A simple vista ya se advierten algunos cambios. Desde que empezó el Open de Australia, Carlos Alcaraz saca algo más suelto, su movimiento es ligeramente distinto, parece que lo hace más fácil. Pero el análisis mecánico descubre una infinidad de variaciones. Muchos tenistas nunca cambian la mecánica del servicio que aprendieron de niños o sólo lo hacen por obligación, por culpa de problemas físicos, como hizo Rafa Nadal en el tramo final de su car
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Hubo más nervios semanas atrás en Roland Garros cuando casi le toca debutar contra Rafa Nadal, pero Carlos Alcaraz igualmente tenía motivos para la inquietud ante el sorteo de Wimbledon. Después de caer al número tres del ranking mundial le esperaban Jannik Sinner o Novak Djokovic en semifinales y, más allá de ellos, en las primeras rondas amenazaban un puñado de especialistas en el golpeo que tanto luce sobre hierba. Al final, este viernes, en el larguísimo acto celebrado en el All England Club hubo un poco de todo para el español.
En el camino para revalidar su título en Londres, Alcaraz divisa a lo lejos un enfrentamiento con Sinner, posiblemente el peor posible, más teniendo en cuenta el estado físico de Djokovic, pero hasta entonces sólo se advierte un obstáculo de auténtica altura. En la primera semana, el ya campeón de tres Grand Slam se medirá a adversarios que a priori puede derrotar sin exigirse al máximo y eso es una bendición. Después de su temprana eliminación en Queen's tendrá en un principio un camino llano para ir cogiendo ritmo.
Su debut será el próximo lunes a las 14.00 horas ante el estonio Mark Lajal. De 21 años como él, número 262 del ranking mundial y procedente de la previa, Lajal apenas ha disputado cinco partidos en el circuito ATP con dos victorias -una de ellas ante Jaume Munar- y tres derrotas. Debutará en Wimbledon y, de hecho, debutará en hierba por lo que no debería ser adversario para el vigente campeón en Londres. En segunda ronda, un posible enfrentamiento ante el australiano Aleksandar Vukic sería algo más duro, no en vano está en semifinales del ATP 250 de Eastbourne, y más tarde, le esperan el estadounidense Frances Tiafoe -o el italiano Matteo Arnaldi, sensación en París- y el francés Ugo Humbert.
Ambos supondrían un desafío, pero ninguno como su hipotético rival en cuartos de final. Más allá de Casper Ruud, el favorito por ranking, en ese escalón Alcaraz podría medirse con el estadounidense Tommy Paul, reciente campeón en Queen's, un jugador peligroso. También finalista en el ATP 250 de Eastbourne el año pasado, su tenis se adapta muy bien a la hierba y, en caso de encontrarse, reclamará al español su mejor versión. Luego, entonces sí, vendrían Sinner en semifinales y Djokovic en la final para un segundo éxito consecutivo que sería histórico.
Novak Djokovic ha visto como todos sus coetáneos se retiraban, ha asistido a sus despedidas, les ha aplaudido e incluso les ha añorado, pero lo que nunca hará es seguir sus pasos. Rafa Nadal, Roger Federer, Andy Murray o Juan Martín del Potro tendrán que esperar eternamente para poder jugar con él un partidillo de leyendas. A sus 38 años, después de ganar 24 Grand Slam, Djokovic todavía es capaz de coger al actual número tres del tenis mundial, Alexander Zverev, zarandearlo, marearlo, desorientarlo, desesperarlo y al final de ese viaje, por supuesto, eliminarlo.
Después de vencer este miércoles por 4-6, 6-3, 6-2 y 6-4, el serbio volverá a jugar las semifinales de Roland Garros y lo hará ante Jannik Sinner, un número uno que tenía seis añitos cuando levantó su primer título grande. La longevidad de Djokovic sólo se entiende por la unión de su compromiso consigo mismo, un físico elástico y una mentalidad rígida.
Porque el tenista más laureado de todos los tiempos tenía que perder el partido ante Zverev y no lo hizo. Como tantas, tantísimas otras veces en su carrera, Djokovic se entendió en desventaja y buscó la manera de sobreponerse. En los primeros puntos, el alemán volaba, dominaba con su derecha, ni se inmutaba con su saque, todo estaba a su favor. Pero si tiene que cambiar, Djokovic cambia. Lo lleva haciendo toda la vida.
THIBAUD MORITZAFP
De repente, a mediados del segundo set, el serbio se convirtió en un especialista en las dejadas como nunca se había visto otro. Para cortar el ritmo a su adversario, ‘Nole’ insistió con ese golpe de revés, una vez, y otra vez, y otra vez. Y le funcionó. Hasta 35 veces lo hizo, casi siempre con éxito. Al principio, Zverev ni se inmutaba, confiado en seguir imponiendo su juego en el fondo. Pero más tarde se fue frustrando en la red hasta desfallecer. Después de un break en contra en el tercer set, el alemán lanzó un quejido a su equipo que sonó a derrota. En el cuarto set lo siguió intentando, hubo un intercambio delicioso de 41 golpes, pero Djokovic ya tenía un pie por delante.
Adiós al fantasma de la retirada
El 24 veces campeón llegó a París con la opción abierta de que este fuera su último Roland Garros y pase lo que pase ante Sinner se marchará con la idea de que puede ganar otro Grand Slam, especialmente otro Wimbledon. Su gira de tierra batida había sido un desastre, eliminado en su debut en los Masters 1000 de Montecarlo y Madrid, pero despidió a Andy Murray como su entrenador, venció en el modesto ATP 250 de Ginebra y todo cambió. "Ahora ganas porque tienes un entrenador de verdad", le soltó Murray en el homenaje a Nadal y era broma, sí, pero quizá no del todo.
Hasta el primer set este miércoles, Djokovic no había perdido ningún set en sus cuatro partidos anteriores en París y siempre había sido muy superior a sus rivales. Mackenzie McDonald, Corentin Moutet, Filip Misolic y Cameron Norrie fueron quienes le ayudaron a coger ritmo para su demostración ante Zverev. El serbio es eterno, no se va a retirar nunca.
Conocer a un ídolo tiene que ser bonito: saludarle, expresarle tu admiración e incluso charlar unos minutos. Amigarte con tu ídolo debe de ser especial: descubrir una afinidad mutua y escuchar sus opiniones sobre el arte por el que lo idolatras -un deporte, la música, un oficio-. Pero convivir con tu ídolo y crear juntos, ambicionar juntos e incluso triunfar juntos ya tiene que ser un sueño. Carlos Alcaraz está en ello y el camino, claro, no es fácil. Al lado de una leyenda debe de haber demasiada ilusión, demasiados nervios, demasiada responsabilidad.
En la Philippe Chatrier, la pista central de Roland Garros, un lugar que ya le había triunfar como lo que es, uno de los mejores de la historia del tenis, Alcaraz apareció este sábado como el niño de 10 años que desde su casa en Murcia veía por la televisión a Rafa Nadal ganar un Grand Slam tras otro. La gloria o el fracaso de la pareja de dobles entre Alcaraz y Nadal en estos Juegos Olímpicos de París dependerá de él, más joven, más rápido, más decisivo, y su excitación complicó el debut ante la pareja argentina formada por Máximo González y Andrés Molteni. Al final ganaron por 7-6(4) y 6-4, pero hubo que sufrir.
Y aprender, sobre todo aprender. También era normal. Nadal acumula experiencia en dobles, no en vano ya fue campeón olímpico en Río 2016 con Marc López, pero Alcaraz sólo había disputado cuatro partidos por parejas. Desde el principio hubo momentos icónicos, como cuando los dos corrieron hacia atrás de la misma manera cuando acabó el sorteo inicial, pero también varios errores, especialmente del actual número tres del mundo.
Los momentos de Alcaraz
Delante, una pareja clásica, con sus golpes en la red, su compenetración y sus cambios de lado para cubrir el fondo. González y Molteni dejaban muy pocos huecos en la pista, siempre bien situados, y Alcaraz buscaba en todo momento el punto ganador. "¡Vamos, vamos! ¡Calma, calma!", le tranquilizaba Nadal. Poco a poco Alcaraz lo fue entendiendo. Pese a que en todo momento albergó dudas de cuándo y cómo atacar la red, desde el fondo fue hallando su sitio hasta la victoria.
Nadal, por su parte, ejercía de líder. Ovacionado por el público francés que un día antes le había entregado un papel preponderante en la ceremonia de inauguración de los Juegos, el ganador de 22 Grand Slam hizo de la formación su prioridad. Sin necesidad de forzar su cuerpo ni de probar el estado de su vendado muslo derecho, hizo lo suyo, ahora una derecha ganadora, ahora una volea imposible de devolver, y aportó a Alcaraz la tranquilidad que necesitaba. Nadal sostuvo al dúo hasta que al final en dos momentos de brillantez de su compañeros lo decidieron.
En el primer set, hubo un intercambio continuo, incluido un break y un contrabreak, hasta el tie-break decisivo: allí, la igualdad entre Nadal-Alcaraz y González-Molteni se mantuvo hasta que Alcaraz armó el brazo. Y en el segundo set, los españoles remontaron un 3-0 en contra para alcanzar el 4-4 y allí disfrutar de otro momento de brillantez de Alcaraz con un revés cruzado demoledor al resto.