EL RUEDO IBÉRICO
Opinión
El pasado sábado se clausuró el XIX Campeonato del Mundo de Pelota Vasca, celebrado en siete frontones de cuatro localidades vascofrancesas (Biarritz, Baiona, Bidart y Hazparne) y con la presencia de pelotaris, hombres y mujeres, de 34 países. El evento ha coincidido con la tramitación en el Congreso de los Diputados de la nueva Ley del Deporte, que, en virtud, por decir algo, de una enmienda acordada a última hora entre el PSOE y el PNV, con el entusiasta apoyo de EH Bildu, otorga a las selecciones vascas “con arraigo histórico y social” la posibilidad de participar en competiciones internacionales. Teóricamente, una selección vasca podría enfrentarse a la española.
El asunto, una vieja reclamación del soberanismo euskaldún (y catalán, claro), no tiene visos de prosperar. Y no precisamente por falta de ganas del Consejo Superior de Deportes (¿de quién depende el Consejo? Pues eso), sino de las federaciones internacionales, cuyos estatutos impiden que dos federaciones distintas representen a deportistas de un mismo país. Y ese mismo y único país reconocido por la ONU como realidad geopolítica y sujeto de derecho internacional es España. Pues eso.
El fatuo Sánchez atiza un fuego fatuo que ni calienta ni alumbra y que se une, al igual que el acercamiento de los presos, a una serie de concesiones de todo tipo al nacionalismo vasco. Y es que, sólo con seis escaños, el PNV manda mucho más que Podemos en la política española. Tiene el interruptor de la corriente alterna de la gobernabilidad y altera en un sentido u otro sus equilibrios. Traicionó a Rajoy después de haberle prometido su apoyo y propició el triunfo de la moción de censura que instaló a Sánchez en la Moncloa.
Los de Podemos y similares le ladran al presidente, pero no le muerden en la mano que les alimenta. Discrepan, pero no rompen. Amagan, pero no dan. Baladronadas. Nunca le retirarán su sostén, porque con nadie van a estar mejor. El PNV, bisagra y balanza, alquila su revólver al mejor postor. El voto del PNV se subasta. Su portavoz es quien de modo más mesurado profiere las amenazas más creíbles. Es al relajado pero insaciable Aitor Esteban a quien Sánchez escucha con más atención y miedo desde su sillón. Es el civilizado pero implacable Aitor Esteban quien de verdad le anima o le deprime. Aitor Esteban Bravo no es una extravagancia en vaqueros y con mochila. Un incendiario en camiseta o con los faldones de la camisa flotando, arrugados, en el extrarradio de los pantalones en el aire solemne del hemiciclo. Preserva el decoro indumentario exigible al escenario desde el que se pronuncia. Refuerza el tono con las formas. Y Sánchez le respeta porque le teme. A sus otros socios, ni una cosa ni otra. Les utiliza.
Esto de las selecciones vascas es un brindis con chacolí al sol cantábrico. Un gesto simbólico que, como todos, tiene la pólvora mojada. Pero al que, también como todos, lo puede cargar Dios o el Diablo. Lo del “arraigo histórico y social”, referido de momento a la pelota y el surf, un globo sonda, vale para un roto y un descosido. Para el fútbol, por ejemplo, de innegable tradición y raigambre en las Vascongadas. Pero, al menos por ahora, la rojigualda gana por goleada a la ikurriña.