.
En la tercera partida, volvió a consumir océanos de tiempo en fases demasiado tempranas. Ding aún no confía lo suficiente en sus posibilidades y a veces se queda como paralizado. De hecho, perdió la partida por tiempo. No fue capaz de hacer 40 jugadas en las dos horas asignadas. Cuando llegan a esa frontera, los jugadores reciben una pequeña inyección de media hora, pero ganarse la prórroga requiere haber hecho esos 40 movimientos en plazo. En realidad, el gran maestro chino ya estaba perdido cuando su reloj se agotó, pero no puede seguir gastando 20 o 30 minutos en algunas jugadas.
Cuando le quedaban unos pocos minutos, los comentaristas alertaban en varios idiomas del drama que se avecinaba. Ding Liren parecía congelado. Los políticos y nosotros mismos podemos aplazar las decisiones más difíciles e incluso inhibirnos del todo y asumir (o no) las consecuencias, pero en el tablero hay que elegir, aunque sea mal. No es posible pasar y ceder el turno. Gukesh explotó ese factor con la sabiduría de un viejo zorro y siguió planteando problemas a Liren, quien deberá mejorar esa faceta si quiere mantener la emoción del duelo.
Quizá tenga algo más que mejorar. En la crónica anterior alabábamos el desapego del ajedrecista chino por el dinero, pero su juego ha pecado hoy de materialista. Primero envió a uno de sus alfiles a una misión de caza que resultó ser una emboscada. Logró un rescate milagroso, pero luego lanzó su torre a por otro peón y esta aventura ya fue excesiva. Le costó la vida a su alfil y a la postre la partida. En el intercambio, logró dos peones y el sueño de poder resistir, pero Gukesh demostró ahí que, pese a su juventud, sería (¿será?) un dignísimo campeón del mundo.